“No me gustan los que se sienten dueños de la verdad”

La escritora Luisa Valenzuela dice que le da escalofríos la sola palabra “líder”.

Por Any Ventura

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“No me gustan los que se sienten dueños de la verdad”, dice la escritora Luisa Valenzuela, sorprendentemente menos reconocida aquí que en el extranjero. Ella ha ganado las becas Guggenheim y Fulbright, y ha dictado seminarios en las universidades de Nueva York y de Columbia.

Valenzuela es autora de Hay que sonreír, una novela cuyo guión fue premiado por el Instituto Nacional de Cinematografía. Entre sus obras de ficción más destacadas se encuentra Cambio de armas, escrita en plena dictadura. Ha recibido la medalla Machado de Assis, importante distinción que otorga la Academia Brasileña de Letras.

Pasa de la novela a los cuentos, de los cuentos a los ensayos y a los testimonios y las crónicas de viaje. Hija de la escritora Luisa Mercedes Levinson y del doctor Pablo Valenzuela, nacida en 1938, colaboró y colabora en diversos medios periodísticos argentinos, entre ellos, La Nación, y nunca ha dejado de publicar.

Su novela Aquí pasan cosas raras ha sido seleccionada por el Museo Whitney, de Nueva York, como una de las obras extranjeras que más influyeron a los escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Es, además, una incansable viajera. Dice Guillermo Saavedra en una antología de la autora, en su prólogo para El placer rebelde : “Desde hace por lo menos un cuarto de siglo, la obra literaria de Luisa Valenzuela no cesa de producir lecturas críticas, traducciones y elogios en el exterior, mientras que en la Argentina goza de una oblicua indiferencia”.

Valenzuela se ocupa de la realidad política, social y literaria de la Argentina en versiones personales y, muchas veces, polémicas. Pese a su rechazo por el tipo de liderazgos populistas y, en general, por el peronismo, dice que Kirchner tiene “una cabeza interesante”. Está de acuerdo con su revisión de los hechos de los años 70, pero opina que la violencia no nació con la dictadura militar y que los desaparecidos comenzaron con la Triple A.

-¿Usted se definiría como una intelectual ?

-“Intelectual” comenzó siendo una palabra de estima y acabó siendo peyorativa, porque suena pretenciosa. Yo me siento una intelectual del viejo tipo: soy una escritora muy curiosa respecto de todo lo que sucede a mi alrededor. Creo que ésa es la función del intelectual. Un intelectual es aquel que está atento a lo que ocurre a su alrededor, tanto cultural como vitalmente.

-¿Le resulta interesante ser una intelectual en la Argentina? ¿Este es un país que se piensa a sí mismo?

-Creo que el espacio para pensar uno tiene que ocuparlo sin esperar a que se lo den. Por otra parte, este es un país al que le gusta mucho la inmediatez, por lo cual hay que ser rápido de pensamiento. Y también es un país muy propenso a la gratificación inmediata. Esto es peligroso. Lo bueno del intelectual -aunque sigo usando el término, trepido un poco, porque está muy desvalorizado- es el valor de la persona que piensa y reflexiona. No dejarse encandilar por las promesas que hacen, por ejemplo, los políticos. Si no, veamos cómo nos ha ido hasta ahora.

-Según este razonamiento, un político sería alguien que no reflexiona, que actúa.

-La política no deja ese espacio de reflexión. Yo creo que lo importante es mantenerse un poco al margen de cualquier juego partidario para poder reflexionar y ver las cosas con distancia.

-¿Hay alguna posibilidad de pensar en el largo plazo?

-En este momento, en la Argentina hay cierta conducción. No estoy desencantada con lo que está pasando. Todo lo contrario: la reflexión acerca de los años de plomo es importantísima para curar el tejido social.

-¿Qué reflexión le merece el replanteo de la responsabilidad de Isabel Perón respecto de la Triple A?

-Algo muy personal: que habría que reeditar Cola de lagartija , una novela que escribí en 1980 sobre la vida secreta de López Rega, en la que aparece la intrusa, que es Isabel, y también aparecen la muerte y Perón. Me parece importante entender que la violencia no nació con la dictadura militar. Tampoco hay que pensar que ellos asumieron la función de poner orden en el horror. Era el mismo horror, pero reglamentado, regimentado e invisible. Lo que lograron hacer fue eso: invisibilizarlo, hacerlo invisible. Pero ya estábamos viendo en las calles de Buenos Aires actos de represión atroces. Los desaparecidos comenzaron con la Triple A. También al respecto tengo una experiencia personal. Volví tras una estadía en Europa, de más de dos años, en 1974, y escribí un libro en un mes, que se llamó Aquí pasan cosas raras . Se refería a toda esa violencia. Lo iban a publicar en 1975 y salió en el 76, publicado como el primer libro sobre la era de López Rega. Pero ¡seguía pasando exactamente lo mismo! De modo que, insisto, es importante mirar para atrás y tener todo el panorama.

