“Si la lectura no da placer, no sirve para nada”

Opina el escritor Juan Sasturain que ha logrado un éxito inesperado con su programa de televisión.

Por Daniel Amiano

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La mesa de un bar resulta el escenario ideal para sentarse a conversar con Juan Sasturain. Y, sin importar cuál sea el tema en cuestión, siempre se llega a los libros. Es que, junto a Sasturain, todos los caminos conducen a los libros, a la anécdota que siempre tiene que ver con la literatura. “Si la lectura no da placer, no sirve para nada”, dirá una y otra vez el entrevistado.

Sasturain es periodista, escritor, guionista y, ahora, animado conductor de televisión en Ver para leer –se emite pasada la medianoche de cada domingo por Telefé–, que se transformó en un inesperado suceso que llegó a alcanzar, en ocasiones, once puntos de rating. Sasturain es un buen conversador que deja ver a cada instante su pasión por los libros.

La larga charla en el café termina con un intercambio de “figuritas”: “Compré un libro usado con la firma de Cortázar. ¡Era un libro de él!”

En Ver para leer, Sasturain habla sobre el placer que deben dar los libros. El programa no plantea la actualidad del mercado literario, no habla de lanzamientos ni de best sellers, ni propone debates sobre tal o cual obra. Todo lo contrario: a partir de una excusa cualquiera, el escritor recorre la obra de los autores más diversos y pone el acento en el gusto por la lectura. Se pregunta, por ejemplo: “¿Qué puedo regalarle a mi hija, que cumple 16 años?” O habla de libros gordos y libros flacos, o trata de determinar con qué libro se puede seducir a alguien. Recurre preferentemente a las librerías de viejo o de saldo, con lo que a la vez comprueba, desde la experiencia personal, que leer no es prohibitivo y que se puede acceder al libro si uno tiene ganas de hacerlo. Con cinco pesos o con diez, se puede comprar muy buena literatura.

El breve programa se aprecia como una idea entretenida. Sasturain se encarga de aclarar que no es suya: “Es una idea que viene del canal. Es un producto de Telefé Contenidos, más precisamente, de Claudio Villarruel. El me hizo la propuesta, hace un año y medio, en diciembre de 2005, justo para el cumpleaños de 15 de mi hija”.

-Se lo ve muy suelto delante de la cámara…

-Es que me encanta hablar de libros; es una de las cosas que más me gusta hacer. Además, no tengo que hacer avisos, no tengo que hablar de best sellers, no tengo que ocuparme de las novedades. ¡Sólo tengo que hablar de libros…! Si ése es el concepto, vamos para adelante. Después, que las características del programa sean exactamente como a mí me gustaría que fueran es otra cosa. Es un producto pensado por el canal. Casi una estructura de comedia, con personajes. El tratamiento de los libros es casi telegráfico. Pero… bueno, se transmiten algunas cosas que están muy bien. Tratamos de transmitir el placer, el gusto. No se habla desde el lugar de la obligación, del deber, ni siquiera se habla de la necesidad de leer.

-En una de sus aguafuertes, Roberto Arlt habla con particular humor sobre la inutilidad de los libros, en respuesta a una carta de un lector que le sugería que ellos podían ayudar a formar un concepto muy claro y muy amplio de la existencia.

-Es que es verdad. Hay tipos que son felices sin haber leído un solo libro, y estamos rodeados de esa gente. No es cierto que sea necesario leer.

-Justamente, una de las cosas que dice Arlt es que no conoce gente que lea y sea feliz.

-[Se ríe con ganas.] Nadie garantiza nada, pero leyendo siempre se conoce a gente más inteligente que uno. También pueden aparecer muchos idiotas. Por supuesto, estamos hablando de literatura, no de todo lo que sale publicado en forma de libro. En los libros hay cualquier cantidad de cosas que son muy útiles, pero no todo es literatura.

-Además, la queja porque “acá no se lee” es parte de nuestra idiosincrasia. También hay gente que no va al cine ni al teatro, ni compra discos, porque no le interesan.

-La primera pregunta es por qué uno lee. No por qué leen los demás, sino uno. Yo lo único que puedo explicar es por qué leo yo: porque me gusta. Y la siguiente cuestión es si uno puede llegar a transmitir eso. Yo soy un ignorante de muchas cosas. En el campo de las artes, sin ir más lejos, hay muchísimas cosas que desconozco. Sé que me las estoy perdiendo por mi desidia, por mi ignorancia, por mi falta de sensibilidad. No soy un entendido en ópera, como otros no saben de fútbol y otros no conocen la belleza del sumo… En todas las cosas siempre hay arte y algo de misterio. Por eso mi preocupación es transmitir el placer, el gusto.

-Uno de los rasgos notables del programa es que no tiene un tono moralizador.

-No, para nada. Si todas las cosas saludables no fueran obligatorias… ¿Qué pasa con el sistema educativo en general, más allá de las buenas intenciones? En general, no funciona, porque se convierte en una obligación. Se lee para hacer un laburo, se lee para hacer tal cosa. No existe esa primera etapa, que debería incluir el placer. Yo soy profesor de literatura. He trabajado en la secundaria, en la universidad; sé de lo que estoy hablando. Muchas veces hemos incurrido en ese tipo de errores, de alejar la lectura del placer a través de la obligación. Descuidamos la necesidad de buscar, de contar, de explicar, de desentrañar.

