Represalia y desquite

No existe ninguna razón (ni política ni económica ni social) que respalde el atropello kirchnerista contra Papel Prensa. Tampoco el kirchnerismo necesita de razones. Las normas, la ley y las instituciones valen ya muy poco.

Por Joaquín Morales Solá (Buenos Aires)

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Una vieja aspiración de los gobiernos autoritarios ha sido, y es, el control del suministro de papel para la prensa gráfica. El intempestivo desembarco de Guillermo Moreno en Papel Prensa, la empresa que provee del principal insumo a gran parte de los diarios argentinos, sólo confirma la decisión política de los Kirchner de acorralar a los medios periodísticos hasta extenuarlos. La conclusión a la que ha llegado el matrimonio gobernante es muy clara: el periodismo fue el culpable de su fracaso electoral el 28 de junio pasado y deberá pagar por esa culpa. De igual modo que el sector rural está pagando por la primera derrota política que sufrió la pareja gobernante, cuando el Senado rechazó las retenciones a la soja en 2008.

Represalia y desquite. Esa es una parte de la verdad. La otra consiste en suponer erróneamente que el kirchnerismo recuperará el crédito social no bien haya controlado al periodismo independiente. Si la historia de las sociedades se escribiera de manera tan simple y trivial, jamás hubiera implosionado el bloque soviético ni hubieran caído las dictaduras de otro signo ideológico que asolaron al mundo durante buena parte del siglo pasado. Pero Néstor Kirchner tiene viejos conceptos, al parecer congelados en la refrigerada Santa Cruz.

Vale la pena consignar un ejemplo: el actual senador Alfredo Martínez, radical de Santa Cruz, suele recordar que fue durante muchos años intendente de Río Gallegos cuando Kirchner era gobernador. En los actos oficiales que ambos debían compartir, la televisión local nunca tomaba imágenes del intendente, al que mostraba de espaldas. Las cámaras exponían sólo al entonces gobernador Kirchner, que controlaba con mano férrea los medios de comunicación.

Moreno es el pendenciero ideal para estos menesteres. Un hombre capaz de destruir por orden de su jefe la vieja y prestigiosa agencia oficial de estadísticas y de maltratar a empresarios con un vocabulario de burdel, está en condiciones de llevar hasta el final la ofensiva kirchnerista contra el periodismo. Moreno tiene ideas tan obsoletas y pasadas de moda como las de Kirchner, pero ese detalle importa poco: lo que importa es su vocación para obedecer hasta más allá del deber. Por eso, podría deducirse sin margen de error que quien compareció en Papel Prensa fue Néstor Kirchner en persona y no sólo Moreno.


Tampoco la Presidenta es inocente. De hecho, Moreno dijo que el empellón a la empresa papelera era una “orden de la presidenta de la Nación”, según el valiente testimonio de Carlos Collasso, un representante del Estado en el Consejo de Vigilancia de Papel Prensa, que asistió, evidentemente estupefacto, a la sesión de diatribas del secretario de Comercio Interior. Cristina y Néstor Kirchner no desentonan cuando se trata de estigmatizar a la prensa.

No es casual, del mismo modo, que Moreno haya designado como jefa de todos los representantes estatales en la empresa a Beatriz Paglieri, la misma funcionaria que llevó a cabo la demolición del Indec. Los gritos y los insultos a los actuales directores estatales de la empresa y la conversión de Paglieri en una procónsul de Moreno en Papel Prensa, motivaron, inclusive, la renuncia de los otros directores estatales, Carlos Mauricio Mazzón (hijo de Juan Carlos Mazzón, influyente operador de Kirchner) y Juan Drucker.

Según se desprende del testimonio de Collasso, la estrategia de Moreno no difiere de otras que el kirchnerismo ya puso en marcha, muchas veces exitosamente, para apropiarse de empresas privadas. Consiste primero en movilizar a los gremios que representan a los trabajadores de la empresa en cuestión. Los conflictos laborales llegan entonces hasta el punto de hacer inviable la vida de la empresa. El Gobierno interviene luego la compañía y, por último, la expropia. Moreno puso especial énfasis en conocer a los dirigentes gremiales de la empresa. El operativo de acoso contra los dueños actuales de Papel Prensa ha comenzado, entonces.

