Renuncia de D´Elía: no debió ir tan lejos

Kirchner supuso, durante su descanso patagónico interrumpido por D´Elía, que su subsecretario actuaba más como vocero de Hugo Chávez que como funcionario suyo.

Por Joaquín Morales Solá

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No hay peor error en política que ser inoportuno. Y Luis D’Elía se les cruzó anteayer a Néstor Kirchner y a dos de sus objetivos más nuevos e importantes: reconquistar a los remisos sectores medios de la sociedad y reconciliarse con la comunidad judía después del primer romance y de la posterior ruptura.

El locuaz ahora ex subsecretario de Tierras para el Hábitat Social nunca había incomodado tanto al propio presidente. Había incordiado a muchos, pero no a su propio jefe. Sin embargo, su petulancia llegó al extremo de suponer que fueron los Estados Unidos e Israel los que promovieron su salida del Gobierno. Es difícil imaginar a Washington y a Jerusalén inquietos por D’Elía, aunque su expulsión refiere también -es cierto- a algunos giros de Kirchner en política exterior.

D’Elía hizo trascender siempre que sus acciones -aun las más rechazadas por la sociedad- contaban con el acuerdo presidencial. No podría negársele, en efecto, que estaba donde estuvo por decisión personal de Kirchner. Su interlocutor en el Gobierno era el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, el mismo que tuvo la misión de pedirle la renuncia en la noche del lunes. La suerte de D’Elía estaba echada cuando Parrilli anunció extraoficialmente que el ex subsecretario se iría del Gobierno.

Por el contrario, ni el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, ni el ministro de Planificación, Julio De Vido, de quien D’Elía dependía formalmente, respaldaban la decisión de mantenerlo dentro del gabinete de Kirchner. De hecho, no hay una sola foto que haya captado nunca a De Vido y a su subalterno D’Elía juntos en un mismo momento. A su vez, Alberto Fernández desautorizó públicamente a D’Elía cuando éste promovió la expropiación de tierras en poder de extranjeros.


Vale la pena repetirlo. No fue Parrilli el culpable de que D’Elía haya estado en un lugar que nunca le correspondió. Su presencia fue una decisión de Kirchner, que respondió a dos razones. La primera de ellas fue captar a los ex dirigentes piqueteros para que se fueran de la calle sin que el Gobierno debiera reprimirlos. A muchos de ellos les dio cargos oficiales y generosos presupuestos, incluidos muchos planes sociales que distribuyen a cambio de inquebrantables solidaridades.

La segunda razón aludía al temor que provocaba en muchos sectores sociales la existencia en el Gobierno, siempre difusa, del virtual jefe de una fuerza de choque. Ningún empresario olvidó nunca, por ejemplo, aquel enojo público de Kirchner con las petroleras Shell y Esso y el inmediato boicot de D’Elía a sus estaciones de servicio. Cada vez que el Presidente aludía críticamente a sectores empresarios, éstos esperaban a D’Elía en la puerta de sus empresas. El ex piquetero llegó pocas veces a la cita, pero algunas veces llegó. El precedente y el temor eran lo importante.

Ambas razones fueron incluso más importantes que la extravagancia de tener sentado en el gabinete a un revoltoso que había tomado y destruido una comisaría. La causa por ese delito sigue abierta a pesar de las gambetas jurídicas y políticas que hizo D’Elía cuando estaba -eso sí- bajo protección oficial. Ahora ha quedado desguarnecido, parado bajo cielo abierto. Es probable que la Justicia, cuyos estamentos intermedios están siempre pendientes de los humores del Gobierno, retome aquel caso impune.

Después de la derrota de Misiones, Kirchner entrevió que los sectores medios de la sociedad argentina podían darle la espalda o, lo que ya sería insoportable para él, irse con algunos de sus opositores. Decretó la defunción de los proyectos reeleccionistas de gobernadores e intendentes y modificó la integración de la Corte Suprema de Justicia, reforma que le venían reclamando con la misma insistencia con que él la negaba.

Mal momento para una estelar aparición de D’Elía, siempre rechazado por esos sectores sociales. Pero, encima, el ex piquetero hizo un acto de flagrante contradicción con las políticas actuales de Kirchner.


Veamos cómo fueron las cosas. Hace veinte días, el Presidente les envió un mensaje a los fiscales de la causa por la masacre de la AMIA de que contaban con su total apoyo para pedir la captura internacional de ocho ex jerarcas de Irán, entre ellos un ex presidente de ese país. Pocos días después, el juez Rodolfo Canicoba Corral hizo suyo el dictamen de los fiscales y ordenó tales capturas. La reacción del gobierno iraní fue dura, descortés e improcedente.

Coincidieron en el tiempo el canciller Jorge Taiana, que le entregó a un diplomático iraní una fuerte protesta del gobierno argentino a Teherán, y la visita de D’Elía a la embajada iraní en Buenos Aires para expresarle su solidaridad al gobierno teocrático de los ayatollahs. Taiana y D’Elía son funcionarios del mismo gobierno. Esa contradicción se prestaba a la suspicacia: ¿cuál era la posición formal de Kirchner? ¿No estaba Kirchner jugando otra vez a la dualidad y practicando el doble discurso?

Kirchner supuso, durante su descanso en la bella primavera patagónica interrumpido por D’Elía, que su subsecretario estaba actuando más como vocero de Hugo Chávez que como funcionario suyo. El caso de Irán ya había enfriado la relación entre Kirchner y Chávez, porque éste es un ferviente defensor de los ayatollahs iraníes. La profundización de la investigación del atentado a la AMIA (y su obvia conclusión de que hubo instigación y financiación de Irán para esa masacre) acerca objetivamente a Kirchner a los intereses estratégicos de Washington y de Israel.

Pero no es eso lo más importante. D’Elía, un abanderado de causas nacionalistas rancias y en desuso, quedó encerrado en una posición con muy pocos vínculos con los intereses nacionales. Si fuera cierta la investigación de la justicia argentina (y su seriedad ha sido ponderada por todos los que conocen la causa del atentado a la mutual judía), aquella masacre de hace 12 años, que se llevó 85 vidas argentinas, fue una clara agresión externa al territorio soberano de la Argentina y al conjunto de su sociedad.

D’Elía cayó cuando confundió los pequeños intereses políticos con la dignidad nacional y el valor de la vida. Nunca nadie debió dejarlo llegar tan lejos.

Por Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 15 de noviembre de 2006.

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