Restaurando nuestra alma: María Magdalena en la cueva rocosa

Por María Inés Adorni.- Veo una cueva rocosa, en la que hay un lecho de hojas acomodadas sobre un rústico armazón de ramas entretejidas sujetas con juncos, la gruta cuenta como una piedra grande que hace de mesa, y un poco de asiento, contra el lado del fondo se ve asimismo un gran trozo de roca desquebrajada pulida, sobre ella que tiene la apariencia de un rústico altar, aparece colocada una cruz formada de dos ramas mantenidas juntas con mimbre, la que habita la cueva ha plantado en la tierra una planta de hiedra  cuyos ramas han sido conduciéndose hasta encuadrar la cruz.

Mientras en dos rústicas vasijas que deben haber sido moldeadas con sus manos hay flores silvestres recogidas en las cercanías y colocadas al pie de la cruz. Al pie del altar hay unas ramas espinosas y un flagelo de cuerdas anudadas, y una rústica vasija con agua.

Desde su abertura se ve a lo lejos el mar, ramos de hiedras, madreselvas y rosales silvestres y montes. 

Una mujer descarnada, cubierta con un rústico vestido oscuro, en el que lleva una piel de cabra como manto en su espalda, penetra en la gruta, removiendo los ramos, parece cansada, su edad es indefinible, si hubiera de juzgarse por su rostro marchito tendría que tener muchos años como más de sesenta, y si por su cabellera abundante y dorada, no más de unos cuarenta.

Ella le cuelga en dos trenzas, a lo largo de su espalda curva, esta mujer ha de haber sido hermosa porque su frente se mantiene alta y sin arrugas, la nariz bien formada, y el óvalo de la cara bien proporcionado, sus ojos ya no tienen brillo, se hayan fuertemente hundidos y dos surcos a su lados, dos ojos que se notan el abundante llanto derramado, dos arrugas que se han entallado desde los ojos a la nariz y perdiéndose en la comisura de los labios, característica arruga del que ha sufrido mucho. Y desde la nariz desciende otro surco socavado hasta los labios.

Las cienes las tiene socavadas y el azul de las venas resalta en el contraste de su intensa palidez, la boca caída con ondulación de desfallecimiento, es de un rojo palidísimo, en un tiempo debió ser una boca espléndida, mas ahora se encuentra ajada, la curva de los labios viene a ser semejante a la de dos alas que cuelgan rotas, es en fin una boca de dolor.

La mujer va arrastrándose hacia la piedra que hace de mesa y deposita fresas silvestres, después se dirige al altar arrodillándose, más se encuentra tan débil que al hacerlo casi se desploma, y para incorporarse ha de apoyarse sobre una mano en la piedra, ora con la mirada puesta en la cruz y las lágrimas les resbalan por el surco hasta llegar a la boca que la absorbe, después deja caer al suelo su pie de cabra , quedándose con la túnica y coge los flagelos y las espinas comprime las ramas espinosas en torno a su cabeza y a los muslos y se azota  con los cordeles, mas su debilidad es tanta que no puede hacerlo, deja caer el flagelo y apoyándose con ambas manos y la frente en el altar dice…

-No puedo más. Mas sufrimiento para recordar tus dolores, su vos hace que la reconozca, es María de Magdalena, me encuentro en su gruta de penitente, María llora, llama a Jesús.

Ya no puede sufrir más, llama a Jesús con todo su amor.

Pero si amar todavía, su carne, ya no puede resistir la fatiga, mas su corazón aún tiene latidos de amor.

Se consume agotando sus últimas fuerzas, ella ama teniendo la frente coronada de espinas, y ama hablando a su maestro en una continua profesión de amor y en un renovado acto de dolor, está postrada con la frente en tierra, la misma postura que tenía en el calvario ante la cruz.

Mas ahora llora porque no está Jesús.

-Se me va la vida, maestro mío, y ¿habré de morir sin volver a verte? ¿cuándo podré gozar de tu vista?, mis pecados están delante de mi acusándome, tú me los perdonaste, y no creo que sea para el infierno, mas tanta tardanza en la expiación.

O maestro bueno por el amor que me diste, conforta mi alma, llega mi hora de mi muerte, por el sufrir tumorado desde la cruz, confórtame, tú me engendraste, tú me resucitaste a mí, más que a mi hermano Lázaro, puesto que él ya era bueno, y la muerte era una espera en tu Tierra.

Yo era la que estaba muerta en el alma, y mi morir suponía para mi morir para siempre, Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu, es tuyo por haberlo tu redimido, acepto como última expiación de degustar la aspereza de morir abandonada, como tu pero al menos dame una señal, de que mi vida ha servido para expiar mis pecados, María.

Aparece Jesús como si bajara de la mística cruz, mas no se encuentra llagado ni moribundo, más se lo ve hermoso, baja del altar, se dirige a la que se halla postrada, se inclina hacia ella, e incluso la llama, y María por creer en esa vos que se le hace familiar, levanta su rostro, Él la toca poniéndole la mano sobre la cabeza y tomándola del codo, para levantarla, ella lo reconoce por su mano, lanza un grito y levanta el rostro transfigurado de gozo y vuelve a bajarlo para besar sus pies.

-Levántate María, soy yo.

La vida se acaba, es cierto, pero yo vengo a decirte que no hay espera para ti.

