“Radio Montevideo nos informaba, Radio Nacional Argentina celebraba el gol de Passarella»

Opina el padre Vicente Martínez Torrens (70 años). Nació en la provincia de Alicante (España). Llegó al país a los 8 años y es ciudadano argentino. Creció en General Roca, donde sus abuelos se radicaron en los inicios de 1900. En 1970 se ordenó sacerdote e ingresó a la orden de los Salesianos. Y agrega: «326 murieron en la guerra… 400 se suicidaron terminada la guerra…”.

Por María Herminia Grande (Rosario)

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“Radio Montevideo nos informaba, Radio Nacional Argentina celebraba el gol de Passarella… 326 murieron en la guerra… 400 se suicidaron terminada la guerra…”

Padre. Vicente Martínez Torrens: (70 años) – Nació en la provincia de Alicante (España). Llegó al país a los 8 años y es ciudadano argentino. Creció en General Roca, donde sus abuelos se radicaron en los inicios de 1900. En 1970 se ordenó sacerdote e ingresó a la orden de los Salesianos. – Fue el primer sacerdote que llegó a las Islas Malvinas el 3 de abril después del desembarco recuperador de nuestra soberanía – escribió los manuscritos y sacó las fotos que ilustran su libro llamado: «Dios en las trincheras» que contiene más de 200 cartas que le hicieron llegar los argentinos que combatieron en las islas.

MHG: Padre ¿dónde se encuentra en estos momentos? PV: Estoy en General Roca, Río Negro, tenemos dos grados bajo cero…

MHG: ¿Ud. llegó el tres de abril a Malvinas en el año 1982? PV: Si, llegué ese día y me quedé hasta el 19 de junio, unos cinco días después de producido el cese del fuego.

MHG: ¿Cómo era el clima en Malvinas, aparte de la guerra? PV: Malvinas tiene la particularidad, como es continuación de la Cordillera de los Andes, es una parte sumergida, el terreno es lo que llamamos en la Patagonia magines o menucos, la tierra en Malvinas está llena de raicillas, llena de agua, es porosa, por eso no resiste mucho el tránsito de vehículos pesados, con lluvias frecuentes, casi le diría con chaparrones aislados todos los días, una alta humedad, con un 92% como promedio, y los vientos, como no hay grandes alturas solamente un cordón en la isla soledad de 600 metros de altura, cuando el viento sopla de cualesquiera de los cuatro puntos cardinales es muy fuerte, por eso es muy baja la sensación térmica. Hemos llegado a tener 20 grados bajo cero; y eso se daba en las trincheras y estaba yo allí porque acompañaba a los soldados en sus posiciones. Yo tenía que recorrer todo el archipiélago, teniendo como centro Puerto Argentino, el aeropuerto, Cabo San Felipe, Ganso Verde y otros lugares. Allí hubo varios santafesinos, porque debe tenerse en cuenta que la mayoría de los caídos son de la Armada Argentina, tanto del Crucero Belgrano como los que han estado con los batallones de infantería.

MHG: ¿Estaban bien pertrechados nuestros soldados? PV: En Malvinas se puede decir que hubo etapas, la primera estuvo muy bien preparada y ejecutada: fue la recuperación de ese territorio que estaba sustraído desde hacía 150 años. La gente fue alistada y con muy buenos pertrechos, y lo necesario para sobrevivir un tiempo en el lugar. La segunda etapa, cuando Inglaterra declara que va a venir para arrebatarnos nuevamente el territorio, se empezó a llevar gente del litoral, de Buenos Aires, y bueno eso fue la segunda etapa de defensa, ahí se improvisó con el llamado de clases licenciadas, se los armó muy rápido, en un principio se los destinó a la costa, como el caso del regimiento 12 de Corrientes. A otros se los llevó a la isla, entonces lo que ocurrió es que la gente pasó pero los pertrechos no ; a veces faltaban las cocinas de campaña, un error logístico fue que esas cocinas se usaban con leña, y en la isla no hay árboles.

MHG: ¿Se preparan a los sacerdotes que concurren a una guerra? PV: No, sabemos que la guerra es una lacra de la humanidad, nadie quisiera ni puede conscientemente quererla, es como cuando dos personas se van a las manos, es porque los argumentos presentados no pudieron convencer a ninguna de las partes. La guerra es así, cuando uno pone la fuerza es porque la parte de diálogo, de tratativas; han fracasado. Lo que pasa es que el sacerdote está, por oficio, por vocación, para acompañar al hombre en todos los momentos de su vida, lo recibe a la vida y lo bautiza, y luego lo acompaña con la comunión, en el noviazgo, en el matrimonio, el primer hijo, la enfermedad y la muerte; el sacerdote tiene frente a sí el arco de la vida y acompaña al hombre desde las etapas más alegres hasta las más tristes. En la guerra el sacerdote también acompaña al hombre y no se puede hacer a un lado, eso es a lo que me llevó mi labor pastoral, en estar codo a codo con el soldado.

MHG: Usted era muy joven cuando llegó a Malvinas, ¿sintió deseos –en algún momento- de tomar un fusil? PV: Sí, la ventaja mía era que uno va sin armas, si uno lleva un arma… se puede tener un momento de arrebato y utilizarla, cuando uno no la lleva sólo puede apoyar al otro que la porta, pero al no tenerla no puede realizar la ejecución. Uno vibraba con el joven que estaba combatiendo. Uno sufría un estrés importante porque la táctica británica era la desmoralización, por ejemplo, de día teníamos todos los bombardeos aéreos, con distintas aeronaves desde el Bulkan, los Sea Harrier y los Harrier. Y era un bombardeo constante y con bombas de mil y una medida, por ejemplo, las de mil libras que en el suelo hacía unos cráteres de doce metros de diámetro y cuatro de profundidad, eran horrorosas, ver la expansión y las esquirlas… De noche, cuando se pensaba que se podía descansar un rato, no ocurría eso; teníamos el cañoneo naval, que por el suelo blando, y estando nosotros en las trincheras, con suerte si teníamos algún nylon para taparnos para no mojarnos, porque el agua iba drenando en la trinchera, al caer el bombardeo hacía como un sismo, un sismógrafo hubiera registrado muchos movimientos de tierra. Era prácticamente imposible dormir en esas circunstancias, los nervios de los días que iban pasando eran muchos, por eso uno se solidariza con los hombres que pasan por esas peculiares condiciones que impone la guerra.

MHG: ¿Temió que la palabra de Dios, ante tanto horror y tanto miedo, no alcanzara? PV: No, el consuelo mío ero eso, la recepción de la gente, y es propio de las situaciones límites, siempre se refieren a Dios, el hombre se cree por momentos autosuficiente y se cree un dios, pero después cuando los” zapatos aprietan” muchos dicen “¡¡¡Ay, Dios mío, ay, Dios mío!!!”, ahí se acuerdan de Dios. Muchos jovencitos me decían que desde la comunión se habían alejado de Dios, me pedían que rezara por ellos o que realizara una misa por mi familia, etc.; el recuerdo constante a la familia era casi general. Fui muy bien recibido y no me alcanzaba el día, a tal punto que he llegado a rezar ocho misas diarias y todo por satisfacer la necesidad espiritual que tenían los muchachos. Además, yo he dado todos los sacramentos, solicité que enviaran otros sacerdotes para que me acompañaran; cuando llegó el Padre José Fernández dio algunos bautismos, pero yo he dado primeras comuniones y confirmaciones y la unción de los enfermos y, por supuesto, la sepultura.

MHG: Usted estuvo cuarenta y pico de días en la guerra, ¿el ser humano se acostumbra a eso? PV: Y… sí, el refrán ese que dice que “el hombre es un animal de costumbre”, allí se verificó mucho, porque uno se va haciendo “canchero” en esas lides, aun para esas cosas, y hasta jocoso por nuestro espíritu argentino; como anécdota le cuento que había tres bombardeos que eran como programados por computadora, había tres fijos, ocho de la mañana, cuatro de la tarde y seis de la tarde; era tal la regularidad que uno ya sabía el pasaje que iban a hacer… Uno seguía la actividad tal cual la hacía porque estaba fuera del alcance, y “bautizaron” los bombardeos por ejemplo, el de las ocho de la mañana le decían “el lechero”, el primero de la tarde era “el verdulero” y el de más tarde “el vinero”, como para dejar una botellita y pasar la noche.

MHG: ¿Tuvo que asistir a algún inglés? PV: Sí, cuando fue bajado en Howard un avión y se recuperó de las aguas al aviador quien fue eyectado, con algunos problemas de salud por la situación por la que había pasado; además yo tenía relación con el sacerdote católico de la isla como así también con los habitantes del lugar.

