Rafaela en la llanura, sin ríos y con cemento

Si bien el calentamiento global existe, por estos lares se ve enormemente potenciado por la ausencia de una política que lo atempere en un medio al que la naturaleza no privilegió.

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Por María Inés Vincenti.- Rafaela se alzó en una estepa humedecida; nosotros la llamamos llanura y es nuestra pampa. La vegetación de este ambiente es continua y está representada por las gramíneas. En la pampa argentina no crecen, en forma natural, los árboles. El ombú no es un árbol, es una hierba.

Los viajeros extranjeros que recorrieron la llanura, hasta comienzos del siglo XX, reflejaron su admiración por un sitio donde la vista se perdía en el horizonte.

En el departamento Castellanos, las primeras mensuras realizadas en la década de 1860, dieron cuenta de la ausencia de árboles y solo señalaron algunas pequeñas “isletas” (montes de 3 a 10 hectáreas).

Por otra parte, no contamos con lagunas, arroyos, ni ríos. Las cañadas no poseen aguada permanente, ni siquiera las más significativas como la de Romero o Los Sunchales.

La gran mayoría de los pueblos trazados a fines del siglo XIX, tenían una plaza central de 4 manzanas, según los principios vigentes en la modernización de esa época, distintos a los de la etapa colonial. Así, lo ordenaba la normativa vigente. Cuando aumentaron su superficie, las limitaron a una manzana. Existe un considerable número de barrios en Rafaela sin el necesario espacio verde o se limitan a uno de escasa superficie. Es decir, hemos involucionado.

Si bien los particulares, tanto en el campo como en las ciudades y pueblos, introducen árboles y arbustos, son acciones privadas, limitadas por el espacio disponible y las posibilidades económicas de cada uno. Por su parte, las autoridades comunales y municipales intiman a los frentistas a quitar los árboles crecidos, como el paraíso.

Ese tipo de árbol era obligatorio plantarlo a fines del siglo XIX y principios del XX. Nuevamente, hemos involucionado.

Además, Rafaela, ha crecido en altura y las calles están pavimentadas o empedradas. Ello implica agregar, sobre la llanura, millones de toneladas de argamasa.

A las avenidas de la ciudad le adicionan cada año más cemento, como ha ocurrido recientemente en la emblemática avenida Santa Fe.

También a los espacios libres de edificación, como el llamado Predio de la Flor y de propiedad pública, las autoridades pretenden sumar más hormigón con edificios en altura.

En los llamados “barrios de las quintas”, los privados implantan árboles y arbustos, pero están condicionados por la superficie que poseen en propiedad.

En las vías de Rafaela es posible observar la carencia de plantas que el Municipio debe enterrar; en muchas arterias el vacío de las mismas es notable. No hay calles donde se forme un arco, al tocarse los árboles de una vereda con la otra. El vandalismo reinante y la ausencia de riego por parte del Municipio coadyuban a crear la situación descripta.

Como consecuencia de lo hasta aquí expresado, estamos en condiciones de afirmar que, en Rafaela, debería existir en el espacio público, un árbol por cada habitante. Asimismo, correspondería la creación de parques con una superficie dilatada con lagos artificiales incluidos y callejuelas internas y en los cuatro puntos cardinales. Ante la adversidad, convertirla en un oasis.

Por otra parte, cabe señalar que el Vivero Municipal ha sido clausurado hace varios años y la reapertura del mismo contribuiría a aliviar la hacienda local y la economía de los ciudadanos.

Si bien el calentamiento global existe, por estos lares se ve enormemente potenciado por la ausencia de una política que lo atempere en un medio al que la naturaleza no privilegió.

El hombre puede actuar sobre la naturaleza adversa, en forma negativa o positiva. Es una elección, pero los responsables, deberán dar cuenta por las consecuencias.

La autora es miembro de número de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.

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