-La lectura puede convertirse en una tortura.

-Es que hay que disfrutar. Obviamos una pregunta elemental: si te gusta o no. Es lo primero que hay que saber, porque si no hay placer, la lectura no sirve para nada. A los pibes los ves enloquecidos tratando de entender. Además, hay toda una parafernalia instrumental que va en contra del placer. Es como si pusieras un disco de Jethro Tull y dijeras: «Bueno, ahora analicen qué hace Anderson con la flauta, dónde está el puente…» Cuando la primera pregunta debería ser qué te pasa ante eso, si te emociona, si te parece hermoso. El efecto que produce la educación es embalsamador.

-Eso suena muy duro.

-Es que los pibes no hablan de un cuento, de una novela. Hablan de lecturas. Por eso muchas veces no quieren saber nada. Es que cuando pasa por el sistema educativo la lectura se convierte en una obligación pesada, y si se convierte en una obligación, sonaste.

-Con la poesía pasa algo así, como si se tratara de una cosa para especialistas.

-Parece una cosa extraña, hermética. ¿Desde cuándo?

-Ya que hablamos de libros y del placer de la lectura, ¿cómo ve el momento actual de nuestra literatura?

-A mí me parece que la literatura en particular, dentro de la cultura argentina, que relativamente no es una parte fundamental, pero sí importante, me parece que está muy viva. Se escribe muchísimo, como siempre acá, hay muchos y muy buenos escritores, y también muchas posibilidades de acceder a la publicación, que en otras coyunturas no han existido. Hoy, gracias al desarrollo tecnológico, es mucho más fácil poner un libro en la calle. Lo que es harina de otro costal, otra discusión, es quién lee esos libros, cómo distribuirlos. Hay una oferta de libros realmente descomunal, más allá de los grandes sellos, porque, necesariamente, toda otra producción tiene que encontrar nuevos canales, y los encuentra en editoriales pequeñas, especializadas, de poesía, de ensayo, lo que sea, donde se editan cosas muy lindas. Y ese excedente de producción hace rápidamente que muchos buenos libros aparezcan en las mesas de saldo. Entonces, de golpe está en las librerías toda la literatura a precios muy bajos. Eso, dentro de términos relativos, por supuesto, porque hay gente que sabemos que no puede comprar libros, ni siquiera puede concebir la posibilidad de comprarlos, ni tiene por qué entrar dentro de su canasta familiar, porque hay otras necesidades. Pero el que quiere empezar a leer y tiene la posibilidad, puede hacerlo, porque hoy el libro es muy accesible.

-Además, en estos tiempos, las editoriales no editan grandes tiradas, pero sí muchos títulos, con lo que la oferta es más alta.

-Es que el mercado argentino no es tan grande. Eso tiene que ver, también, con la posibilidad de profesionalización de los escritores. Acá hay muchos escritores, pero ¿cuántos viven de su literatura? Muchos vivimos de escribir, pero no de los libros. Eso tiene que ver también con millones de cosas que atraviesan todos los fenómenos.

-¿Y eso también tiene que ver con cómo se piensa la política cultural del país? Es cansadora la queja eterna de que ahora no se lee…

-Es que ahí la pregunta es: ¿comparado con cuándo y con cuánto? Lo que sí es cierto -y lo experimentamos ahora- es que a partir de determinadas coyunturas, no muy lejanas en el tiempo, se produjo un viraje en los conceptos de aquellos que manejaron las políticas económicas y las políticas sociales, que modificaron, por ahora en forma radical, la estructura socioeconómica de nuestro país. El modelo que se instaló en la Argentina es un modelo de exclusión. Eso es innegable. Es una barbaridad. Entonces, para todo ese segmento de la población que quedó fuera del sistema, recibiendo todos los palos y ninguno de sus beneficios, los bienes culturales no existen.

-Las expresiones culturales parecen un bien ajeno.

-Y no sólo en términos de accesibilidad material, sino en términos de concepto. No existen como posibilidad de ser pensados. No basta con que tengas el dinero para consumir libros, sino que es necesario que los puedas concebir como necesarios, útiles, que te pertenezcan, de alguna manera.

-¿Ese es un déficit de la formación?

-Eso tiene que ver con el deterioro flagrante de nuestra educación. Con esos daños terribles, estructurales, que sufrió la educación en los últimos años. En la educación tenemos un déficit gravísimo. Son fallas muy graves que se pagan muy caro. Esto es un epifenómeno de aquello. Nosotros siempre estamos reconstruyendo, porque antes, en algún momento, algo se rompió o dejamos que lo rompieran.

-¿Y cómo se reconstruye?

-Estableciendo reglas claras. Para mi gusto y experiencia, el papel del Estado tiene que ser subsidiario, en el sentido de complementario, dejando margen absoluto para la creatividad, la iniciativa privada, las posibilidades. Eso no quiere decir un Estado prescindente, sino absolutamente activo, y no monopólico. Creo que en ese aspecto hay una sensibilidad, hay una actitud, hay una idea por parte del Estado de trabajar, de dar instrumentos para la creatividad. Por supuesto, siempre tiene que estar complementado con otras cosas.

-Por ejemplo, por alguien que quiere contagiar el placer de la lectura.

-Si a alguien le contagio las ganas de leer, el programa vale la pena

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 19 de mayo de 2007.

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