Todo te fue perdonado, desde el primer momento, tu puesto ya se haya en mi reino, y para anunciártelo he venido María, cuanto de ti tengo recibido, revivamos junto María, unas horas que hemos pasado en Betania, eran unas horas el sábado faltaban seis días para que yo muriese, tu casa, ¿la recuerdas?, ¡que hermosa!, con el cerco florido de los frutales, el agua cantarina en el estanque , mientras las primeras rosas desprendían sus aromas en torno a sus muros.

Lázaro me invitó a cenar y tu buscaste las flores más bellas para adornar la mesa en la que me senté a comer, los preparativos, me serviste adelantándote a los criados como una gacela, corriste a abrir la puerta con un grito de alegría.

Los apóstoles estaban todos conmigo, incluso, aquel a la sazón, ya era un miembro gangrenado del cuerpo apostólico, pero bien allí estabas tú para ocupar tu puesto, tus ojos llenos de sinceridad y de amor, más que nada tu espíritu, y yo no tenía disgusto de tener a mi lado al traidor, para esto te quise a mi lado sobre el calvario, y en el huerto de José, y para esto sabría que mi muerte no habría sido en vano, y al mostrarme a ti, era para darte las gracias por la fidelidad de tu amor, seas bendita María, porque jamás me traicionaste, porque me confirmaste en mi  esperanza de redentor, y porque en ti he visto siempre a todos los salvados por mi muerte, mientras todos comían, tu adorabas, bañaste con agua perfumada mis pies cansados, me ungiste la cabeza arreglándome los cabellos igual que una mamá, mis manos y mis pies con olor a perfume. Y Judas que te odiaba, porque eres honesta, y con tu honestidad, rechazabas a los hombres y yo te defendí, porque todo lo hiciste por amor, un amor tan grande que su recuerdo me acompañó en la agonía y se prolongó desde la tarde del jueves hasta la hora de nona.

Por aquel acto de amor que tú me diste en el umbral de mi muerte vengo yo ahora a pagártelo yo con amor, en el umbral de la tuya.

María, tu maestro te ama, y aquí le tienes a él para decírtelo.

No tengas temor, el mártir da la vida por el amor de su Dios, el penitente la vida por el amor de su Dios.

Ya ves, el martirio, la penitencia y el amor consuman un mismo  sacrificio y por idéntico fin en ti por tanto.

María, yo te precedo en la gloria, bésame la mano y descansa en paz, descansa, llegó para ti el tiempo de descansar, entrégame tus espinas, pues ahora es tiempo de rosas, descansa y espera bendita, yo te bendigo.

Jesús le ha obligado a María a acostarse a su camastro, y la santa con su rostro bañado en llanto estático se ha tendido como se lo ha dispuesto su Dios, y pronto parece dormir con sus brazos cruzados sobre su pecho corriéndoles las lágrimas de continuo, si bien con la boca abriéndose con una sonrisa, llega un ángel depositando un cáliz en el altar, María lo adora, arrodillándose en el camastro, ya no puede ya moverse, faltándose las fuerzas, más se siente muy feliz, el ángel toma el cáliz y le da la comunión.

María Magdalena como flor acostada se va plegando teniendo sus brazos cruzados sobre su pecho, ha muerto.

La casa de Betania toda florida y en fiesta, la sala, ricamente dispuesta, Marta en los quehaceres domésticos y María Magdalena ocupándose que no faltasen las flores y ha seguido la arribada de Jesús con los doce, y su encuentro con María que lo acompaña hasta su casa, Lázaro acude al encuentro del maestro y van a su casa, hasta llegar a una sala, María lleva el agua para lavarle los pies a Jesús, cambia después el agua y sostiene el recipiente hasta que Jesús se lava las manos y cuando el devuelve la toalla, les coge las manos y se las besa, a continuación se sienta en el suelo a los pies de Jesús, y le escucha en la conversación que mantiene con su hermano.

María no habla en absoluto, escucha y tan solo ama, después comen, las dos hermanas sirven la mesa, ellas no comen, lo hacen únicamente los hombres, ellas sirven la mesa.

Jesús bebe agua solo al final un poco de vino, y ya cuando llega el final de la cena, las frutas y los dulces, María había desaparecido unos instantes porque fue a buscar una ánfora y le unge los cabellos con perfume semejando a una madre con su pequeño, una vez que terminó besa suavemente la cabeza de Jesús, y sus manos y los pies. Los discípulos la observan, Juan sonríe, Pedro mueve la cabeza y sonríe, Judas por último con la mirada indefinible pero indigno hace explotar su mal humor.

María se siente asombrada y se pone a obedecer a Judas.

Cuando Jesús dijo déjala y no reproches a una buena obra, ella ha realizado una acción buena conmigo, yo ya no los tendré conmigo, ella ha anticipado el homenaje sacrificado de mi cuerpo ante vosotros, ungiéndome para la sepultura.

En verdad les digo que hasta el fin del mundo y en cuanto lugares se predique el evangelio, se recordará cuanto ella ha revelado, su acción será para las almas, una lección que les enseñé a entregarme su amor, apreciado por Cristo, todo sacrificio es un embalsamiento ungido de Dios, y que la gracia descienda para fecundar los corazones en el amor, Judas respeta a María y en ella a mí. Imítala si puedes, respétate incluso a ti mismo porque no es deshonra aceptar con pureza un puro amor, no tener envidia, Judas ya hace tres años que vengo amaestrándote, sin lograr que cambies, ya está cerca la hora….Judas, Judas.

Gracias María Magdalena, persevera en tu amor.

Almas llevar el amor de Cristo en sus corazones.

Sembrando semillas de fe…

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