“Podemos sentirnos desechados, marginados y discriminados…”

Expresó el obispo Fernández en la misa por la dedicación de la Iglesia Catedral y los 140 años de Rafaela. Hizo la apertura del “Sínodo sobre la sinodalidad” que convocó el papa Francisco.

Compartir:

El obispo diocesano Luis Fernández presidió la solemnidad del aniversario de la dedicación de la Iglesia Catedral y la celebración de los 140 años de la ciudad de Rafaela, ante la presencia de distintas autoridades y numerosos fieles, siendo concelebrada por Alejandro Mugna (párroco) y Ariel Botto (vicario). A continuación se comparte la homilía pronunciada:

¡Dios escucha las oraciones de su pueblo!, que se reúne cada año en la “solemnidad de la dedicación” de esta Iglesia Catedral de la diócesis de Rafaela, uniéndonos también hoy a la celebración de los 140 años de vida de esta ciudad de Rafaela, que en 1881, daba sus primeros pasos como nueva colonia formada por don Guillermo Lehmann, con los primeros inmigrantes, venidos de Europa: Italia, Alemania y otras naciones;  por eso también bienvenidos a este templo “los hermanamientos” a lo largo de los años, expresión de fraternidad y comunión de la humanidad, que se fueron y van realizando entre las regiones de la Tierra.

Ya la primera lectura bíblica del profeta Jeremías recién proclamada, invitaba a las naciones a no perder la actitud de júbilo y fiesta, alabando a Dios, a pesar de pasar por momentos difíciles y a veces angustiosos. Del pueblo de Israel solo había quedado “un resto”, conformado por ciegos y lisiados, mujeres embarazadas y parturientas. Un pueblo que había partido de sus originarias tierras llorando, pero que Dios ahora convoca consolando y conduciendo a aguas tranquilas por un camino llano, porque Dios es Padre para Israel, y Efraín su primogénito.

El Señor se dirige a los supervivientes de Israel con un mensaje de “esperanza”: habrá un nuevo éxodo y una peregrinación a Sion, inaugurando una era de alegría y bienestar. En efecto, se piensa en la marcha por el desierto como en una peregrinación al santuario y se invita a aclamar y exultar por el “resto de Israel” que regresa a su patria del destierro. Se descubre el esquema del éxodo: en el exilio son reunidos en el desierto, conducidos y llevados a la patria. Será el tiempo de la consolación para Israel.

El tiempo bíblico del pueblo judío, nuestros padres en la fe, se plasmó hace miles de años, contribuyendo a ser una de las religiones fundamentales de la humanidad, abriendo al ser humano a la relación profunda y cercana con Dios. Es central los vínculos familiares que establece y con el sentido de pueblo, de unidad y comunión de mujeres y hombres que están en camino, que se establecen y parten, donde la vida se va conformando con anhelos y desvelos, luces y sombras, fuerzas y vulnerabilidades, pero con la certeza de una “promesa y una verdad” a la que se vive en “fidelidad” o se anda en la “frustración de la desorientación” y del “peso de la conciencia” que prefiere a veces “adormecerse”, actuando con “mediocridad y sin compromiso” con “el bien, con la verdad y la bondad” de la presencia de Dios, haciéndose la “trampa” hasta del mismo “olvido de su presencia cercana”.

Es en este contexto de alegría, júbilo y gozo, es que damos comienzo en esta celebración eucarística, a la apertura en nuestra diócesis de Rafaela del “Sínodo sobre la sinodalidad” que el papa Francisco ha convocado y ya iniciado en toda la Iglesia, el domingo 10 de octubre, y que hoy nosotros abrimos la primera fase (hasta abril 2022), donde tiene gran importancia la participación de las iglesias locales, es decir diocesanas, para “escuchar, participar y profundizar la comunión y la misión en la vida eclesial. El Sínodo concluirá en el año 2023.

