Santo Cura Brochero: un amigo en el camino hacia el sacerdocio

A 181 años del nacimiento del Santo Cura Brochero, los seminaristas de Traslasierra conversaron sobre este “Cura Gaucho” que marcó sus vidas y que sigue vivo entre los cordobeses.

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Hace 181 años, las sierras cordobesas fueron testigos silenciosos del nacimiento de un santo: José Gabriel del Rosario Brochero. Lo serían luego, de su camino de santidad, un camino de cientos de kilómetros recorridos a lomo de mula, compartiendo la vida de los paisanos, sus alegrías y sus tristezas, mate en mano, cubierto por su poncho y protegido también por el manto de la Purísima, como le gustaba llamar a la Virgen.

El Santo Cura Brochero, patrono del clero argentino, símbolo de la fraternidad, fue uno más en su comunidad, que a imagen de Jesucristo, se mezcló  con la vida de su pueblo para llevar la buena noticia a quienes estaban más lejos: a las periferias geográficas y existenciales, a donde nos invita el papa Francisco a llegar con nuestra “Iglesia en salida”.

Hoy, en un nuevo aniversario de su nacimiento, su semilla sigue dando frutos. En diálogo con AICA, las nuevas vocaciones nacidas en Traslasierra y que se preparan para el sacerdocio en el seminario Jesús Buen Pastor, de Río Cuarto, le rinden homenaje a este ejemplo de sacerdote, que está presente en sus vidas –y en las de todos los cordobeses- desde niños, marcándoles el camino hacia la santidad, al paso de su mulita Malacara.

“Un gran amigo en mi camino”

Luciano Montoya tiene 20 años, es oriundo de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, catedral de Cruz del Eje, y actualmente cursa el tercer año de filosofía.

“Desde niño, siempre estuve acostumbrado a ver a este hombre en las estampas. Nunca me animé a preguntar quién era, pero siempre me llamaba la atención verlo en esa imagen que está en el lomo de la mula, y también cómo mucha gente lo quería y hablaban de él”, recuerda el joven, y admite que en ese entonces le intrigaba saber sobre aquel cura, de quien incluso en su casa tenían una estampa.

En 2013, relata Luciano, en la región se empezó a comentar que al Cura Brochero lo iban a beatificar, y si bien no entendía mucho de qué se trataba, sabía que sería una fiesta grande, lo que lo motivaba a querer ir. Con permiso de sus padres, viajó a cargo de unas mujeres de la parroquia, para vivir lo que recuerda como “una celebración inolvidable”. 

“Recuerdo haber visto banderas argentinas, muchísima gente de todos lados, y veía cómo la gente lo quería y cómo demostraban ese cariño. Es un gran recuerdo que tengo presente. Esa vez no pude conocer el santuario del Cura, debido a la cantidad de gente que había”, destaca. 

Sin embargo, al año siguiente, cuando ingresó al seminario menor, pudo conocer el santuario. Desde entonces, asegura, “Brochero comenzó a significar un gran ejemplo en mi vida. Su estampita con el poncho no faltaba en mi altarcito, y rezar su oración me decía mucho de él. Ahí comencé a comprender quién era este hombre a quien todos querían y le rezaban. Comenzó a ser un gran amigo en mi camino”.

Luego llegó el llamado al sacerdocio. En esa etapa tan especial, afirma Luciano, “su ejemplo de sacerdote me motivaba a querer ser cura. Mientras más conocía su vida, más amigo lo sentía, y siempre le pedí que me ayudara a tener un corazón de buen pastor, como él lo tuvo”. 

En la figura de Brochero, señala el joven, “descubrí un hombre común a la gente, sencillo y todo un padre. Fue sacerdote pero también un serrano más. Eso me invitaba y también me invita en mi formación a ser uno más con la gente”.

“En mi formación, es uno de mis referentes principales, uno de los patronos de mi vocación, junto a San José”, reconoce. “Gracias a la providencia, en tiempos de la pandemia pude conocer más en profundidad su vida, pero no sólo el momento en que vivió, o a través de la historia, sino que también me permitió conocerlo en cada peregrino que se acerca al santuario. Ellos también me han hablado de Brochero en sus historias, en sus heridas, en la vida misma, la intercesión que este cura tiene en sus vidas”, relata.

“Conocer a Brochero me invitó a ponerlo como el custodio de mi vocación, porque siento que me entiende, que comprende este camino, porque él pasó por el seminario. Estando en sus pagos, el año pasado, le pedí que me ayudara en mi formación, en mis estudios, en mis itinerarios, que me acompañe siempre en mi camino formativo, porque él pasó por este camino, y así lo siento en mi formación, un amigo más”, sostiene.

Brochero y su pastoral “cuerpo a cuerpo”: un ejemplo de cercanía

Agustín Sánchez tiene 26 años y es oriundo de la parroquia Nuestra Señora de Schöenstatt, de Villa Dolores, en la diócesis de Cruz del Eje. Está cursando cuarto año de teología, el último año de la etapa de estudios teológicos.

Si bien no tiene demasiados recuerdos de Brochero en su infancia, sí señala haber escuchado su nombre ligado a la santidad, como alguien que había trabajado mucho por su gente. La figura del Cura estaba tan presente en la comunidad, que Agustín recuerda que cuando era chico “pensaba que todavía estaba vivo”.

“Mi historia con Brochero tiene que ver siempre con la cercanía”, reconoce Agustín, ya que en las actividades de las parroquias o grupos de jóvenes, su modelo siempre estuvo presente.

“Cuando adolescente, fui conociendo un poco más de la vida de Brochero, recuerdo que me regalaron un libro cuando ya estaba haciendo el discernimiento vocacional, y su ejemplo de cómo se fue decidiendo para entrar al seminario me animó mucho”.

Una vez, relata el joven, asistió a una misa en acción de gracias por la beatificación del Curita Gaucho. En la homilía, el obispo señaló que Brochero ingresó al seminario a sus 16 años, “dejándose guiar por el Espíritu Santo, y no importándole que era muy joven, sino que confiando en Dios se animó a dar este paso”. Esas palabras, animaron a Agustín,  que en ese entonces tenía 18 años y sentía miedo ingresar al seminario. “Quería dejar pasar más tiempo, ser un poco más grande, y entonces pensé: Brochero era más chico, y era más valiente”. 

“Así que me encomendé a él, ingresé al año siguiente al seminario, y a medida que fue pasando la formación, fui descubriendo un Brochero más real, más humano, en contacto con la vida de la gente de Traslasierra. Me gusta pasar por la zona donde vivo y mirar las sierras que él miró, el río que él miró, y pedirle a Dios que me dé la gracia de tener ese celo apostólico que tuvo el cura”, comparte.

De la figura de este santo, el seminarista resalta “su capacidad de cercanía”. Y recordando los testimonios que se escuchan una y otra vez en las sierras cordobesas, detalla: “Cuentan de él que siempre se acordaba los nombres, las historias, se preocupaba por ellos cuando invitaba a los ejercicios. Brochero hacía una pastoral ‘cuerpo a cuerpo’, de ir directamente al contacto con el otro, recordar su cara, su nombre, su historia, sus necesidades, siempre me impresionó”, admite.

“También tenía buen trato con los seminaristas, cuentan que cuando estaba en San Pedro, y los seminaristas estaban de convivencia por la zona de San Javier, los invitó a que lo ayudaran a trabajar para techar la iglesia. Los seminaristas cuentan que hacía muy buenos asados, y que una vez se había golpeado la pierna, y entablillado y todo, les seguía dando órdenes para que trabajen. Lo querían, y su ejemplo sacerdotal siempre los animaba”, añade.

“La santidad no es molde”

“Brochero no nació siendo santo, sino que se fue haciendo santo, porque ser santo es llevar al máximo la originalidad con la que Dios nos hizo a cada uno. Con la gracia de Dios, siempre ayudado y asistido por la gracia de Dios, configurarse uno con Jesucristo, que salga lo que es más original de uno”, reflexiona.

