Sobre políticas de Estado

La satisfacción de necesidades no es estática, sino dinámica y queda asociada a la idea de que alcanzados ciertos mínimos, nuevos standards “empujan para mejor” y nuevas metas son entonces fijadas.

Por Ricardo Murtagh (Buenos Aires)

Compartir:

Por Ricardo Murtagh.- Las políticas de Estado son producto de un consenso de acuerdos básicos, y deberían estar en la categoría de bienes públicos.Las políticas de Estado, respetadas por los ciudadanos en tanto se las han apropiado, son orientación y guía para la acción del Estado y para las organizaciones de la sociedad civil, y sirven como orientación de decisiones empresariales a largo plazo. En definitiva, a las políticas de Estado se las reconoce y se las acepta sobre todo porque se valora su capacidad para producir efectos deseables, aun cuando se reconozca que esos efectos son difíciles de alcanzar: la sociedad se las ha “apropiado”. Están consensuadas. Algunas están situadas en la esfera de las relaciones internacionales y la inserción del país en el mundo; otras se refieren a estadios futuros en materia de desarrollo o sustentabilidad económica (infraestructura, industrialización integrada, etc.); y muchas están relacionadas con la población y sus necesidades básicas. El tiempo es esencial a las políticas de Estado en dos sentidos: a) Se formulan con visión a largo plazo: lo que se pretende para dentro de 20 o 30 años, es decir, aquello que debe sostenerse ininterrumpidamente para que sus resultados alcancen efectividad. Por lo tanto, esfuerzo y sostenibilidad forman parte de su aplicación; lo que esencialmente está asociado al concepto de que varios gobiernos las llevarán a cabo durante mucho tiempo. Además, pueden ser soportes de acuerdos interjurisdiccionales, algo que en un país tan vasto como el nuestro es sumamente necesario. No son nacionales, tampoco provinciales ni municipales, lo cual necesariamente diluye el efecto “corte de cintas” al que tanta afición tiene la política. b) Puede requerir tiempo elaborar los consensos necesarios para montarlas y también para formular buenos programas y proyectos que respondan cabalmente a ellas. Muchas veces, cuando llega el momento de ejecutarlas, las “lógicas políticas” o los arreglos de poder han cambiado, y si el concepto de política de Estado no es defendido por todo el arco político, puede sucumbir. Aparece la tentación de dejarlas de lado, o de sustituirlas, sobre todo por la necesidad de su utilización para ganar centimetrajes o segundos de aire en los medios. Por eso las campañas electorales suelen ser sus acérrimas enemigas. Hay un solo lugar desde el que una política de Estado no suma o no sirve: el clientelismo. En cuanto a los recursos económicos, no son una limitante ni una restricción. Siempre que hubo buenos programas y proyectos enmarcados en un conjunto armónico y fundamentado, había con qué financiarlos. Los organismos específicos de financiamiento siempre compitieron por colocar préstamos a los países que buscan su desarrollo, algo que de por sí no es virtuoso. Por el contrario, muchas veces se han tomado recursos si no innecesariamente, al menos desordenadamente, generando deuda importante. Mejor sería que por tratarse de una política de Estado, fuera el propio Estado el que reuniera los recursos necesarios pues una política de Estado no puede estar divorciada de los grandes acuerdos y regulaciones impositivos. La idea de formular un programa o proyectos alineados con las políticas de Estado es funcional a varios propósitos: identificar necesidades, establecer prioridades, aunar esfuerzos y programar la asignación de los recursos y, en definitiva, asegurar una mejor utilización de los mismos. Además los proyectos, sobre todo los formulados debidamente, facilitan su e­va­lua­ción posterior, lo que tiene un inmenso valor en la gestión del Estado: la hace más transparente. Micro experiencias exitosas o de escala reducida conducidas por organizaciones de la sociedad civil pueden ser imitadas, aunque no siempre son replicables “uno a uno”. El propio cambio de escala puede desvirtuarlas en su esencia, pero eso no significa que parte de esas experiencias puedan ser usadas en proyectos de mayor escala, mutatis mutanda. La satisfacción de necesidades no es estática, sino dinámica y queda asociada a la idea de que alcanzados ciertos mínimos, nuevos standards “empujan para mejor” y nuevas metas son entonces fijadas.

Fuente: Revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2383 » julio 2012.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *