Saldar la deuda social

Homilía pronunciada el 9/07/11 por el obispo de Rafaela Carlos María Franzini en la iglesia Nuestra Señora de Itatí del barrio Zazpe de Rafaela, durante la Solemne Celebración de Acción de Gracias, con motivo de la fiesta patria, asistiendo el gobernador Hermes Binner y el intendente Omar Perotti.

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SALDAR LA DEUDA SOCIAL

(Homilía pronunciada el 9/07/11 por el Obispo de Rafaela, Mons. Carlos María Franzini, en la iglesia Nuestra Señora de Itatí, de la ciudad de Rafaela, durante la Solemne Celebración de Acción de Gracias, con motivo de la fiesta patria)

Queridos hermanos:
La Divina Providencia ha permitido que esta mañana estemos reunidos en esta iglesia de Nuestra Señora de Itatí, del Barrio Mons. Zazpe, para compartir la tradicional celebración de Acción de Gracias del 9 de julio. La Iglesia católica celebra también en este día la fiesta de la Virgen en esta advocación, tan querida y venerada en la región nordeste del país y también entre nosotros.

Las obras de reparación y puesta en valor de la iglesia Catedral nos dan ocasión para llegarnos hasta este rincón tan significativo de la ciudad de Rafaela y celebrar desde aquí un nuevo aniversario de la independencia nacional. Esta celebración, este lugar y la presencia de las más altas autoridades provinciales hablan por sí solos. Nuestra patria no terminará de ser independiente hasta que no salde su deuda fundamental que es la deuda social; es decir la deuda del conjunto de la Nación con los hermanos y hermanas que aún no pueden acceder a los niveles mínimos para una vida digna.

No importa si son muchos, más o menos. No importan datos estadísticos veraces o “dibujados”. Basta con mirar los rostros concretos de niños poco o mal alimentados, de jóvenes tomados por el flagelo de la droga y el alcohol, de hombres y mujeres que anhelan un trabajo honorable que los realice como personas y les permita sostener a sus familias, de ancianos que después de toda una vida de trabajo no pueden contar con la merecida previsión social… Contemplando estos rostros volvemos a tomar conciencia del largo camino que aún debemos recorrer para hacer del 9 de julio una fecha de auténtica independencia nacional.

Es cierto que algunos datos macroeconómicos son alentadores; es cierto que en nuestra ciudad, cabecera de una pujante región, podemos percibir señales del “viento de cola” que entusiasma a muchos. ¿Cómo no alegrarnos de las cosas que van bien?, ¿cómo no alegrarnos de la posibilidad que algunos -no la mayoría- van teniendo de acceder a mejores niveles de consumo y progreso material? Pero hemos de estar atentos para que estos signos de bonanza no adormezcan nuestra capacidad de percibir el dolor y las carencias de muchos y, en consecuencia, hacernos cargo –cada uno desde su lugar – de estas situaciones para buscar juntos respuestas. La pobreza es un problema de todos; a todos nos compromete y no nos ayuda a resolverlo el señalar las responsabilidades ajenas, sin asumir las propias.

Ya en el año 2008 decíamos los obispos argentinos en nuestro documento Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad, un párrafo que mantiene toda su vigencia y actualidad. Permítanme recordarlo en esta ocasión: “… Con vistas al Bicentenario 2010-2016, creemos que existe la capacidad para proyectar, como prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social. Estar a la altura de este desafío histórico, depende de cada uno de los argentinos. La gran deuda de los argentinos es la deuda social. Podemos preguntarnos si estamos dispuestos a cambiar y a comprometernos para saldarla. ¿No deberíamos acordar entre todos que esa deuda social, que no admite postergación, sea la prioridad fundamental de nuestro quehacer? No se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es, primariamente, un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial y requiere que nos decidamos a un mayor compromiso ciudadano. Pero sólo habrá logros estables por el camino del diálogo y del consenso a favor del bien común, si tenemos particularmente en cuenta a nuestros hermanos más pobres y excluidos…”

Quisiera resaltar algunas insistencias de este párrafo: el carácter primariamente moral de la pobreza; el llamado al compromiso ciudadano de todos, cada uno según su propio lugar en el conjunto social; el camino propuesto para encontrar soluciones mediante el diálogo y los consensos. Pero sobretodo la necesidad de un cambio de actitud personal y comunitaria que nos lleve a todos a hacernos cargo de esta deuda social, como de algo que también a cada uno nos afecta.

Por tanto hay que rechazar con toda firmeza el fácil recurso al discurso verborrágico pero descomprometido; a la promesa falaz, a los anuncios grandilocuentes o a la utilización bastarda de la pobreza y los pobres. La cultura de la dádiva, el clientelismo especulador y la manipulación de personas y grupos deben ser definitivamente desterrados de nuestra convivencia ciudadana, si de verdad queremos dar batalla al flagelo de la pobreza. La educación, la cultura del trabajo y el empeño perseverante por el bien común son las bases de una sociedad más equitativa, sin pobres y excluidos del banquete de la vida. Porque de esto se trata, mis queridos hermanos: para muchos saldar la deuda social es un asunto de vida o muerte.

Recordemos que esta celebración patria se enmarca en el “año de la vida” que hemos propuesto los obispos argentinos. Por eso quiero reiterar lo que decíamos en febrero de este año: “…En continuidad con las enseñanzas de Jesús, sostenemos el valor de toda vida humana, pero nos sentimos especialmente llamados a cuidar y promover la vida frágil, expuesta o en riesgo. Por eso nos preocupa especialmente una de las etapas de mayor fragilidad, la del comienzo de la vida, frente a una mentalidad que disminuye la gravedad moral y jurídica del aborto… Cuidar a los niños y niñas por nacer implica en primer lugar cuidar a sus madres, promoviendo embarazos saludables, velando por la alimentación y la atención sanitaria tanto de la madre como de su hijo o hija… Siempre tenemos la tarea de hacer de este mundo un lugar pacífico y justo, en el que todos los niños puedan disfrutar de una vida plena. Lo dice claramente el Santo Padre Benedicto XVI: “Lamentablemente, incluso después del nacimiento, la vida de los niños sigue estando expuesta al abandono, al hambre, a la miseria, a la enfermedad, a los abusos, a la violencia, a la explotación. Las múltiples violaciones de sus derechos, que se cometen en el mundo, hieren dolorosamente la conciencia de todo hombre de buena voluntad. Frente al triste panorama de las injusticias cometidas contra la vida del hombre, antes y después del nacimiento, hago mío el apremiante llamamiento del Papa Juan Pablo II a la responsabilidad de todos y de cada uno: « ¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad»…”

Saldar la deuda social es el desafío que nos deja esta nueva celebración del “Día de la Independencia”, si queremos hacer de ésta una celebración auténtica y fecunda. El compromiso firme y perseverante con la vida en todas sus etapas es el mejor modo de afianzar nuestra independencia y de hacerla real y palpable para todos los habitantes de esta bendita Nación.

La Virgen María, esa sencilla mujer de pueblo que supo cantar las maravillas del Dios que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, nos muestra el camino. Se trata de vivir con sencilla fidelidad y perseverante empeño la misión que a cada uno le toca dentro de la sociedad. Se trata de servir a todos, pero sobretodo a los más pequeños. Se trata de reconocernos amados por Dios y llamados a construir juntos una gran familia, donde todos seamos verdaderamente hermanos y nadie no resulte indiferente ni mucho menos desechable.

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