Otra ofensiva que desnuda la precariedad institucional

Al periodismo independiente le queda el deber irrenunciable de no perder nunca su autoridad moral ni su razón de existir, que consiste en sostener una mirada crítica del poder. No debe prestarse a “fusilamientos”, pero tampoco debe permitir que lo fusilen.

Por Joaquín Morales Solá (Buenos Aires)

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La Presidenta acusó al periodismo de practicar el “fusilamiento mediático”, en una nueva y furiosa embestida contra la prensa. Desde que los Kirchner existen han convertido en habituales las menciones peyorativas o deshonrosas hacia la prensa. La propia Cristina Kirchner dijo en su momento que prefería seguir el consejo de su marido, que le sugiere no leer los diarios. Parecería, así las cosas, que el ex presidente tampoco lee los diarios. Sin embargo, nada de lo que parece es cierto. El matrimonio presidencial pasa más tiempo leyendo los diarios, viendo televisión o analizando resúmenes de lo que se dice en la radio que gobernando la complicada Argentina de estos tiempos.

Llevamos seis años, en efecto, de muy duras y permanentes descalificaciones a la prensa. Desde que aterrizó en el poder, Kirchner se erigió como un Quijote malo, dispuesto a luchar contra la prensa porque ésta comete el habitual delito de no ser unánime. Es exactamente lo que no debe ser. Pero, ¿cómo explicarle eso a un líder que se propuso, y lo consiguió, que en su natal Santa Cruz el periodismo fuera uniforme y zalamero con los que mandan? ¿Cómo, cuando el propio Kirchner está formado en una escuela política según la cual una causa mesiánica, difusa y confusa, merece el sacrificio de las libertades más esenciales del sistema republicano? Imposible.

Un problema adicional consiste en que ni siquiera está solo en una región de renovadas desmesuras. Sus mejores amigos entre los líderes latinoamericanos hacen cosas iguales o peores que él. Hugo Chávez acaba de ordenar a ministros y a jueces (así es el sistema de división de poderes en Venezuela) el cierre y la persecución judicial de decenas de radios y de Globovisión, el último medio televisivo independiente de su país. Cristina Kirchner acaba de visitar Venezuela y nada dijo sobre la situación de una libertad esencial de la democracia, como es la de la prensa.

El ecuatoriano Rafael Correa, eterno entusiasta de la candidatura de Kirchner como secretario ejecutivo de Unasur, anunció que cuando le tocara la presidencia pro témpore de la alianza de países sudamericanos crearía “instancias que defiendan a los gobiernos legítimamente elegidos de los abusos de la prensa”. Correa asumió ese cargo en los últimos días. La presidencia de Unasur es rotativa y no tiene ninguna función ejecutiva. Menos mal. ¿Podría proponer la prensa la creación de instancias en América latina que la defiendan de los gobiernos autoritarios y populistas?

En verdad, el primer recurso que necesita la prensa, en la Argentina al menos, es la reconstrucción del sistema institucional y la recreación de los partidos políticos. Los Kirchner son obsesivos con el periodismo porque éste es el último puente independiente que quedó en pie entre ellos y la sociedad. La prensa alcanzó un valor sobredimensionado en la era kirchnerista porque su líder e ideólogo, Kirchner, no ha hecho nada para edificar, luego de la crisis de principio de siglo, un modelo republicano de país y un régimen de partidos que arbitrara entre el poder y la sociedad. Los ha destruido aún más. A eso le dedicó la mayor parte de su tiempo como presidente o como hombre fuerte del país.

La descalificación del periodismo, siempre con afirmaciones falsas de cabo a rabo, ha sido el método preferido para desautorizar la voz de la prensa independiente. Kirchner ha hecho acusaciones sin pruebas, ha deformado la historia del periodismo y ha instalado la idea de que los medios son simples sicarios de un poder económico oscuro y oculto. Se dedica obsesivamente a un medio o a otro, según el humor de la temporada.

Nadie podría discutirles a los Kirchner el derecho a aclarar una información errónea, pero su intención no es ésa: consiste en crear un clima social de sospecha hacia la prensa para eliminar a sus expresiones aún independientes. Resulta, no obstante, que el respeto de cada uno a sus deberes públicos, y a los de los otros, forma parte del sistema democrático. La democracia bien entendida es tan meticulosa en el contenido de las cosas como en las formas de hacerlas.

Kirchner se ha atribuido hasta el derecho de disponer de la vida o la muerte de muchos medios periodísticos. Decenas de medios del interior del país, y algunos de la Capital, no podrían vivir sin la publicidad oficial. Los fondos estatales para publicidad, creados al solo efecto de dar a conocer las decisiones y los actos del Estado, se han convertido en herramientas de propaganda oficial y de extorsión a la prensa.

Las cifras y los destinatarios de esa publicidad, que se conocen una vez al año, son patéticos por su arbitrariedad y, lo que es peor, por su intencionalidad. Hasta el despilfarro para los amigos; el hambre y la sed para los enemigos. Ultimamente esa política de persecución ha ido más allá. Funcionarios importantes del Gobierno (de los servicios de inteligencia, más precisamente) iniciaron causas judiciales por calumnias e injurias contra directivos de LA NACION. Ni siquiera cuestionaron la información, sino la opinión. ¿Estaremos ante un gobierno que cree que existe el delito de opinión?

Los ministros callan, escondidos debajo de los escritorios. Los voceros no hablan; son mudos, ciegos y sordos. Ningún teléfono funciona para que el periodismo pueda cumplir con su obligación de chequear la información que le llega. Sólo algún funcionario cercano a Kirchner o el propio ex presidente reciben a algunos periodistas. Eso no resuelve el problema. Kirchner es el primer político que debería ser chequeado por el periodismo serio: su compromiso con la verdad suele ser nulo. El obstáculo surge de nuevo, intacto e inabordable, porque no hay formas conocidas de chequear nada. La información crucial, concentrada en muy pocas manos, es tratada como una propiedad personal del mandamás del Gobierno.

Gran parte de la pasada campaña electoral del oficialismo se hizo también con el anuncio de reformas a la ley de radiodifusión. Cualquier ley es perfectible siempre y cuando exista un clima previo para perfeccionar y no para perseguir con tales reformas. La persecución es lo que prevalece hasta ahora. El Gobierno optó, por ejemplo, por hacer un debate abierto en el país para levantar el polvo de la polémica y para analizar sus sectarias ideas sobre los medios audiovisuales. Si existiera un propósito bueno y genuino habría enviado el proyecto al Congreso para que sean las cámaras legislativas las que realizaran las audiencias públicas.

La lista de agravios a la prensa es aún más larga. Ni siquiera Hugo Moyano, el más kirchnerista de los dirigentes sindicales (¿o el único?), evitó la tentación de hacerle un buen favor al ex presidente. Varias veces intentó bloquear la salida de LA NACION y de Clarín , clausurando la calle que los talleres comparten. No tiene pleitos con los diarios; sólo dirime, así, sus frecuentes broncas con otro sindicato. El Gobierno nunca condenó el método de Moyano.

La marea latinoamericana donde Kirchner mejor se inscribe y la creciente ofensiva local contra la prensa presagian malos tiempos para el periodismo. Sólo una certeza resalta: ya nada cambiará nunca en la crispada relación de los Kirchner con el periodismo sin compromisos políticos. Al periodismo independiente le queda el deber irrenunciable de no perder nunca su autoridad moral ni su razón de existir, que consiste en sostener una mirada crítica del poder. No debe prestarse a “fusilamientos”, pero tampoco debe permitir que lo fusilen.

Fuente: Joaquín Morales Solá en diario La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 2009.

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