San José actual, esa “Atenas antigua”

El presente escrito forma parte de un conjunto de textos denominados “Relatos Ticos” escritos por el narrador santafesino Adan Costa Rotela. No es casual que sea el país en donde se rubricara el tratado sobre derechos humanos más trascendente de todas las Américas. O que sea un país sin ejércitos nacionales, único en su especie.

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Cuando se sobrevuela el valle central adyacente a la ciudad San José capital de la República de Costa Rica en América Central, nos visitan las emociones del arribo, la euforia por un nuevo vuelo consumado exitosamente, confundidas con el deseo por aterrizar, por estar allí. Si uno no se encuentra demasiado desprevenido, puede llegar a conmoverse con el espectáculo que se le obsequia a sus sentidos. Los aglomerados urbanos se abrazan caprichosamente a los faldeos de las montañas y a las depresiones telúricas circundantes, bendecidos por cada una de las tonalidades en que el color verde puede conjugarse.

En una libre asociación mental de ideas, uno podría también viajar en el tiempo hasta el siglo V antes de la era cristiana, y encontrarnos con Atenas, que al iniciarse las Guerras del Peloponeso, según especialistas en demografía clásica, contaba con 172.000 ciudadanos desperdigados en un extensísimo territorio de variada geografía de 2.500 km2, entre valles y colinas escarpadas.

Por eso pensar que aquélla Atenas era una “polis”, una sola ciudad abigarrada alrededor de un ágora o plaza, es, cuanto menos, un error de apreciación. En todo caso, el ejemplo de democracia directa que ejercían los ciudadanos atenienses, que se consideraban todos a sí mismos como miembros de una comunidad política, participando casi en su totalidad en asambleas, tribunales y magistraturas, y llegado el momento se armaban en defensa de esa comunidad política, se redimensiona categóricamente teniendo en cuenta precisamente esta determinante territorial.

Y es así. San José, desde el aire, por su territorio anguloso, abrupto, puede asemejarse a la Atenas del universo heleno, desde esta licencia que nos consentimos en pensar. Pero no sólo por la similitud geomorfológica se puede vincular a San José con la ciudad en donde nació la democracia en Occidente.

Por ahora conozcamos algo más de San José. La población de surgió en el siglo XVIII, en 1736 por orden del cabildo de León que buscaba concentrar los dispersos habitantes del valle del Aserrí (hacia el suroeste del actual emplazamiento), por lo que se ordenó la construcción de una ermita cerca del sector llamado “La Boca del Monte”, la que terminaron a los dos años. Ese mismo año, San José es elegido su patrono parroquial, de allí su actual nombre. Ha sido capital de la República en tres ocasiones: en 1822, de 1823 a 1834; y desde 1.838 hasta la actualidad. Hacia junio de 2009 las proyecciones estadísticas nos indican que viven más de un millón seiscientas mil almas, en un país de más de cuatro millones de habitantes.

En general, la palabra “política” está desvencijada desde su mera pronunciación. Eso no es ninguna novedad ni en Latinoamérica, y desde luego, en la Argentina. A pesar de ello, San José es una ciudad donde se respira política en sus calles, en sus veredas, en sus plazas, en sus espectáculos artísticos, en el comercio de la palabra entre los vecinos, entre otros tantísimos sabores, aromas y colores.

La peculiaridad costarricense radica en un aspecto que por obvio no se presta demasiada atención, como suele a menudo suceder. En Costa Rica, más allá que también se emplacen los escenarios donde se encorseta la política habitual, remilgados en campañas electorales, candidatos o candidatas sonrientes y promisorios, habita el respeto por el otro.

Y en este respeto honesto por el otro, radica el principio genuino de toda buena política. Podrá el otro ser mas o menos ilustrado que uno, más o menos foráneo, ser más poderoso o menos adinerado, más negro o menos pardo. Pero en un aspecto toda persona se iguala a la otra. En la forma en que se prodiga recíprocamente civilidad.

San José nació para concentrar personas dispersas en la geografía en una gran ciudad. Atenas reunía en el ágora de la participación política a los ciudadanos que vivían entre montañas, valles, pequeñas y grandes aldeas. A los griegos los enlazaba la profunda vocación por la participación, se percibían espiritual y materialmente partes insoslayables de un todo irrenunciable, la cosa común, la cosa de todos. Nadie mejor que todos para hacerse cargo de los problemas de todos.

El costarricense tiene razones sobradas para sentirse poblado de orgullo. No es casual que sea el país en donde se rubricara el tratado sobre derechos humanos más trascendente de todas las Américas. O que sea un país sin ejércitos nacionales, único en su especie. O que es uno de los países que hacen del cuidado de su medio ambiente una política de estado. Algunos fustigadores de la opinión, dentro de la misma Centroamérica, aseguran, que éstas aseveraciones que distinguen el sentir “tico” de otros países, no están exentas de ciertas paradojas en algunos casos, o no son más que meros fuegos de artificio, en otros. A juicio de este humilde escriba, todo podría ser peor, si ni siquiera existieran, aún con contradicciones, como emblemas. El ejercicio del juego de las utopías y de los símbolos en una sociedad, en muchas ocasiones, permite pensar en la construcción de lugares posibles.

A los antiguos helenos los animaba una condición subjetiva indispensable: formar parte de una comunidad política independientemente del lugar físico donde residían. Ya en medio de la montaña, ya en la Acrópolis, ejercían sus derechos – deberes ciudadanos. Los “ticos” o costarricenses contemporáneos, con las debidas licencias del caso, participan de valores socio – culturales en base al espontáneo, y hasta natural, respeto por el semejante, encerrando en esto una aptitud para las relaciones políticas inapreciable, y de la cual muchas otras sociedades, quizá más entretenidas en la lucha de intereses sesgados, carecen.

El presente forma parte de un conjunto de textos denominados “Relatos Ticos” escritos por el narrador santafesino Adan Costa Rotela. El motivo del viaje fue académico, como docente universitario fue invitado a dar conferencias y diversos intercambios con universidades de la República de Costa Rica.

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2 thoughts on “San José actual, esa “Atenas antigua”

  1. imaginos los “ticos” o costarricenses contemporáneos ejerciendo sus deberes civicos y entre valles y colinas escarpadas donde se erige la ciudad de San José aparece esbelta la cúpula del gran palacio de los foros populares…

  2. no conocia el tema de los costarricenses,si bien la politica me desagrada ,veo que en esta descripcion de lo que sucede en este lugar es algo comun y sin discriminacion de ningun tipo,y eso me parece algo mas que importante

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