MHG: ¿Cuándo supo que ya habíamos sido derrotados? PV: Los últimos ataques fuertes fueron por la noche de los días 12 y 13 de junio, la fuerza británica atacó más de doce horas constantes y hasta tiraron las bombas NAPALM, de fósforo, que están prohibidas por la Convención de Ginebra, yo que no podía dormir me dediqué a fotografiar el escenario. El día 14 cercano a las 15 horas, recibimos por teléfono, una alerta blanca, por lo menos en la zona nuestra, que indica “alto al fuego”. Resultó bastante extraño porque el combate estaba muy de nuestra parte… entonces fui a ver al Gobernador (General Benjamín) Menéndez, fui en un jeep, y cuando estaba llegando al lugar, a su residencia, vi que venía llegando (el general) Jeremy Moore con toda su comitiva para parlamentar. Y a las nueve de la noche se firmó la rendición…

MHG: ¿Cómo vivían nuestros soldados el sentimiento de Patria? PV: Era vivido tal como dice la canción de “hermanitas perdidas”, el haber recuperado el territorio y hacer flamear las banderas allí, yo pude ubicar unas veinticinco en distintos frentes por una donación que recibí del continente… El 25 de mayo, a pesar de los bombardeos, no faltó el Himno Nacional, el izamiento de la bandera y las arengas alusivas al momento que se vivía allí con la recordación de aquéllos que formaron la patria. Uno de los orgullos que nos queda a nosotros fue que la bandera argentina fue izada nuevamente allá y que el eventual adversario, los ingleses, se llevó aviones Pucará y armamento nuestro para exposiciones pero no pudieron conseguir una bandera argentina. Eso nos enorgullece, tal como aprendí en cuarto grado, aquellos versos que decían que “la bandera argentina no ha sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor en la tierra” Eso todavía sigue siendo cierto.

MHG: Cuando usted pisó Malvinas y cuando tuvo que dar el último paso para volver, ¿cuáles fueron sus pensamientos? PV: Fueron dos momentos muy fuertes; en el primero, voy a referirme un poco a la historia, yo viví los tiempos que el hombre pisó la Luna, se vio por una televisión en blanco y negro, cuando bajé del Hércules que me llevó y pude pisar el suelo y el aire que me dio de lleno en el rostro y ver el verde de la turba de las Islas Malvinas, fue algo espectacular, me sentí como Amstrong, estaba viviendo un momento histórico, tuve conciencia que nuestro acto iba a integrar parte de la Historia Argentina, sentir que uno iba a ser protagonista, eso me daba un sentimiento muy grande… Y el final, se comprende que lo valioso no es la tierra sino que son las personas, dejar la tierra con la promesa de volver, no me costó tanto porque estuve dedicado totalmente a los heridos, ellos requerían de mí, yo volví en el (buque) “Irizar” con 450 heridos, mi afecto y mis sentimientos estaban en mantenerles la moral en medio de los dolores y las mutilaciones y en medio de ese retorno inesperado, pero…, bueno…, las islitas quedaron allá, y cumplí con lo que les prometí a los héroes enterrados por mí, yo les decía “volveré, volveré por ustedes”, cosa que pude cumplir el año pasado en el mes de octubre.

MHG: Cuando todo acabó es como que la sociedad no ubicó a los ex soldados en el lugar que se merecen, mi pregunta es: ¿cómo fue su después con los ex soldados? PV: Hubo un durante, la llegada y el después… En el durante, presentó la particularidad que había distintas opiniones al respecto y el sentimiento argentino era muy variado. Cuando yo perdí un poco el contacto con las comunicaciones y no me llegaba el de la oficialidad, intenté escuchar radios argentinas, a ver qué nos decía Radio Nacional, porque creíamos que todo el país estaba pendiente de nosotros, de nuestra suerte y nos iba a informar; pero los datos más fidedignos eran los de una radio de Montevideo. Argentina estaba en el mundial de fútbol, estaban ensimismados en el gol de Passarella… recuerdo el relato del partido por radio. Yo buscaba otras cosas y gran parte del país estaba en el mundial de España. Entonces no se vivió la guerra, por un lado por suerte; por el otro, no se llegó a que todo el país tuviera consciencia de lo que estaba pasando en las islas. Eso por regiones, porque la Patagonia que veía pasar los aviones, entre 50 y 100 vuelos diarios, y recibía los cadáveres y había oscurecimientos, los vivieron de un modo distinto. La llegada de los heridos a Comodoro Rivadavia fue un acto apoteótico, el hospital regional de 700 camas se lo evacuó íntegramente, las familias de Comodoro Rivadia recibieron a los enfermos que había en el hospital y las clínicas privadas recibieron los pacientes de terapia intensiva, es decir que nos dejaron el hospital íntegro. Los heridos del (buque) “Irizar” fueron transbordados en helicópteros a ese hospital y la gente los acompañó, casualmente al día siguiente era el “Día del padre” y se llevaron adelante comunicaciones con los familiares de los heridos. Una cosa hermosa. Después, el traslado y la llegada a las distintas unidades del interior del país fueron más desagradables, los recibieron como por “la puerta del gallinero”, por la parte de atrás, a oscuras, muchos de los transportes terrestres tenían sus ventanillas tapadas con papel como para que no se vea en el interior. Algo lamentable, realmente lamentable. Y eso marcó mucho. Después hay que agregar los adjetivos calificativos de carácter peyorativo como “los chicos de la guerra”, “los locos de la guerra” o “los hijos del borracho (General Leopoldo Fortunato) Galtieri”. Estos muchachos no fueron a pelear por una causa política, sino por una causa nacional, merecían el respeto de todos los connacionales, sin embargo, fueron despreciados y ese desprecio ha llevado a 400 de ellos al suicidio… Mucho más de los que murieron en la lucha cuerpo a cuerpo, más allá de la canallada del hundimiento del (buque General) Belgrano que estaba en zona de exclusión, en el que murieron 323 personas, de los cuales unos cuarenta eran santafesinos, debemos recordar que Santa Fe tiene 50 héroes caídos en Malvinas. El olvido ha llevado a esto. Y lo tercero es que durante diez años no hubo asistencia psicológica, médica, ningún tipo de contención. Recién ahora se está luchando por adquirir un poco todo lo mencionado, esa falta de presencia del Estado, el Estado que llevó a los soldados a esa situación debió haberse hecho cargo de las consecuencias de aquélla determinación.

