Sobre el Opus Dei

El código Da Vinci , ahora en su formato cinematográfico, deja a sus miembros como “los malos de la película”. Sus autoridades figuraron entre las más indulgentes en la Iglesia a la hora de juzgar la película, respetando la libertad de los espectadores.

Por José María Poirier

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Otra vez los medios de comunicación vuelven sobre las intrigas de una de las agrupaciones católicas más polémicas para la opinión pública: el Opus Dei, literalmente “obra de Dios”. El código Da Vinci , ahora en su formato cinematográfico, deja a sus miembros como “los malos de la película”: poderosos, fanáticos, ultramontanos, sostenedores de que el fin justifica los medios. Su fundador, proclamado santo por la Iglesia Católica, José María Escrivá de Balaguer, sostenía que la santidad podía alcanzarse en la vida cotidiana, laical, en el trabajo de todos los días. Su obra, más allá de la inspiración espiritual, reflejó en no pocos aspectos la mentalidad de la España franquista. Acaso su poder -tanto económico como político, más que estrictamente cultural- sea el principal culpable de tanto encendido debate y de ciertas difamaciones. La veloz canonización de Escrivá, las fuertes influencias de la obra en el Vaticano dieron lugar a duras críticas. Sus defensores señalan la esmerada virtud de muchos de sus adherentes, la ortodoxia en el campo doctrinario y en teología moral, una inquebrantable fidelidad al papado, un espíritu apostólico que los llevó en pocas décadas a los lugares más remotos del planeta, sus prestigiosas universidades en diversos países del mundo, el claro aliento recibido por parte de Juan Pablo II, y hasta un creciente y saludable debate ideológico interno que actualmente estaría en curso. Sus detractores observan que constituye una de las fuerzas más conservadoras del catolicismo y que llega a adoptar posiciones cuestionadoras del mismo concilio Vaticano II, afán de poder, cierta tentación de sentirse “una Iglesia dentro de la Iglesia”, un exagerado y poco pastoral rigor a la hora de discernir en el campo sexual, la neta separación entre hombres y mujeres en la obra, una concepción estática de las clases sociales al mejor estilo corporativo, la ausencia de una profunda intelectualidad moderna, capaz de dialogar. Dan Brown, sin ninguna preocupación histórica o exigencia religiosa, introduce en su mediática novela las figuras de un inescrupuloso prelado, un oficial de policía supernumerario y un estrafalario monje albino que se flagela y comete asesinatos. La pregunta que muchos se formulan, por encima de lo grotesco de la trama de ficción, es por qué tan fácilmente el imaginario colectivo aceptaría un súper poder oculto en el Opus Dei, una suerte de plagio de conciencias, un aparente conflicto grave entre espíritu y cuerpo, un marcado afán de poder y prestigio social. Si bien las generalizaciones no aclaran nada, ciertamente la opinión pública tiende a reconocer la transparente pobreza de San Francisco, la erudición e inteligencia política de los jesuitas, el rigor alegre y genuino de los trapenses, la belleza litúrgica de los benedictinos, la entrega sin límites a los pobres de la madre Teresa de Calcuta y sus seguidores, la extraordinaria y conmovedora espiritualidad de los pequeños hermanos de Foucauld, la coherente y providencial labor ecuménica de los allegados a la comunidad de Taizé. Cabe aclarar -más en estos momentos- que “Opus Dei” no es sinónimo de “Legionarios de Cristo”, ni mucho menos. Este es otro capítulo. Se trata del movimiento católico ultraconservador de origen mexicano, cuyo fundador acaba de ser severamente sancionado por las denuncias de abusos sexuales. Volviendo al Opus Dei, conviene recordar que la vida cristiana tiene múltiples expresiones y cada persona puede sentirse más o menos atraída, más o menos incómoda en determinadas y muy diversas formas de interpretación y práctica del espíritu evangélico. La pluralidad es buena y necesaria, siempre. El fundamentalismo y el principismo son peligrosos y, a la larga o a la corta, nocivos. En toda institución, finalmente, cuente ella con una “prelatura personal” o no, hay hombres y mujeres admirables, y otros menos. ¿Será esa la humana condición? La bibliografía sobre el Opus Dei, a favor y en contra, seria y escandalosa, no falta. Abundan obras apologéticas, históricas, testimoniales en un sentido y en el otro (probablemente más convincentes las que critican a la obra y a sus modos poco afines a la libertad de pensamiento y de conciencia). Cada lector podrá juzgar la validez de unas y otras opiniones. Los sitios web y los blogs son también numerosos. A raíz del film de Ron Howard, crecieron exponencialmente las visitas a las páginas del Opus Dei en todo el mundo. Por otra parte, sus autoridades figuraron entre las más indulgentes en la Iglesia a la hora de juzgar la película, respetando la libertad de los espectadores.

José María Poirier

El autor es director de la revista Criterio

Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 28 de mayo de 2006.

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