Perfil del Papa Benedicto XVI

Por primera vez desde hace casi 500 años, un cardenal alemán fue elegido primer representante de la Iglesia Católica. Mucho se espera del Papa Benedicto XVI. Wolfgang Thierse escribe sobre el nuevo Pontífice y la unidad de la Iglesia.

Por Wolfgang Thierse (Alemania)

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La elección del cardenal Ratzinger como nuevo Papa es, en primer lugar, una señal de continuidad. Fue una de las personas más allegadas a Juan Pablo II y, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, influyó de manera fundamental en las decisiones teológicas de su predecesor. Es considerado un hombre conservador, pero también muy inteligente y culto. ¿Por qué alguien conservador acaso no puede ser capaz de buscar la apertura? No sólo en la Historia de la Iglesia sino también en la Historia política son frecuentes los casos de líderes conservadores que se atrevieron a transitar nuevos caminos. Además, el papel de Ratzinger está atravesando un profundo proceso de transformación: de conservador de dogmas eclesiásticos a constructor de puentes (es precisamente lo que significa la palabra pontífice), un título especialmente bello para el Papa. ¿Por qué, entonces, no podemos esperar que el Benedicto XVI sea un Papa que represente con firmeza una Iglesia con posibilidades de futuro. «Ecclesia re formanda», es decir, una Iglesia cuya fidelidad a sí misma se exprese en su capacidad de adaptarse a las nuevas épocas. Es mi expectativa y mi esperanza: que el nuevo Papa logre conservar la unidad de esta gran Iglesia a partir de sus diversidades, fomentando el apego a las convicciones y su fe y, a la vez, asuma la heterogeneidad del mundo cristiano, dadas las grandes diferencias que existen entre Europa, África, Sudamérica y Asia. Para ello es necesario que las conferencias episcopales concedan mayor peso y más libertad a las iglesias locales, sobre todo en cuestiones pastorales; que permitan ejercer mayor influencia también a los laicos de las iglesias locales, habida cuenta que el futuro de la Iglesia depende cada vez más de los laicos y no sólo de sacerdotes y obispos. Finalmente, la Iglesia necesita una nueva comprensión del rol de la mujer. Las mujeres son frecuentemente los miembros más activos de la Iglesia. Tanto allí como en el mundo secular, la mujer da prueba de su autonomía y eficacia. Si nadie pone en duda la igualdad de los seres humanos en las sociedades de raíz cristiana: ¿cómo es posible que precisamente en la Iglesia Católica se haya podido conservar una imagen de la mujer que relega a las cristianas a un mero papel auxiliar e inferior? La Iglesia debe tender de una buena vez un puente hacia las mujeres libres y emancipadas del mundo de hoy. También espero que el Papa Benedicto XVI se comprometa en la lucha por la paz y en el diálogo interconfesional e interreligioso, temas a los cuales su Santidad Juan Pablo II dedicó tantos esfuerzos. El mundo religioso, pero también el político, necesita ese diálogo de las religiones y de las culturas. Mucha gente quedó sorprendida con la masiva participación mundial en el sufrimiento y la muerte de Juan Pablo II y lo han querido explicar con la prolongada duración de su pontificado. Para muchos es incomprensible la contradicción entre su extrema religiosidad y conservadurismo, sobre todo en lo que se refiere a la ética sexual, por un lado, y el masivo seguimiento de los fieles, por otro. Pero no sorprende que a la gente le fascinen valores y convicciones firmes en la cultura cotidiana de nuestras sociedades occidentales, caracterizada cada vez más por el relativismo, aunque no todos compartan cada uno de los principios sustentados por la Iglesia. ¿No nos hemos percatado en los últimos diez, veinte años, qué poco pueden satisfacer el egoísmo, el materialismo, el desprecio por la solidaridad y por la integración social, es decir, una sociedad basada en el individualismo, en la diversión y en un capitalismo desenfrenado? ¿No nos hemos dado cuenta de que con este vacío de principios y con ese errático espíritu generamos más daño que beneficios, porque el hombre no se define únicamente por su acotado papel de productor y consumidor, y que busca algo más que dinero y diversión? En este contexto la convicción y los principios pueden ejercer una influencia positiva y servir como ejemplo, porque actúan como alternativa a las posturas egocéntricas que pretenden ser el único parámetro para medir conductas correctas y responsables. Si la nacionalidad del Papa lograra algo de esto, en Alemania podríamos vivir con mayor consciencia de valores, más solidarios y más católicos. Seguro que todo ello no causaría mella en la calidad de nuestra convivencia.

Wolfgang Thierse

Este activo católico y miembro del partido socialdemócrata (SPD) es desde 1998 presidente del Parlamento Alemán (Bundestag), segundo en el rango oficial de Estado de la República Federal de Alemania.

Fuente: revista Deutschland, junio/julio, Nº 3/2005, www.magazine.deutschland.de..

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