Quemar la herencia para seguir escribiendo

Se trata de “magún magún”, nuevo poemario de Santiago Alassia. El libro del dramaturgo rafaelino, que ganó con otra obra en categoría inéditos el premio provincial de narrativa, es de lo mejor del país

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Por Beatriz Vignoli.- Santiago Alassia escribe poesía, teatro y narrativa a contrapelo de las certezas, de las identidades cristalizadas y de toda una cultura de lo inerte. Este rafaelino nacido en la pampa gringa en 1979 acaba de ganar el Premio Provincial de Narrativa Alcides Greca en la categoría inéditos con una colección de diez relatos. Y está produciendo algo de la mejor literatura argentina, precisamente porque no escribe desde ningún lugar seguro sino que, al modo de los vanguardistas de antes, lo incendia todo creando intemperie.

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Editado en Santa Fe en la colección Rosa de los vientos de la Editorial Palabrava (con foto de tapa por María Zorzón y contratapa de Franco Rivero), su nuevo poemario, magún magún, viene en tiempos de una poesía cada vez más parecida a los monólogos de la tía Ede (la que hablaba sola toda la noche con una figura en la pared; uno de los personajes rurales del libro) a hacer un uso de lo autobiográfico que excede la lógica burguesa del capital implícita en aquello de la infancia como patria. No se trata aquí de acumular memoria sino de dilapidarla; no parece ser la idea el invocar lares y lémures, como no sea con el fin de alejarlos. Recordar es hacer pasar por el corazón, sí, de nuevo, pero por última vez. La cinematográfica o teatral escena que se desarrolla en el poema “Lugares donde el fuego crece, por ejemplo un patio” podría servir de clave de lectura alegórica para todo el libro: si el poeta regresa a la casa parental y junta todo, es para prenderle fuego. Sin dolor, sin siquiera rencor. Sin gestos enfáticos de soltar con dudoso ascetismo. Quemar el legado implicará librarse de la maldición familiar de la melancolía, para abrir en el vacío restante el desconcierto existencial que aloje la vida y la escritura.

Con arte de dramaturgo, Alassia ordena estos poemas según un arco donde el progreso del yo poético se define por su creciente disposición a perder y dejar ir lo heredado para hacer lugar a lo nuevo. Alassia pertenece con Franco Rosso, Matías Aimino y otros a una generación de escritores rafaelinos que reordenó el mapa de las lecturas locales y puso en el centro del canon al lado B de la tradición: no a lo circunscripto por los alambrados de la poesía terrateniente de un Lermo Balbi retórico y deudor de José Pedroni, sino al Balbi póstumo, experimental, neoclásico y tardomodernista que escribió una épica de la fuga. Libro-talismán en estas otras bibliotecas, Orfeo se reembarca (publicado en 1998, a diez años de la muerte de Balbi en 1988) marcó el rumbo de un proyecto poético que Alassia viene sosteniendo con una solvencia inaudita no ya en la región sino en el país.

Libro que tuvo hasta ahora la desgracia de ver frenadas sus actividades presenciales de difusión a causa de la pandemia, magún magún  reescribe en otro tono la saga trazada por Alassia con Hueco en el mundo (Baltasara Editora, Rosario, 2015). También allí el recorrido empieza en el inventario lírico de parientes y miserias (“la casa nos aplasta, la casa nos aplastará”) para llegar a una reflexión sobre el sentido (“sin ruido ni llorar, la boca abierta/ no para decir una palabra sino para que el mundo confíe en su vacío”). En Hueco en el mundo había una zona intermedia: del infierno familiar al paraíso del silencio abierto se pasaba por un purgatorio de voces marginales, oídas en el bar o en la calle y recreadas poéticamente. Esa zona de la comedia dantesca de Alassia decantó en los diez relatos de No es lo suficiente, el libro inédito ganador del premio Alcides Greca. En magún magún, la poesía corta camino desde la familia intramitable hasta el “regalo mudo y real” que el poeta puede ofrecer: “es/ lo que peso”. El triunfo es esa desnudez. No hay cálculo, sólo presencia. El tono baja unas octavas, desde el bello y trágico canto altisonante del libro anterior hasta el íntimo humor oscuro, firme como tierra, de este.

Bajo títulos que funcionan como mínimas piezas narrativas, el poemario revive la galería doméstica de retratos con imágenes de cada vez mayor síntesis y riesgo vanguardista. El abuelo: “Más bien era un felino/ casi cósmico en su acechar ondulante/ al costado de las cosas/ como si renegara de existir/ metido en ese cuerpo colorado”. Las tías copetudas; los primos tarambanas; la tía Ebe (cuya diferencia casi incomprensible la inscribe en un espacio otro, análogo al de los personajes que pueblan la prosa de Alassia); la abuela, envuelta en “telas como pieles con que se cubría/ el cuerpo frágil”; el padre, la madre, la casa, las hermanas, el gallinero y hasta un “pájaro/ que no se deja ver pero canta/ como si rezara muy bajo una oración/ que sólo él comprende” forman un mundo visto, oído y perdido, que no brilla por su ausencia (sería repetir el mal ancestral) sino que imprime huella literaria. Se representa como un punto sonoro, un zumbido que al desenredarse hace resonar palabras coloquiales pero que también obra desde “el barro del silencio”.

Por más que cintile un lustre de siglo pasado en el discurso poético de Alassia, el sentido de su obra se escribe a contrapelo de la nostalgia romántica, que se encuentra en deconstrucción ya desde el título. “Magún” es una de esas palabras que no tienen traducción, como ‘saudades’. Viene del piamontés inmigrante a nombrar una pena inenarrable, a “aludir/ difusamente/ a esa rara melancolía de añorar/ una tierra que nunca conocieron”. Es una carta sin abrir que el filo de la poesía corta para no seguir transmitiendo. Y el poema con que termina el libro, en un tono distinto al intimismo sombrío de los anteriores y más celebratorio (de esperanza que no pide certezas sino sólo fe), toma como alegoría de la escritura un gesto que produce sonido. Titulado “Toco tambores sin esperar si viene o no la lluvia”, propone en rítmicos versos una reflexión sobre el propio lenguaje. “Podrías venir: he encontrado/ palabras nuevas que deseo soltar/ en tono neutro, sin inflamarlas ni poner/ sobre ellas ni un suspiro, para que así/ puedan llegar caminando hasta tu lado/ con lo que ellas son, acaso esponjas/ livianas de mi peso…”. Y la casa aplastante es reemplazada por otra, habitable.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/

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