Palabra de vida: Él con nosotros

“Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.” (Mt 18, 20).

Por Chiara Lubich

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¡”Emmanuel”, “Dios con nosotros”! Esta es la gran y extraordinaria noticia con la cual se abre el Evangelio de Mateo1. En Jesús, el Emmanuel, Dios ha descendido entre nosotros. El Evangelio se cierra con una promesa aún más grande y sorprendente: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”2. La presencia de Dios entre nosotros no se limita a un período histórico, a la permanencia física de Jesús en la tierra. Él permanece con nosotros para siempre. ¿Cómo permanece? ¿Dónde lo podemos encontrar? La respuesta constituye justamente el centro del Evangelio de Mateo, donde Jesús propone las líneas de vida para su comunidad, la Iglesia. Jesús ha hablado muchas veces de ella: la indicó fundada sobre la roca de Pedro, la ve recogida por su palabra y reunida en torno a la Eucaristía… Pero aquí nos revela su identidad más profunda: la Iglesia es Él mismo presente entre los que están reunidos en su nombre. Lo podemos tener siempre entre nosotros, podemos hacer experiencia de Iglesia viva, vivir la realidad constitutiva de la Iglesia.

“Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.” Si es Él, el Señor Resucitado, quien reúne consigo y entre sí a los creyentes y hace de todos su cuerpo, quiere decir que toda división en nuestras familias y en nuestras comunidades altera el rostro de la Iglesia. Cristo no está dividido. Un Cristo fragmentado es irreconocible, desfigurado. Esto vale también para la relación entre las distintas Iglesias y comunidades eclesiales. El camino ecuménico nos ha hecho tomar conciencia de que “es más lo que nos une que lo que nos divide”. Y aunque sigue habiendo algunos aspectos de la doctrina y de la práctica cristiana en los cuales todavía no hay unidad en la fe, ya “el núcleo de lo que nos une es la presencia de Cristo Resucitado”3. Reunirnos en el nombre de Jesús para orar juntos, para conocer y compartir las riquezas de la fe cristiana, para pedirnos perdón unos a otros es la premisa para superar muchas divisiones. Podrán parecer pequeñas iniciativas, pero “nada es insignificante cuando se hace por amor”. Jesús entre nosotros “fuente de la que surge nuestra unidad”, nos indicará “el camino para convertirnos en instrumentos de la unidad querida por Dios”4. Esto es lo que plantean la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de Iglesias y el Consejo Pontificio para la promoción de la Unidad de los cristianos al proponer esta “palabra de vida”, cuyo material ha sido preparado por un grupo ecuménico de Dublín. En efecto, desde 1968, durante la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos vivimos todos juntos una misma “palabra de vida”: un signo y una esperanza para el camino hacia la comunión plena y visible entre las Iglesias.

“Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.” Pero, ¿qué quiere decir estar unidos en el nombre de Jesús? Significa estar unidos en Él, en su voluntad. Sabemos que su deseo más alto, “su” mandamiento, es que entre nosotros se viva el amor recíproco. Por eso, donde hay dos o más personas dispuestas a amarse así, capaces de posponer cualquier cosa con tal de merecer su presencia, todo alrededor cambia. Jesús podrá entrar en nuestras casas, en los lugares de trabajo y de estudio, en los parlamentos y en los estadios, y transformarlos. Su presencia será luz para la solución de los problemas, será creatividad para afrontar nuevas situaciones personales y sociales, será aliento para llevar a cabo las opciones más arduas, será fermento para la existencia humana en sus múltiples expresiones. Su presencia espiritual, pero real, estará allí en las familias, entre los obreros en las fábricas, en los talleres, en los edificios en construcción, estará con la gente del campo, se lo podrá encontrar entre los comerciantes, entre los servidores públicos, en cualquier ambiente. Jesús, que vive en medio de nosotros por el amor recíproco, continuamente renovado y declarado, se hará presente de nuevo en este mundo y lo liberará de sus esclavitudes. Y el Espíritu Santo abrirá caminos nuevos.

“Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.” Por nuestra experiencia podemos decir, agradecidos a Dios, lo verdadero que es cuanto escribía hace muchos años: que si estamos unidos, Jesús está entre nosotros. Y esto es lo que vale. Vale más que cualquier otro tesoro que pueda poseer nuestro corazón: más que la madre, que el padre, que los hermanos, que los hijos. Vale más que la casa, que el trabajo, que la propiedad; más que las obras de arte de una gran ciudad como Roma, más que nuestros asuntos, más que la naturaleza que nos rodea con las flores y los prados, el mar y las estrellas: ¡más que nuestra alma! ¡Qué testimonio le da al mundo, por ejemplo, el amor recíproco del Evangelio entre un católico y un armenio, entre un metodista y un ortodoxo! Entonces, vivamos hoy también la vida que él nos da, momento a momento, en la caridad. El amor fraterno es el mandamiento base. Por eso, todo lo que es expresión de sincera caridad fraterna, vale. Y nada de lo que hacemos vale si en ello no está el sentimiento de amor por los hermanos; porque Dios es Padre, y en el corazón tiene siempre a sus hijos. Vivamos para tener a Jesús siempre con nosotros, para llevarlo al mundo que no conoce su paz.

Chiara Lubich

1) Cf. Mt 1, 23; 2) Mt 28, 20; 3) Guía de la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, 2006 4) Ibid..

Fuente: palabra de vida, enero de 2006, www.ciudadnueva.org.

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