Políticamente, un fracaso de todos

Por Joaquín Morales Solá

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Si la democracia es también una aritmética de mayorías y minorías –aunque, desde ya, no es sólo eso–, debe convenirse que los Estados Unidos se llevaron a casi toda América desde Mar del Plata, que Venezuela quedó como un monobloque aislado y que el Mercosur tiene el tamaño de un partido vecinal. La extrema ideologización de ambos bloques (en favor y en contra del ALCA) y cierta ineptitud diplomática consiguieron darle a George W. Bush una conquista internacional en mucho tiempo, después de varias derrotas recientes en Washington. En cambio, si Mar del Plata se observa desde la política, el fracaso ha sido de todos, incluida la Casa Blanca, que estuvo demasiado tiempo ausente del resto de América. Un documento desdoblado en dos es un resultado ciertamente pobre. Kirchner había prometido ser un anfitrión amable y aséptico de la cumbre. Cargaría con el éxito o con el fracaso de la reunión. Hubo, al final, más de lo último que de lo primero, a pesar del esfuerzo para exhibir un resultado mejor. Pero cambió en el camino y perdió la neutralidad ya en el discurso inaugural. Como un argentino de manual (que es lo que es Kirchner), pecó de ombliguismo. Gastó gran parte de su discurso de dueño de casa en hablar de las urgencias argentinas y de sus desventuras con el Fondo Monetario Internacional. Pudo, en cambio, poner la mirada sobre los conflictos comunes de América latina. Es la zona del planeta con mayor desigualdad social. Registró, en los últimos tiempos, progresos y retrocesos, tanto en la economía como en la calidad de su democracia. Y hay conceptos y alternativas diferentes en la región para cambiar las cosas. Una pieza consensual es lo que se esperaba de un anfitrión acogedor. Tal vez no le gustó que Bush eludiera comprometerse frontalmente con sus posiciones en el Fondo Monetario; ese apoyo norteamericano era la obsesión de Kirchner hasta el momento que le dio la mano a Bush. Quizá le gustó menos que el jefe de la Casa Blanca hiciera suyos los planteos de otros líderes extranjeros y de muchos inversores sobre la necesidad de seguridad jurídica y de reglas de juego claras en el país. Y seguramente lo petrificó de estupor que Bush expresara ante los periodistas la necesidad de luchar contra la corrupción. Esa palabra no se nombra en la Argentina de Kirchner. Pero ya desde antes las cosas no venían bien. Hubo casi treinta países, con diferencias de matices y de trazas, en favor de un acuerdo de libre comercio hemisférico. Otros cuatro fijaron posiciones intransigentes y uno estuvo velando un muerto que no ha muerto. La suma y la resta decantan una relación de fuerzas que se parece demasiado a una derrota para la minoría. Faltó diplomacia, aun cuando es razonable el argumento de que deben analizarse con cuidado las condiciones de la integración. No hay situaciones idénticas en América latina. Pero cuidar el contenido no significa abstraerse del diálogo indispensable, que es lo que no sucedió durante los últimos años. El Mercosur se durmió con sus convicciones y Washington con las suyas. A pesar de todo, la diplomacia eficiente tiene siempre fórmulas para vestir las divergencias. Esas diagonales posibles fueron la gran carencia de Mar del Plata. Brasil también ha sufrido un serio traspié: sus esfuerzos para crear una Comunidad Sudamericana de Naciones se redujeron a una sucesión de fotografías. Con Bush sentado a la mesa, aquel proyecto se convirtió en partículas del aire. Salvo las cuatro naciones del Mercosur, donde está el liderazgo natural de Brasil, todo el resto estuvo más cerca de Washington. Seguramente no hubo adhesión política a Bush por parte de la mayoría de los líderes latinoamericanos, sino una visión distinta de las soluciones nacionales. ¿Por qué no respetarlas? ¿Por qué no encontraron las palabras que comprendieran los intereses de unos y otros? Venezuela es un caso aparte, desde ya. Pero ¿qué queda de las ambiciones bolivarianas de Hugo Chávez cuando su discurso sólo penetra en un club de alborotados militantes y ningún país de la región está dispuesto a seguirlo? Quedan su petróleo y sus petrodólares. Sin ellos, Chávez sería