“Simples servidores, obedientes hasta dar la vida”

Homilía pronunciada por Mons. Carlos María Franzini, obispo de Rafaela, en la ordenación presbiteral de los diáconos Mauro Canalis y Alejandro Sola (Catedral de Rafaela, 10 de octubre de 2008).

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1ª: Flp 2, 5-11; Sal 23; Ev: Jn 10, 11-16

Queridos hermanos:

  1. Hace ocho años, apenas llegado a Rafaela, e iniciando mi ministerio episcopal en medio de ustedes, me tocó acompañar y confirmar el discernimiento de Alejandro y Mauro que luego de un período de búsqueda sincera y perseverante los llevaba a pedir su ingreso al seminario. Han pasado muchas cosas a lo largo de estos años; momentos de claridad y entusiasmo y momentos de esfuerzo y desvelos. Puedo dar fe de la seriedad y el empeño con que ambos han ido respondiendo a las distintas alternativas que el camino formativo los invitaba a recorrer y puedo asegurar con humilde satisfacción que han asumido con plena lucidez y responsabilidad los pasos progresivos que los han traído hasta este día en el que –por gracia de Dios- recibirán por la imposición de mis manos el ministerio presbiteral, que los configurará a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva alianza.

  2. Permítanme expresar –en tono de confidencia- la inmensa alegría que supone para mí esta celebración. No sólo porque toda alegría de la Iglesia diocesana la asumo como alegría propia, sino porque la Providencia de Dios ha querido entrelazar de manera singular este vínculo histórico, humano y sacramental que nos liga con Mauro y Alejandro. No sólo porque la ordenación ante todo los incorpora al presbiterio que el Señor me ha llamado a presidir, sino porque dentro de él serán siempre aquellos a quienes por primera vez como obispo me tocó acompañar desde los inicios de su camino vocacional más formal. Pido al Señor que nos permita afianzar y profundizar más aún este vínculo de paternidad y filiación; de auténtica fraternidad; de genuina amistad, para gloria suya y bien del pueblo al que queremos servir.

  3. En la homilía de la ordenación diaconal reflexionábamos sobre el ministerio apostólico como camino de “vaciamiento”. Les decía en aquella oportunidad que el ordenado es invitado a “vaciarse de uno mismo para disponerse totalmente al servicio de Dios y de los hermanos”. Los textos bíblicos que Alejandro y Mauro han elegido para esta misa nos hablan de esta perspectiva del ministerio, que quizás sea la más decisiva. En efecto, la ordenación nos configura con Jesucristo, nos hace capaces de tener sus mismos sentimientos, como canta el himno de la carta a los Filipenses que escuchamos en la primera lectura:

“…se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz…”

  1. De este breve y denso texto de la liturgia cristiana más antigua quisiera proponerles unas muy breves reflexiones que iluminan este acontecimiento que hoy celebramos en la Iglesia diocesana.

  2. En primer lugar la semejanza. Jesucristo ha querido compartir en todo, menos en el pecado, la vida del pueblo al que vino a salvar. También los presbíteros son “hombres tomados de entre los hombres”, están en medio de los hombres, solidarios de la condición humana en todo: en las cosas que ennoblecen al hombre y también en aquéllas que lo muestran en su pobreza: la fragilidad, la enfermedad, las limitaciones, el pecado. Los pastores no somos mejores, ni más santos, ni más simpáticos, ni más inteligentes, ni más buenos que los demás. A menudo bastante peores, misterio grande que sólo explica la misericordia de Dios. Compartimos la vida de los hombres a los que estamos llamados a servir; tenemos una historia, un origen y un destino común. Pertenecemos a un pueblo, a una cultura, a una idiosincrasia, que nos caracteriza y nos da un talante particular. ¡Qué bueno es que los pastores seamos siempre fieles a nuestras raíces! ¡Qué pena da el pastor que reniega de su origen, aunque sólo sea de manera sutil!

  3. La ordenación presbiteral es una ocasión propicia para detenerse a reconocer, valorar y agradecer el “don” de la propia historia: la familia, los amigos y compañeros, los grupos y comunidades que han ido jalonando la propia vida. Aquellas personas que de un modo u otro han sido “compañeros de camino” y nos han ayudado a ser lo que hoy somos. Concretamente, ustedes dos, son fruto de una historia y de rostros concretos que Dios ha ido poniendo junto a ustedes para llamarlos a la vida, a la fe y al sacerdocio. No dejen de hacer memoria agradecida de todos ellos. Junto a ustedes también nosotros queremos recordar y agradecer.

  4. Pero además este hacerse semejante de Jesús es el que le llevó a pasar treinta años de vida escondido en medio de su gente, en el sencillo pueblo de Nazareth. Sin llamar la atención ni buscando protagonismos ajenos a su misión. Incluso, ya en la vida pública, rechazó con firmeza todo intento de promoverlo a “estrellatos”, personalismos malsanos o mesianismos terrenos, totalmente extraños a la misión que recibió de su Padre. Hacernos semejantes a los hombres, a la manera de Jesús, nos lleva a los pastores a buscar un estilo sencillo de vida, que evita protagonismos desmedidos y originalidades que nada tiene que ver con nuestro ministerio. Nada más contradictorio con alguien que busca tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús que buscar ser centro, llamar la atención o reclamar reconocimientos para la propia persona o la propia obra.