MHG: ¿Ese olvido tiene que ver con que los soldados fueron ligados a la dictadura militar? PV: Sí, tal cual usted lo ha dicho, efectivamente ese fue el rechazo… Como vino enseguida la democracia y había que exaltarla, el tema era denostar a la dictadura militar y a los gobiernos militares y por ende se denostó la gesta de Malvinas. Los 649 que fallecieron no murieron por un proyecto político de (General Leopoldo Fortunato) Galtieri, sino por una gesta nacional. Por ello la deuda que hemos contraído con ellos es una deuda de todos los argentinos, es una deuda de Estado.

MHG: ¿En algún momento más especial que en otro le habló a Dios, o era un diálogo continuo? PV: Estábamos en una situación en donde uno veía caer a uno y a otro todos los días, 326 murieron en combate y 400 suicidados luego de la guerra, es algo que nos tiene que interrogar a nosotros sobre nuestras actitudes. Pero, uno cada vez que salía decía que “estamos en tus manos Señor y a ti encomiendo mi espíritu”, eso era durante las 24 horas… Uno no sabía si alguno iba a cruzar un lugar en el que hubiera un bomba de retardo, esas que están programadas para explotar a un determinado tiempo, no sabíamos si íbamos a ser víctimas de una bala perdida, o sea, que uno estaba expuesto a la muerte en todo momento. De manera tal que uno debía estar siempre bien amigado y recordando la presencia de Él, porque nos podíamos hacer presente en cualquier momento para decirle que “aquí estamos para rendir cuentas”.

MHG: Usted ha escrito el libro “Dios en las trincheras”

PV: Si, en Rosario se encuentra en la liberaría del Colegio Salesiano, es la única librería que lo tiene, después suelo hacer entrega a los “Centros de Ex Combatientes” que me lo solicitan, no pretendo que sea algo comercial o relacionado con el lucro, sino que sea tenido en cuenta como recuerdo, como una crónica, porque tiene algo más de trescientas fotografías y cartas de los soldados, de los familiares, y una del Episcopado de Monseñor Medina cuando nos escribió y nos visitó allá. Es una crónica del día a día, no se trata de una reflexión posterior. Yo tenía mi agenda y todos los días visitaba a alguien y anotaba lo que me solicitaban. Por ejemplo, un enfermo me dijo “me olvidé los cubiertos y el jarro en el pozo”, y no tenía para comer en el lugar, entonces yo iba hasta el pozo y se los traía. Tal como lo redacté en mi agenda así están expuestos en el libro.

MHG: ¿Pudo en algún momento sonreír durante la guerra? PV: Sí, porque se tomó, en muchos casos, a la chacota y ese acostumbramiento al dolor hace que los pequeños gustos y las cargadas y anécdotas estén presentes en todos los momentos… Por ejemplo, un soldado que compartía con un subteniente en el pozo y vio una botella con un líquido blanco y la botella era de gin, y dijo “se pasó el subteniente, me voy a calentar” y tomó un trago largo y rápidamente lo escupió y vomitó por se trataba del JP1, el combustible para aviones, que era para limpiar los caños de los fusiles. Eso quedaba como anécdota cuando se recordaban momentos.

(1) Se trata de una de las dos versiones de “Promesa de lealtad a la bandera” para alumnos de cuarto grado o de Primer Año de EGB 2, cuando estaba vigente la Ley Federal de Educación).

Fuente: www.mariaherminiagrande.com.ar, 24/04/2010.

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