menos insignificante de lo que ya es en América latina. Kirchner y Lula no podrán seguir arropándolo sin condiciones por mucho tiempo más; corren el riesgo de contagiarse del aislamiento del venezolano. La contención de Chávez, prometida por Kirchner, no funcionó en Mar del Plata: el líder populista venezolano vociferó y agravió sin límites ni medidas muy cerca de los presidentes clásicos y correctos. ¿El Mercosur es uno solo? Aparentemente, sí. Pero las apariencias no muestran todas las cosas. Hay en Uruguay cierto cansancio por las eternas peleas entre argentinos y brasileños en el Mercosur. Además -todo hay que decirlo-, Tabaré Vázquez decepcionó a Brasilia y a Buenos Aires por sus aires de independencia. Y Paraguay entabló su propia relación con Washington, sobre todo en asuntos de Defensa. En Mar del Plata, hubo una pelea de fondo que no comprometía ni a Kirchner ni a Bush. La protagonizaban México y Brasil, los dos países más poderosos de América latina. México tuvo, debe reconocerse, más eco que Brasil entre los presidentes latinoamericanos. La Argentina no trató bien a México, país con el que tiene importantes convenios comerciales, esenciales para su economía. Es cierto que Kirchner no podía ofrecer reuniones bilaterales a más de 30 presidentes, pero México no está en el montón: es la primera economía de América latina. Kirchner encontró tiempo para reunirse a solas, otra vez, con Chávez: ¿por qué no para escuchar a Vicente Fox? Fox pidió hace más de un año, en la ciudad argentina de Iguazú, la incorporación de su país al Mercosur. Nadie le respondió nada, nunca. En aquella reunión del Mercosur ampliado, Fox vio el primer ingreso de Venezuela en la alianza comercial, propuesto por Lula. Venezuela será, en diciembre, socio pleno del Mercosur. Fox reclamó, desde las gestiones iniciales de la cumbre de Mar del Plata, la atención regional para el problema de las migraciones, que es una prioridad de su gobierno. No le dedicaron ni un minuto de reflexión a esa cuestión. Resulta, además, un prejuicio sin fundamento suponer que Fox y el chileno Ricardo Lagos actúan como portavoces de Washington. Fox y Lagos le propinaron a Bush una notable derrota en el Consejo de Seguridad cuando Washington intentó darle cobertura internacional a la guerra en Irak. Han tenido más firmeza, en la realidad de los hechos, que la retórica de Kirchner o que la verborrea de Chávez. El equilibrio permanente entre la ideología, la historia y la práctica llevó a que los principales protagonistas de Mar del Plata ignoraran el hecho más grave que acaba de suceder en América latina: la inexplicable decisión del presidente peruano Alejandro Toledo de ampliar la soberanía de su país sobre el mar, que afecta directamente la seguridad de Chile. No se hace eso a Chile sin consecuencias. Toledo, con índices de popularidad que rozan el zócalo de las mediciones, remedó a Galtieri cuando éste manoteó las islas Malvinas para darle oxígeno a una dictadura ya impopular. La crisis entre Chile y Perú pone en riesgo la paz en la América hispana y obtura cualquier solución para la salida al mar de Bolivia, que José Miguel Insulza venía madurando, primero desde Chile y ahora desde la OEA. Insulza podría recurrir a los buenos oficios de otra cabeza inteligente de América latina, Enrique Iglesias, ahora secretario ejecutivo de las cumbres iberoamericanas. Bolivia puede ser la solución de muchos problemas latinoamericanos, porque tiene reservas de energía en una región famélica de energía. Pero podría mostrar también, si sucediera su desestabilización o su secesión, el espectro trágico de una paz rota en el sur de América. La diplomacia argentina tiene mucho por hacer, si abandonara su cómoda posición de no hacer nada, en Bolivia, en Perú y en Chile. Para eso, la política exterior argentina deberá deshacerse del ombliguismo. El mundo no es un error ni un exceso geográfico, y América latina no carece de soluciones. Carece, sí, de líderes del porte de Insulza y de Iglesias, dispuestos a aceptar que no es lo mismo poner las cosas en su sitio que reconocer el sitio de las cosas.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 6 de noviembre de 2005.

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