Pesó más la opinión pública

Por Joaquín Morales Solá

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Si hay algo que Rafael Bielsa no merecía era quedar atrapado en la triste jornada parlamentaria de anteayer. No merecía que su nombre se inscribiera asociado al incierto trámite legislativo de Borocotó y de Patti ni al pobre bullicio de barras enfrentadas, que amargaron lo que debió ser una fiesta democrática. Hay que decirlo de una vez: Bielsa ha vuelto ayer a la política y debe respetarse el arduo proceso personal que seguramente está atravesando. El propio ex canciller dijo anoche que aceptaba haber cometido un error. No es común encontrar políticos, menos en estas épocas, capaces de aceptar la humana costumbre de equivocarse. Pero Bielsa es Bielsa. Y los Bielsa tienen el “no” fácil. Su hermana, la vicegobernadora de Santa Fe, ya le dijo que no a Kirchner, cuando el Presidente la quería de primera candidata a diputada nacional por su provincia. Su propio hermano, el director técnico de fútbol, dijo que “no” cuando todos esperaban que dijera “sí”. Y su abuelo, el célebre jurista en derecho administrativo, que tenía su mismo nombre, Rafael, también dijo que no cuando la política intentó ponerse por encima del rigor académico. Hay una reacción genética en los Bielsa cuando lo que parece vacilar son los principios. Lo que sucedió en las últimas 24 horas muestra también a un hombre incómodo: estuvo así como candidato, pero lo estuvo también en los últimos tiempos como canciller y en su reaparición como embajador designado en Francia. Ayer no apareció menos molesto y abatido, después de una jornada entera de pésimas reacciones sociales por su decisión de trasladarse a París apenas 45 días después de reclamar el voto de la sociedad a su candidatura a diputado nacional. El problema consiste en que nadie en el Gobierno advirtió con antelación esa reacción social. ¿Cómo podían suponer que la voluntad presidencial dominaría fácilmente la voluntad social? ¿En qué microclima viven los gobernantes argentinos como para suponer que la sociedad es también sumisa a cualquier decisión del poder? Ya es obligación del Presidente preservarse antes de seguir derrochando capital político. La única explicación que daban anoche en la Casa de Gobierno circulaba en torno de eventuales conspiraciones: el episodio de Bielsa fue, decían, la consecuencia de sectores sociales que critican todas las resoluciones del Gobierno. Vale la pena consignar una constatación: la sociedad había reaccionado, en este caso, antes que cualquier dirigente opositor o periodista independiente.

Relación en conflicto

Queda sin resolver la conflictiva relación con Francia. Hace tres días el Gobierno tomó nota, por fin, de que las cosas no iban bien con el gobierno de Jacques Chirac. Sectores de la prensa -La Nación, entre ellos- insistieron durante los últimos tres meses en ese deterioro, mientras que el Gobierno se obstinaba en insistir en que la relación con París era “excelente”. Sólo advirtieron el daño en la relación cuando Francia anunció formalmente que su presidente visitaría Brasil y Chile, en los primeros meses del próximo año, y no la Argentina. No podía haber peor síntoma de la molestia francesa. Bielsa era un buen candidato para esa embajada y para recomponer la relación, aceptaron fuentes del gobierno francés en París. El problema de Bielsa no era su destino francés, sino su conflicto con la opinión pública argentina. Al embajador que está, Archibaldo Lanús, ya lo sacaron y lo repusieron de hecho en 24 horas. Ha quedado, por lo tanto, demasiado débil como para hacer el esfuerzo de reconstrucción que se debe hacer. La designación de Bielsa se había justificado en que Lanús nunca informó del grado de deterioro de la relación con Chirac. La Argentina no puede darse el lujo de llevarse mal con países como Francia, que fue una de las pocas naciones importantes que la apoyaron en los organismos multilaterales durante la gran crisis de principios de siglo. Es inexplicable que la mala relación con París sea comparable con la también mala relación con Italia, país con el que la Argentina tiene relaciones humanas invalorables y objetivos políticos comunes, como la decisión de impedir la creación de nuevos sillones permanentes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Desde ya que los actos de Bielsa (aceptar y renunciar a la embajada) no contribuirán a distender rápidamente la relación con el gobierno de Chirac. Anoche, sólo se anticipaba en la Casa de Gobierno que habrá un nuevo embajador argentino en París dentro de muy poco. “Encontraremos un buen embajador”, decían, entre la resignación y el entusiasmo. Los hechos de las últimas horas no dejan de mostrar también el notable descuido de las relaciones exteriores en los últimos años. Y no fue culpa de la diplomacia argentina, sino de decisiones políticas inapelables en la cima misma del poder. Dicen altos funcionarios de Kirchner que Bielsa sabía de antemano de su designación en Francia, que guardó silencio y que él mismo se ofreció como el embajador que la Argentina necesitaba en París. Esas versiones pueden ser producto del enorme fastidio que existía con Bielsa tras su decisión de entrar en la Cámara de Diputados. De hecho, el ex canciller no quiso hablar con Kirchner antes de hacer su anuncio público, quizá porque temió que el Presidente lo convenciera de lo contrario. Se limitó a anunciarle su decisión irrevocable al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien le respondió que él nunca le había ofrecido nada y que correspondía que se lo dijera al propio Kirchner. Kirchner andaba con los menesteres del precio de la carne e ignoraba lo que urdía su ex canciller. Sin embargo, Bielsa hizo el anuncio público de su renuncia a la embajada antes de hablar con Kirchner. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a hablar con él. Bielsa se vio en la opción de elegir entre el beneplácito del Gobierno y la reconciliación con la opinión pública. Eligió este último camino, escarpado y difícil, que aún debe recorrer. Será un camino de hombre solitario, porque no tendrá al Gobierno de su lado, pero es mejor que la oscuridad y el descrédito que lo aguardaban.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 8 de diciembre de 2005.

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