Roguemos la asistencia del Espíritu Santo, para que nos llene de ardor y sabiduría con nuestro aporte diocesano en unidad con toda la Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo, y llena los corazones de esta Iglesia Diocesana de Rafaela”. Amén

El tema dominante  del evangelio de Marcos, que hoy hemos escuchado en la palabra de Dios, es “el camino”, el del “seguir a Jesús”. Este seguimiento de Jesús estaba por momentos, obstaculizado por “la ceguera humana”, nos decía recién el texto:

“Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo Bartimeo, un mendigo ciego-estaba sentado junto al  camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero  el  gritaba más fuerte: «¡Hijo de David ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y dijo «llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Ánimo, levántate! Él te llama»”.

En estos tiempos difíciles donde por momentos nos abruman las tinieblas que nos distancian de metas nobles que plenifican la vida, detengámonos en actitudes del evangelio que llevan por caminos “llanos y esperanzadores”,  y otros que “no nos ayudan a avanzar en la vida”:

“Una multitud que caminaba con Jesús por el camino”,  que bueno cuando “el pueblo y Dios” caminan juntos, sin enfrentarse o condenándose, sino como un padre con su hijo, o como hermanos unidos.

“Un ciego estaba junto al camino”. Hoy son muchos los que nos podemos sentir como “desechados, marginados” y tantos otros como “enfrentados y discriminados”, o por “condición social”, o “cultura o religión”,  fuera de “la familia o del barrio”.

“El grito del ciego”, su iniciativa, de “querer ser pueblo”, de “pertenecer” y tener el “derecho de caminar junto a Dios y a los hermanos”, saca de su interior el “ardor y el fuego” capaz de llamar la atención y de hacer “parar al mismo Dios”, cuando lo que se busca, ayuda a “crecer como humanidad”.

“Muchos lo reprendían para que se callara”, son los matones de siempre, los que piensan que el mundo, la justicia, la verdad y el amor son para algunos pocos…

“Jesús, se detiene y lo llama”. Esta es la vida de Dios, detenerse ante las necesidades humanas, hasta dar la vida por nosotros…

“Entonces llamaron al ciego y le dijeron «¡Ánimo, levántate, Él te llama»”. Es la otra cara del individualismo y la soberbia egoísta. Es el sentir con la Iglesia, con la gente, para brindarse por el bien común, la felicidad de todos.

Y por último, un pensamiento de un hermano biblista del episcopado que citando al papa Francisco nos ayuda diciendo: “ya  que hemos gozado de esta luz cálida de la fe, tenemos ahora la misión de llevar a otros hacia Jesús como fuente de la luz y de la visión”. Como nos dice el papa Francisco: “muchos jóvenes, como Bartimeo, buscan una luz en la vida. Buscan un amor verdadero. Y al igual que Bartimeo que, a pesar de la multitud, invoca solo a Jesús, también ellos invocan la vida, pero a menudo solo encuentran promesas falsas y unos pocos que se interesan de verdad por ellos. No es cristiano esperar que los hermanos que están en busca llamen a nuestras puertas; tendremos que ir donde están ellos, no llevándonos a nosotros mismos, sino a Jesús. Él nos envía, como a aquellos discípulos, para animar y levantar en su nombre. Él nos envía a decirles a todos: “Dios te pide que te dejes amar por él”. La fe que salvó a Bartimeo no estaba en la claridad de sus ideas sobre Dios, sino en buscarlo, en querer encontrarlo. La fe es una cuestión de encuentro, no de teoría. En el encuentro Jesús pasa, en el encuentro palpita el corazón de la Iglesia. Entonces, lo que será eficaz es nuestro testimonio de vida, no nuestros sermones” (homilía del 28 de octubre de 2015).

La Virgen de Guadalupe,  San José Obrero y el Arcángel San Rafael  nos sigan acompañando y guiando siempre.

Colaboración de Nicolás Gramaglia en las fotografías.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *