Rodrigo Zarazaga: el jesuita que desde Harvard estudia las redes clientelares

Como sacerdote, trabajó durante años en villas y barrios obreros del conurbano. Allí comprendió la lógica política que se pone en juego a partir de la pobreza y, ante la ausencia casi total del Estado, el lugar clave que ocupan los punteros en esa trama. Estos temas son ahora el eje de su tesis doctoral

Por Francisco Seminario (Buenos Aires)

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(Por Francisco Seminario).- A los punteros políticos se los suele asociar con algunas de las peores prácticas de la política argentina, con la trampa del fraude y la manipulación, con las arbitrariedades del clientelismo, la movilización “comprada” y tantos otros vicios persistentes de aparatos políticos ligados, casi siempre, al peronismo, aunque sin tener garantizados derechos de exclusividad en la materia. Según esta visión, muy extendida, los punteros son algo así como pequeños demonios que medran en el infierno de la necesidad ajena, toman para sí lo que por derecho es de otros y hacen su negocio -la captación de votos para algún cacique local- en medio de la desgracia.

Rodrigo Zarazaga de alguna manera exorciza estos demonios. Y no por ser sacerdote católico, que lo es, sino porque conoce como pocos la miseria en las villas bonaerenses. Trabajó durante años junto a sus pobladores mientras estaba en el seminario jesuita de San Miguel, y ahora, desde Harvard, donde desarrolla una tesis -para su doctorado por la Universidad de Berkeley- sobre el clientelismo en el conurbano, lleva varios años estudiando la particular lógica política que allí se pone en juego, con sus luces y sombras.

Sabe que la visión crítica del rol que juegan los punteros políticos muchas veces es acertada. Que hay un perverso toma y daca del que se alimenta la eficiente maquinaria electoral del peronismo, el “partido hegemónico en las villas”. Pero también sabe que los punteros se mueven entre gente absolutamente olvidada, que los reconoce como únicos agentes visibles de un Estado que no está. Y que hay mucha más racionalidad de la que se supone generalmente en el comportamiento de los votantes de barrios humildes.

De hecho, este encuentro de intereses particulares le permite a Zarazaga aplicar para su tesis lo que los académicos llaman la teoría de juegos. Es decir, identificar la dinámica de la relación que se establece entre políticos, punteros y votantes, desarrollar un modelo matemático a partir de esta interacción y sacar conclusiones que pueden, aunque éste no sea el objetivo primordial, servir incluso para hacer predicciones electorales. Una conclusión matemática indica, por ejemplo, que mientras se mantenga la actual dinámica, el Partido Justicialista va a ganar por 3 a 1 en el conurbano bonaerense. Sin importar quién se le oponga. No es un dato menor.

Pero, ¿cómo llega un sacerdote jesuita a Harvard? ¿Y por qué elige el clientelismo político como eje de su tesis doctoral? La respuesta no tiene que ver con cálculos matemáticos sino con la vocación y con una historia personal en la que, en un momento dado, religión e interés por ayudar a los pobres se encontraron y cobraron un sentido único. “Soy jesuita, y como jesuita siempre trabajé en el conurbano, en barrios carenciados de San Miguel, donde está el seminario”, cuenta Zarazaga desde Estados Unidos. “Ahí nació mi preocupación, cuando tomé contacto con la pobreza y me involucré con la gente”.

Eso fue enseguida después de terminar el secundario en el Colegio del Salvador, hacer el servicio militar y plantearse, a esa edad en que los senderos se bifurcan, a qué debía apostar en la vida. “Me dije que a Dios y a los pobres. Más adelante agregué los libros, y las tres cosas van ahora de la mano”.

Por los libros Zarazaga se refiere a la maestría en ciencias políticas que cursó en la Universidad de San Martín y al actual doctorado. Una aproximación académica a la política que explica así: “Me di cuenta, después de crear con mi padre y unos amigos una fundación de microcréditos, la Fundación Protagonizar, que ya tiene 12 años, de que iniciativas como esa son de mucha ayuda, pero que la solución real a los problemas de la pobreza pasa por la política, porque las reformas estructurales pasan por la política. Mi rol como cura no era hacer política, porque hay una contradicción en eso, pero sí puedo acercarme a la política desde la reflexión académica y desde mi conocimiento del conurbano”.

Prejuicios y certezas

Durante siete años Zarazaga trabajó en la Villa Mitre y otros barrios obreros de la zona. Allí tomó contacto con la pobreza. Se relacionó con la gente y conoció sus necesidades y preocupaciones. Conoció también a muchos punteros políticos y se sacudió algunos (sólo algunos) preconceptos adquiridos en un hogar que, afirma, “no era peronista justamente, sino más bien todo lo contrario”.

Uno de esos preconceptos dice que la hegemonía del peronismo en las villas es una aberración política. Ya no piensa lo mismo. Conocer la realidad de las villas lo llevó a revisar algunas opiniones. “Un poco peronista me hice -dice con humor-, ahora valoro su presencia allí. Es común decir que los punteros son vagos, que cobran por hacer nada, pero no es cierto. La mayoría trabaja de sol a sol, y al que no trabaja, la misma gente de la villa lo saca a patadas, porque le exige respuestas”.

Esto equivale a decir que a falta de una presencia real del Estado, el Estado, en este caso, son los punteros. No son reyes, son lo que hay. “Son reconocidos como el Estado por sus vecinos y manejan recursos del Estado”. Así es, según Zarazaga, como construyen una relación con la gente, acumulan capital político y se ganan cierta reputación, que a su vez supone una responsabilidad, porque “cuando hay un chico con un ataque de asma a las 3 de la mañana, cuando alguien necesita atención de urgencia o realizar un trámite, la respuesta pasa por el cura o el puntero”.

Claro que la que se establece es una relación absolutamente utilitaria. Y por partida doble. “Nadie come vidrio, ni el puntero ni el votante: no hay una recreación de la figura de Evita a través del puntero, y de hecho casi nadie en la villa sabe quién fue Perón. Es pragmatismo puro”, asegura Zarazaga. Un puntero de San Miguel, cuenta el sacerdote, lo expresaba así: “Si antes cantábamos aquello de combatir el capital, hoy sólo hacemos política con y por el capital”. Y otro aclaraba, no como un pecado que le incomodara en el pecho sino como un dato de la realidad, que él repartía todo lo que le daban, salvo el aceite. El aceite lo vendía en su casa.

La contrapartida al plan social, la bolsa de comida, el favor o la ayuda es, claro está, el voto. No hay una relación directa, por supuesto. Pero hay una relación. “Si después los pobladores de las villas votan al puntero, no es porque estos ejerzan un monitoreo de los votantes. Esto puede funcionar, pero sólo marginalmente. Lo votan porque es el único que está, el único que les ofrece soluciones. Lo necesitan porque no hay nadie más”. Es un sistema arbitrario, admite Zarazaga, pero “desde otros partidos no han intentado siquiera tener presencia en los barrios pobres”.

Es decir, la matriz del clientelismo no está siendo disputada. Y la importancia política de esta realidad cobra relevancia si se considera que tiene lugar en distritos que, combinados, representan el 35 por ciento del electorado argentino. El desafío, estima Zarazaga, es ver de qué manera esta red clientelar puede ser transformada en una herramienta de promoción social más transparente y menos caprichosa. A su juicio, iniciativas como la asignación universal por hijo no están concebidas para terminar con los punteros, porque éstos “retienen el manejo de la información”.

Para su tesis, que desarrolla junto al profesor Robert Powell, una verdadera eminencia y un especialista en la aplicación de la teoría de juegos para analizar conflictos internacionales, Zarazaga realizó durante los últimos cuatro años el trabajo de campo y mantuvo entrevistas con 120 punteros políticos de la provincia de Buenos Aires.

Con algunos, admite, la relación fue conflictiva. “Hay cosas que son inaceptables, como el reparto de droga en la movilización de micros, que es real y bastante generalizado”. Pero con otros llegó incluso a trabar amistad. “Si hay vocación social en el puntero, puede haber un punto de encuentro. Después de todo, curas y punteros tenemos mucho en común”.

Quién es Nombre y apellido: Rodrigo Zarazaga Edad: 38 años Porteño y jesuita: Nació en Buenos Aires, en 1971, cursó la escuela primaria y el secundario en el Colegio del Salvador y en 1991 ingresó en la Compañía de Jesús. En 2003 se ordenó sacerdote jesuita. Del microcrédito a Harvard: Inspirado en las ideas de Yunus, creó junto a su padre Protagonizar, una Fundación de microcréditos. Realizó un posgrado en ciencias políticas y actualmente, en Harvard, trabaja en un doctorado por la Universidad de Berkeley.

Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, 20 de junio de 2010.

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