Reflexionar sobre el trabajo y la capacitación

Palabras pronunciadas por Rodolfo Zehnder en la inauguración de la Primera Jornada Social: “Capacitación para el trabajo, herramienta y desafío para el futuro”, Rafaela 7/10/06.

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Cuando nos dispusimos a organizar esta Primera Jornada Social en Rafaela, desde la Comisión Justicia y Paz, me surgió una serie de reflexiones que quiero compartir con Uds.
Ésta es una jornada de encuentros. De encuentros entre distintos factores de la producción. Encuentro entre trabajadores, sindicalistas, empresarios grandes y pequeños. Encuentro entre jóvenes y adultos, entre educadores y funcionarios públicos; rafaelinos y gente de la región, y distinguidos disertantes de Capital. Y pensé: qué importante es el encuentro, porque implica diálogo, porque el hombre es un ser dialógico, un ser-con-otro, re-ligado y abierto a la común-unión, como enseña el personalismo desde Maritain y tantos otros. Y qué experiencia interesante fue la del Diálogo Argentino, pero a la vez desaprovechada, pues podía haber dado más frutos si los distintos actores -superando los egoísmos sectoriales- hubieran aportado más desinteresadamente al Bien Común, ese concepto que se pronuncia reiteradamente pero no termina de aprehenderse e internalizarse.
Nos quejamos de la creciente confictividad social. Los unos contra los otros, en una suerte de estado de jungla, del que hablaba Hobbes, y donde a veces parece cierta la metáfora de que el hombre es el lobo del hombre.
La conflictividad nace del desencuentro. Por eso es bueno reunirse, por eso es imperioso juntarse e intercambiar ideas, claro que de buena fe, claro que aspirando sinceramente a abarcar las tesis y las antítesis -y sin que esto me convierta en hegeliano- en una síntesis superadora.
Aquí están presentes el sector privado y el público, funcionarios públicos. Qué necesaria es la autoridad. Y qué responsabilidad enorme! Pero en sentido lato,  muchos de los aquí presentes somos “autoridad”: al frente de una empresa, de un sindicato, del aula. Sabemos que la autoridad es esencialmente servicio y en él estriba su justificación; y que la política es el ejercicio más excelso de la caridad. Pero todos, como actores sociales dotados de poder -cuyo único valor es instrumental-, debemos tener presente que hay que hacer fructificar los talentos, no sea cosa que se nos quite todo, por holgazanes, cómodos, pusilánimes, descomprometidos, estériles en suma. Si así lo entendemos, no será de aplicación en nosotros la tragicomedia histórica de Fuenteovejuna.  

Nos congregamos para reflexionar sobre el trabajo y la capacitación como uno de sus componentes básicos. Sobre el trabajo como derecho humano, como factor de humanización (como afirma Chenu); como co-participación en la obra creadora, Sobre la “creatio continua” como mandato humanizante frente a la libertad quebrantada (al decir de Eckholt). Sobre el problema del trabajo como clave esencial de toda cuestión social. Pero en esta época nueva, de realidades virtuales, constatamos -desde el campo del Derecho- una sobrevaloración de los derechos -lo cual lleva a su difuminación, como advierte Massini- sin el correspondiente correlato de los deberes. Con lúcida clarividencia Lipovestsky nos habla del “crepúsculo del deber”, del altruismo indoloro que sustituye al amor al prójimo y se complace en la distancia, un altruismo que desencadena teatrales gestos de solidaridad y al mismo tiempo libera del compromiso a los individuos. Nos hemos vuelto más sensibles a la miseria expuesta en la pantalla del televisor que a la inmediatamente tangible. La caridad de los medios no implica ya una moral de obligación sino sentimental, mediática; la emoción prevalece sobre la ley, culminando en una moral del sentimiento, “emotivista” (como señala Mac Intyre). Los individuos se sienten cada vez menos orientados a cumplir deberes obligatorios, sino cada vez más conmovidos por el espectáculo de la desdicha del prójimo, ajena y en cierto modo extraña. Nuestra caridad, por tanto, debería conducirnos por el sendero de los imperativos éticos, superando el asistencialismo paternalista (que, cuidado, sume a sus receptores en la incapacidad) y la solidaridad públicamente institucionalizada, que también genera dependencia. Claro que, como toda tarea humana, nada se puede lograr sin ejercitar, en la medida de nuestras múltiples limitaciones de nuestra débil -si bien no huérfana- condición humana, las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad). Decía Charles Peguy que de las tres, insoslayables todas, se quedaba con la esperanza, porque es la movilizadora de las otras dos, la que nos ubica en una suerte de tensión escatológica (recordemos aquí a Romano Guardini), trabajando y esperando lograr algo con nuestro trabajo, que para nosotros será acercarnos a ese Alguien que da sentido a nuestras vidas. Que no nos pase lo de Hamlet, en la tragedia de Shakespeare, donde ser o no ser era una duda -no cartesiana-, sino mortal. Que seamos, que actuemos, sin que eso nos convierta solamente en hombres de la praxis, sin lugar para el recogimiento, la meditación, la oración (que también es una forma de trabajar), el repliegue en sí mismo, la Providencia. Con esta predisposición de ánimo y de espíritu, dejo formalmente inaugurada este Primera Jornada Social, y les agradezco a todos su presencia.

                            Rodolfo Zehnder
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