  5. En este sentido, queridos Alejandro y Mauro, les será una gran ayuda no perder de vista que ante todo son miembros de un presbiterio. Con él y desde él servirán a la comunidad diocesana allí donde sea necesario el aporte original que cada uno tiene para darnos, despojados de proyectos personales, grupos y personas, gustos o intereses propios. Presbiterio uno y diverso, en el que cada uno tiene algo original para aportar al bien común diocesano, sintiéndonos y sabiéndonos parte de un todo que nos trasciende y complementa. Nunca francotiradores o protagonistas aislados de las propias fantasías.

  6. De esta forma, como Jesús, que tomo la condición de servidor, también nosotros los pastores estamos llamados a vivir nuestra vida y ministerio en clave servicial. “Simples servidores”, como le gustaba llamarnos a San Pablo, de los que el Señor – a través de la mediación eclesial- se servirá para llevar adelante su obra. Servicio que supone un creciente olvido de sí mismo en favor de la misión recibida. Servicio que supone posponer los propios puntos de vista e intereses, la propia comodidad y los propios gustos, en función de las necesidades de la Iglesia. Servicio que, a semejanza de Jesús, se vive de forma perseverante y escondida. Servicio que ha de “teñir” toda la vida del pastor, ya que no somos funcionarios “part-time” sino pastores que “dan la vida”, como el Buen Pastor del evangelio que hemos escuchado: servimos cuando trabajamos y predicamos, servimos cuando oramos y celebramos, servimos cuando estudiamos y reflexionamos, servimos cuando programamos y evaluamos, servimos –incluso- cuando descansamos, ya que nuestro descanso sólo se justifica si nos ayuda a recobrar fuerzas para seguir sirviendo.

  7. Por eso, queridos Mauro y Alejandro, no se cansen de servir. Y en esta perspectiva hasta la misma limitación, la enfermedad y el fracaso se harán misteriosamente servicio. La Eucaristía que celebrarán cada día será el momento culminante de esta vida hecha servicio, hecha don, hecha “pan partido para la vida del mundo”. No habrá gesto, palabra u obra, por pequeños que sean, que queden infecundos si son cotidianamente recogidos y ofrecidos por Cristo, con Él y en Él. No tengan duda que esa Eucaristía, aún celebrada en soledad, será la que hará eficaz todo su servicio, toda su entrega.

  8. Finalmente el himno de Filipenses nos enseña que Jesús, el humilde servidor, se hizo no sólo semejante sino también obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Es que no podía ser de otra manera ya que no se puede ser cristiano sin obediencia, ¡cuánto más no se puede ser presbítero sin ser obediente! Entendiendo obediencia como esa disposición básica del creyente que busca en todo la voluntad del Padre para vivir la vida como dócil y responsable respuesta a su querer. Como San Pablo, también el pastor debe poder decir: “nuestro único deseo es agradarlo” (2ª Cor 5,9).

  9. La obediencia presbiteral, que ha de ser vivida en íntima comunión sacramental con el obispo y el presbiterio, antes que por razones jurídicas u organizacionales por coherencia con la propia identidad teologal. Obediencia que se expresa en gestos concretos de disponibilidad y apertura a las necesidades de la Iglesia, en leal y generosa colaboración con el obispo y los hermanos presbíteros, en la perseverante entrega a los servicios encomendados, en adhesión cordial y efectiva a la Iglesia y su Magisterio, en la superación de subjetivismos e individualismos arraigados que nos aíslan y vacían, en la gozosa y responsable asunción del camino pastoral de la Iglesia particular, como expresión concreta de nuestra comunión orgánica. Obediencia, finalmente, que es la única escuela para aprender a mandar y conducir a la manera de Jesús, el Buen Pastor.

  10. Se trata de un camino que no es fácil. Como nos enseña la carta a los Hebreos, el mismo Jesucristo, “aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer…” (Heb 5,8).También nosotros, pastores, debemos hacer un largo y fatigoso camino de aprendizaje para llegar a comulgar plenamente con los sentimientos del Hijo obediente. Pero no estamos solos. Para ello está la Iglesia, para ello estamos el obispo y los hermanos presbíteros, para ello están tantos fieles laicos de los que tanto hemos de aprender en nuestro propio camino de fe y obediencia. Por otra parte ustedes, queridos Alejandro y Mauro, son algunos de los beneficiarios de un nuevo servicio que la Iglesia diocesana ofrece a sus presbíteros en el camino de formación permanente: el programa Timoteo, orientado precisamente a ayudar a quienes se van incorporando al presbiterio en este fascinante propuesta del himno de la Carta a los Filipenses: tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

  11. Semejantes a los hermanos, simples servidores, obedientes hasta dar la vida. He aquí resumido el programa que el Señor les propone al inicio de la vida presbiteral. Quiera Dios que este día y siempre estén muy abiertos a su don, para poder responder generosamente a su invitación. Tengan la certeza de que Dios nunca pide sino lo que previamente nos ha dado. Por ello me permito animarlos a entregarse generosamente a esta nueva etapa en el camino del seguimiento del Señor. Cuenten con mi cariño y cercanía y con lo que –desde mi pobreza- pueda ofrecerles para acompañarlos a recorrerlo. Cuenten con la fraterna compañía de todo el presbiterio que hoy los recibe con alegría y cuenten con el incesante apoyo del pueblo al que habrán de servir: por ellos y para ellos ustedes hoy son consagrados. Amén.

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