Periodistas versus comunicadores

Se ha dicho que “un pueblo civilizado tiene buenas imprentas, un pueblo culto cuenta con buenos libros”. La unión de ambos es la tarea pendiente bajo la insoslayable premisa de que “la información es sagrada y la opinión es libre”.

Por Silvio Huberman (Buenos Aires)

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Por Silvio Huberman.- La calidad periodística está ligada a la del sistema educativo, y la educación argentina pasa por un túnel oscuro desde hace tiempo. El mundo atraviesa el mejor momento histórico de las comunicaciones, las vallas de las distancias han sido superadas para siempre. La ciencia y la tecnología aportan progresos técnicos impensados sólo diez años atrás. En posesión de esos medios –informática, Internet, telefonía celular, satélites, redes sociales–, el problema son los contenidos y la formación de sus profesionales. Un espeso manto de pereza intelectual se cierne sobre los medios audiovisuales de comunicación. Los pobres resultados que arroja la educación influyen sobre la formación de los periodistas, mientras se multiplican las carreras universitarias que entregan una oferta de graduados en Periodismo o Comunicación Social que resulta difícil de absorber por las emisoras de radio AM, FM e Internet, los canales de televisión de aire, cable y digitales, las productoras independientes y las consultoras. Tal vez seducidos por el pretendido instante de gloria que otorgan los medios audiovisuales, muchos jóvenes toman la opción de las carreras relacionadas con el oficio periodístico sin tener en cuenta como primera premisa que una voz clara y agradable y una dicción perfecta son requisitos básicos y esenciales para ese ejercicio profesional. Resulta obvio, además, que lecturas generosas y sostenidas crean el vocabulario amplio y diverso que requiere la tarea periodística. La alternativa del “periodismo deportivo” es también un engaño muy difundido. Voces más emparentadas con la tribuna que con la cultura afrontan el difícil momento de la transmisión de noticias o de la emisión de opiniones sin el imprescindible respaldo del idioma ni, muchas veces, del conocimiento a fondo de los reglamentos específicos y las peculiaridades de cada deporte. Otros jóvenes toman la opción de la producción periodística, una tarea que no sólo exige una agenda telefónica básica, sino la habilidad para interpretar rápidamente la realidad y recurrir entonces a los mejores relatos y a las opiniones más ponderadas. Aparecen en escena los mismos de siempre, una veintena de dirigentes políticos, gremiales, empresarios que siempre responden a todo tipo de invitación de radios y canales de televisión. Día y noche saturan la mayoría de los programas con sus conceptos repetidos, inclusive aquellos espacios más beneficiados por las mediciones de audiencia. Los productores de radio y TV evitan, por lo general, la exploración de las canteras académicas y universitarias. Docentes e investigadores saben de una amplia variedad de temas, los podrían narrar de manera sencilla, amena e instructiva, pero su existencia es generalmente ignorada porque en las agendas de producción sólo se anotan pocos nombres y de fácil acceso. Muchas veces, esa pereza intelectual es disfrazada por la máscara de la urgencia. Finalmente los conductores y sus “editoriales”, comentarios al paso que en oportunidades fluyen al ritmo de la locución y que a contrario sensu de los editoriales de la prensa gráfica, no reconocen fuentes ni elaboración previa. En algunos casos hasta se confunden “el” editorial con “la” editorial, en otros se apela a conceptos morales de carácter general al estilo de los pastores electrónicos de la televisión estadounidense. No toda la realidad es así, pero planteado el panorama general de nuestro medio audiovisual con sus excepciones, debemos sumar el uso indiscriminado de expresiones chabacanas, palabras soeces y cataratas de lugares comunes. Queda en el arcón de los recuerdos el límite entre lo público y lo privado. Muchos hablan frente a un micrófono o una cámara de televisión como si estuvieran sentados a la mesa de un bar, reunidos con sus amigos; poco y nada queda de la formidable posibilidad educativa que tienen las emisiones radiales y televisivas, sin necesidad de alardes pedagógicos. La ley del menor esfuerzo en estrecho contacto con la declinación educativa muestra sus resultados alarmantes. La calidad periodística es hija del sistema educativo y la educación argentina pasa por un túnel oscuro desde hace mucho tiempo. Bajo estas premisas, el dictado de una nueva ley de medios audiovisuales parece un esfuerzo teórico destinado a una coyuntura política, a una lucha en la que el público es el gran ausente. En la norma sancionada, algunas de cuyas disposiciones lucen bloqueadas por acción de la justicia, se ha priorizado el pasado y no se ha valorado la formación profesional. Como en todo cuerpo normativo, hay disposiciones mejores y otras peores, pero en definitiva lo que está ausente es el futuro, la prospección de las necesidades y los requerimientos que tendremos de ahora en adelante. Algunas corrientes historiográficas señalan que el tiempo se comprime, el siglo XX no llegó a los cien años porque terminó cuando cayó el Muro de Berlín (1989). El videoclip y las imágenes fugaces remplazan muchos conceptos sostenidos durante siglos. Vivimos un tiempo de confusión, se terminaron muchos paradigmas, pero lo que viene aún no llega. Para adaptarnos a una situación tan extraña, una suerte de tierra de nadie, ningún esfuerzo es desechable, sobre todo cuando estas vísperas nos dicen que el día muchas veces amanece encerrado en un trueno. Un repaso exhaustivo y serio de los contenidos que se imparten en los institutos que forman periodistas de grado universitario sería tal vez un primer paso. Hay Facultades de Periodismo o Comunicación Social que enfatizan su currículo en la ideología, otras ponen el énfasis en la práctica del oficio. Muchas veces están ausentes los contenidos de cultura general. Podría implantarse un ciclo básico común y dos años posteriores de especialización audiovisual. Las opciones ayudarán a revelar las mejores aptitudes de cada uno y dentro de ellas la posterior búsqueda específica de trabajo. Algunos elegirán el micrófono o la cámara, otros advertirán su mejor disposición para la producción de contenidos, habrá quienes deseen ser editores, otros buscarán un posgrado de especialización, por ejemplo, en periodismo deportivo. Así como un oftalmólogo decide su especialidad cuando se recibe de médico, los estudiantes de periodismo deben contar con una formación esencial y variada antes de poder optar por una rama especializada de actividad. Lo demás forma parte muchas veces de meras aventuras comerciales, la opción por lo más fácil. Como en todas las actividades académicas, es preferible que el pensamiento fluya con libertad, dentro de límites de respeto, convivencia y tolerancia, en tanto los responsables de la instrucción asumen la tarea de multiplicar las fuentes de información y estudio para que el ejercicio profesional sea, en lo posible, un espejo de lo que se aprendió a vivir y a saber en las aulas. Casi treinta años de democracia nos saludan; es hora de revisar aciertos y errores para que la juventud argentina se haga cargo de sus responsabilidades con el mejor instrumental posible. Un nuevo paso en dirección al horizonte no es una utopía. Se ha dicho que “un pueblo civilizado tiene buenas imprentas, un pueblo culto cuenta con buenos libros”. La unión de ambos es la tarea pendiente bajo la insoslayable premisa de que “la información es sagrada y la opinión es libre”.

El autor trabajó en las radios Rivadavia, del Plata, América y Continental, donde fue director periodístico. Condujo el Noticiero de Canal 9 y fue director periodístico de dicho canal. Actualmente conduce “La Buena Nueva” por radio El Mundo.

Fuente: Nº 2385 » SEPTIEMBRE 2012, REVISTA CRITERIO, BUENOS AIRES.

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