El kirchnerismo se escuda siempre en su supuesta lucha contra las cosas que hizo la dictadura de los años 70. Hay mucho de hipocresía en esos argumentos. En efecto, está hablando ahora de que la ley de medios audiovisuales vigente es una ley de la dictadura, olvidando las 140 modificaciones que gobiernos democráticos le hicieron a esa norma y que cambiaron de raíz su concepción original.

Uno de los argumentos actuales contra Papel Prensa es que fue comprada por tres diarios (La Nación, Clarín y La Razón ) durante la dictadura. Pero, ¿no hubiera sido peor que los militares controlaran hasta el abastecimiento de papel a los medios gráficos? ¿La producción nacional de papel para diarios no fue, acaso, una conquista para la independencia del periodismo, que dejó de depender exclusivamente de las importaciones de papel y de los consiguientes arrebatos de los gobiernos de turno?

La compra de Papel Prensa no fue un trámite fácil. Incluso, varios directivos de los diarios vivieron amenazados durante un largo tiempo. El entonces mandamás de la Armada, Emilio Massera, se oponía a esa compra y deslizó inconfundibles mensajes intimidatorios contra los principales directivos periodísticos. En aquella época, una palabra de Massera podía significar la vida o la muerte de cualquier argentino. Massera tenía un proyecto político que consistía en capturar el poder y eternizarse en él; consideraba indispensable para concretar esa ambición el control de los medios de comunicación, de la cultura y de la educación.

Otro argumento que usa el oficialismo es que Papel Prensa sólo abastece a sus dueños (La Nación que controla el 22,49 por ciento de las acciones, y Clarín , que posee el 49 por ciento del paquete accionario) en detrimento de los diarios más pequeños. No es cierto. Papel Prensa les vende papel a gran parte de los diarios del país y, en momento de crisis como la actual, vende mucho menos que lo que produce.

Ahora bien, si el Gobierno está tan preocupado por los diarios del interior ¿por qué no les vende a ellos su participación en el paquete accionario de Papel Prensa, que es un 27,46 por ciento? ¿Por qué en lugar de esa sana decisión prefirió buscar el camino que lo lleva directo a una nueva expropiación y al control por parte del kirchnerismo de la producción nacional de papel para diarios?

Papel Prensa fue pensada para una producción anual de 105 mil toneladas, pero ahora puede producir 150 mil toneladas por año. Ese enorme progreso tecnológico, que requirió inversión, desde ya, estuvo acompañado de estrictas normas para preservar el medio ambiente y cumplir con los necesarios principios ecológicos. Es una empresa que cotiza en Bolsa y está sometida a todos los controles que se requieren para eso.


No existe ninguna razón (ni política ni económica ni social) que respalde el atropello kirchnerista contra Papel Prensa. Tampoco el kirchnerismo necesita de razones. Las normas, la ley y las instituciones valen ya muy poco. ¿Acaso Moreno no nombró a su espadachín Paglieri a cargo de toda la representación estatal en la empresa sin que la eventual directora haya sido designada por la asamblea de la empresa, que está prevista para fines de este mes?

El primer Perón, en el que Kirchner más se inspira, creó un sistema según el cual el Estado concedía cuotas de papel, entonces totalmente importado, a los diarios. Los diarios amigos recibían más cuotas y los enemigos, menos. En los primeros años de la década del 50, La Nación llegó a editarse con sólo seis páginas durante la semana y con diez páginas los domingos. Era el resultado de lo poco que le tocaba en ese arbitrario reparto.

¿Quiere Kirchner repetir ahora ese viejo método del autoritarismo? Es probable. Pero tiene un problema: el mundo ha evolucionado mucho más que él y todas las pasadas experiencias de censura le sirvieron al periodismo para saber que el camino de la resistencia carece de atajos.

Fuente: Joaquín Morales Solá en diario La Nación, 8 de octubre de 2009.

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