Sólo una visión reduccionista auguró un clima de conflicto

Por José Ignacio López

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Una atenta lectura del documento del Episcopado y una interpretación cuidadosa del desarrollo, votaciones y cambios producidos durante la asamblea de obispos que lo aprobó difícilmente podrían llevar a augurar o concluir que se creaba un cuadro de conflicto entre la Iglesia y el Gobierno. Hace falta mucho empeño reduccionista, una buena cuota de prejuicios y la peligrosa simplificación a la que conduce una lectura ligera y transversal que sólo busca el modo de transformar una matizada reflexión en una frase impactante. A ese cóctel resulta funcional un gobierno hipersensible a los matices críticos, con oídos sólo para el aplauso cerrado y que acompasa sus reacciones al modo en que los hechos y los dichos se expresan en el único escenario que parece contar: el mediático. Y simultáneamente ciertas decisiones y actitudes episcopales que, en el otro extremo, parecen desatender el valor de ciertos gestos y palabras en la comunicación masiva. Sólo así podrá explicarse que un documento de reflexión escrito para contribuir al diálogo y aprobado por un plenario de obispos que con sucesivas votaciones subrayó mayoritariamente una línea pastoral de apertura y moderación pueda terminar en polémica y conflicto. Si no privara un talante prejuicioso y una visión reduccionista y a veces conspirativa, será igualmente difícil comprender por qué los lectores oficiales pasaron por alto enfoques que podían suscribir sin torcer sus convicciones, y más aún dichos y decisiones de franco aval al Presidente, como la relativa a la investigación de la muerte de monseñor Enrique Angelelli. ¿Qué diferencia con el discurso conocido del presidente Kirchner tiene que los obispos, al referirse al principio del destino universal de los bienes, hayan hablado de la deuda y dicho que el primer interrogante que plantea es acerca de la responsabilidad que les cabe a las autoridades políticas de antes (Menem) y de durante la crisis (De la Rúa) que estalló en 2001 y también hablado de la responsabilidad que les cabe a los demás sectores de la sociedad, en especial a los empresarios y sindicalistas, en particular a los que se profesan cristianos? ¿Acaso puede decirse seriamente que los obispos abogan por la teoría de los dos demonios si se lee sin desvíos y en el contexto de todo el documento, el párrafo relativo a la violencia de los 70?


Después de recordar que el Evangelio “manda morir por la verdad, no matar por ella”, evocar a Juan Pablo II para pedir perdón por pecados de la Iglesia en períodos como el de la Inquisición y otros, y citar a la Iglesia y la comunidad nacional, el documento que en 1981 marcó el compromiso con la democracia, escribieron los obispos: “A veintidós años de la restauración de la democracia, conviene que los mayores nos preguntemos si transmitimos a los jóvenes toda la verdad sobre lo acaecido en la década del 70, o si estamos ofreciéndoles una visión sesgada de los hechos, que podría fomentar nuevos enconos entre los argentinos. “Ello sería si despreciásemos la gravedad del terror de Estado, los métodos empleados y los consecuentes crímenes de lesa humanidad que nunca lloraremos suficientemente. Pero podría suceder también lo contrario: que se callasen los crímenes de la guerrilla o no se los abominase debidamente. Estos de ningún modo son comparables con el terror de Estado, pero ciertamente aterrorizaron a la población y contribuyeron a enlutar a la Patria. “Los jóvenes deben conocer también este capítulo de la verdad histórica. A tal fin, todos, pero en especial ustedes, fieles laicos, que vivieron en aquella época y eran adultos, tienen la obligación de dar su testimonio. Es peligroso para el futuro del país hacer lecturas parciales de la historia. Desde el presente, y sobre la base de la verdad y la justicia, debemos asumir y sanar nuestro pasado”.


Las declaraciones de ayer del vocero de la Conferencia, presbítero Jorge Oesterheld, y del presidente de la flamante megacomisión de Pastoral Social, monseñor Jorge Casaretto, expresaron tanto la sorpresa episcopal cuanto el afán por volver las cosas a un cauce en el cual no naufrague la moderación ni los intentos de quienes tanto en la sociedad y en el Gobierno como en la Iglesia pugnan por establecer un diálogo en términos de autonomía y cooperación. Símbolo expresivo de esa situación, ayer al mediodía el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, mantuvo un diálogo franco y cordial con representantes del Departamento de Laicos del Episcopado -Osvaldo González Prandi y Lucy Pascual- que concurrieron a entregarle formalmente la carta abierta producida por el Congreso de Laicos 2005-2010. “Queremos dialogar para terminar con desconfianzas y recelos, para compartir dudas y perplejidades y para construir unidos un renovado estilo de ser Iglesia en una sociedad abierta y plural”, dice esa misiva. Precisamente, el último documento episcopal concluye con una expresa mención a ese congreso e instando a los laicos a participar en la elaboración de la doctrina social y a enunciar fórmulas adecuadas que ayuden a todos a respetar distintas opciones temporales “sin esperar consignas de los obispos”.

José Ignacio López

Fuente: diario La Nación, 15 de noviembre de 2005.

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