“La santidad no es molde al que hay que ajustarse y ser todos iguales, sino que es dejar que el Espíritu saque al máximo la originalidad”, asegura. “Por eso, en la santidad de Brochero vemos cosas que ‘nos quedan grandes’ y creemos que van a ser inalcanzables. Y lo son: porque él era un santo en el que Dios sacó toda su originalidad e hizo cosas extraordinarias”. 

“Habrá cosas que nosotros, en nuestro tiempo, hacemos mejor que Brochero, pero la  esencia de la santidad de Brochero siempre nos ayudará, con la gracia de Dios, a dejarnos llevar por ese camino”, concluye.

Brochero, “un amigo en el cielo”

Pablo Lasala tiene 28 años es oriundo de la parroquia Nuestra Señora del Tránsito y Santo Cura Brochero (Villa Cura Brochero). Desde muy niño tuvo presente la figura del Cura, porque asistió a la escuela primaria del Instituto Tránsito de María, de las Hermanas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, colegio que Brochero fundó y construyó. “Yo de niño soñaba con ser sacerdote y cuando las maestras me contaban su historia me motivaba mucho más”, recuerda.

“Desde esos años de escuela primaria recuerdo que tanto en la escuela, como en la catequesis parroquial rezábamos ‘para que lo hagan santo’. Sin embargo, para nosotros ya lo era, porque de hecho los viernes solíamos tener misa en el santuario y recuerdo que éramos muchos niños pidiéndole diferentes gracias e intenciones frente a las reliquias del Cura Brochero. Para nosotros era como tener un amigo en el Cielo que nos hacía el favor de escuchar la peticiones y contárselas a Dios”, asegura.

En su llamado al sacerdocio, relata Pablo, Brochero fue sumamente importante, porque “luego de algunos años en que estuve alejado de la fe y de la iglesia, un día me surgió la posibilidad de trabajar en la Santería del Santuario (ya con Brochero Santo) y fue asombroso cómo despertó el interés en mí, de conocerlo más de cerca pero ya como adulto, y no como lo conocía de niño”, aclara. 

“Además me conmovía escuchar cientos de peregrinos que venían a agradecer o a pedir una gracia y, al escuchar sus testimonios, parecía que me hablaban de un cura que estaba vivo, que era un sacerdote que los esperaba a todos para escucharlos y rezar con ellos. Ahí fue cuando empecé a pasar por el corazón los recuerdos de niño y mi deseo de ser sacerdote. Me acerqué de nuevo, charlé con el párroco y comencé el discernimiento”, detalla.

Hoy, en sus pasos hacia el sacerdocio, considera a Brochero como “un modelo a seguir por cualquier sacerdote”. Hay muchas características de él, admite, “que uno quisiera tener e imitar” pero asegura que “lo que más me cautiva de su vida y ministerio es cómo supo transmitir lo que tan bien le había hecho a él, que fueron los ejercicios espirituales”. 

“Se conoce que estos ejercicios afianzaron su vocación en un momento clave del seminario y que esa experiencia profunda de Dios después la supo transmitir a sus fieles en el Curato de San Alberto”, explica.

“Cuentan que José Gabriel Brochero era muy buen fisonomista, registraba bien a las personas, era memorioso, y de llamar a cada uno por su nombre y hasta atraía con sus invitaciones”, destaca. En ese sentido, afirma: “Pienso que es de suma importancia para un párroco conocer los nombres de las personas, así como cada rincón de la parroquia. Las veces que me ha tocado atender peregrinos en las semanas brocherianas de enero, noto que si hago el esfuerzo por memorizar los nombres de cada uno, es un regalo enorme para la gente, se van con el rostro alegre y se sienten acariciados por Dios, uno en ese momento no hace nada, solo escucharlos, rezar con ellos y llamarlos por su nombre como hacía el Santo Cura y como hace Jesús”, testimonia.

Fuente: https://aica.org/

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