-Si la violencia no nació con la dictadura militar, ¿sería interesante analizar el papel de los jefes guerrilleros?

-Nunca me acerqué a ninguna facción. Tenía mis simpatías por la izquierda, pero estaba ahí, como francotiradora. Nunca me dejé llevar por esa adoración de un ídolo, de un héroe o de un líder. La sola palabra “líder” ya me da escalofríos, de cualquier facción que sea. Esta gente se dejó obnubilar por esos seres carismáticos que los llevaban realmente a la muerte.

-¿Nadie le resulta carismático?

-Sí, me deslumbra la inteligencia, pero no me gustan los que se sienten dueños de la verdad. Ni siquiera las religiones ortodoxas me interesan. Todo aquel que diga: “Yo tengo razón y los otros, no” me despierta una desconfianza enorme.

-Usted es una mujer que ha recorrido el mundo. ¿Qué cosas descubrió en los viajes?

-Lo argentino, por empezar, desde cierta perspectiva. Pude ver, así, esa expresión de deseo que tenemos los argentinos. También vi cuánto más latinoamericanos somos de lo que nos creemos estando en Buenos Aires, en la Capital Federal. Y esto es muy interesante. Vi también que tenemos una literatura propia. Esto ya lo veía estando cerca, pero de lejos lo vi mejor: en este país hay una identidad literaria muy fuerte.

-¿Es más fácil mantener la identidad desde el interior que desde la Capital?

-Los del interior son los que pudieron conservar su esencia: su cultura, su música, sus tradiciones orales, ciertas artesanías, sus formas de cultivo e incluso sus artes de curación. Esas gentes conservan su dignidad. En cambio, aquellos que han sido “aculturados”, sacados de su lugar, o que les han impuesto algo distinto, se quedan realmente sin nada. Esto lo vemos mucho en ciertos pueblos.

-¿Tiene que ver con el dinero? ¿Con el dinero se pierden la ingenuidad y la inocencia?

-No sé si las palabras adecuadas son “inocencia” e “ingenuidad”. Lo que viene con el dinero, a veces, aun cuando se es una persona medianamente normal, es la codicia. Sucede que el dinero es un invento extraño. Piense que es algo que no existe. Es una convención.

-Volvamos a lo que decía sobre la Argentina, en cuanto a que es cíclica, adolescente, que quiere todo ahora mismo…

-Que se vayan todos, que lo quiero todo…

-… pero que tiene a la vez gran capacidad de reactivación, de reciclarse. Teníamos los cacerolazos y los piqueteros, y ahora somos el país del turismo.

-Sí; en eso, la Argentina es un país maravilloso. La parte linda que también percibí desde afuera es esta creatividad veloz, una creatividad que se convierte en viveza criolla en cuanto uno se descuida. En el momento en que no se pudo importar más, surgió aquí una calidad de diseño maravillosa. Comenzaron los diseñadores a hacer cosas muy novedosas e inesperadas. Hay aquí una enorme calidad de inventiva.

-Usted ha escrito mucho sobre Nueva York. ¿Estados Unidos le resulta familiar?

-Sí. Ahora hace mucho que no voy porque boicoteo a Bush. En 2001 fui a Nueva York, después del 11 de septiembre, a presentarle mis condolencias a la gente de esa ciudad que adoro. Después no volví, salvo en las elecciones, pensando que Bush iba a perder. Cuando ganó, no quise volver. Ya sé que es un boicot personal, del que nadie se da cuenta… Pero en relación con mis viajes, no soy sólo yo la que circula: también circulan mis libros.

-¿Se refiere a Cambio de armas ?

-No, a Aquí pasan cosas raras . En el museo Whitney, de Nueva York, hicieron dos muestras: una sobre el arte norteamericano de los primeros cincuenta años del siglo XX y otra sobre el arte de los últimos cincuenta. Parte de la segunda muestra consistía en los libros que habían influido en el arte norteamericano. Se mencionaba a gente del exterior, también. Por supuesto, a Borges. Pero el único libro que estaba expuesto era el mío: Aquí pasan cosas raras . Por qué, no sé. Me fui a ver la exposición, porque no me habían avisado.

-¿Quiénes más estaban?

-Susan Sontag, por ejemplo. Tampoco había recibido comunicación alguna. Me dijo: “¡Estás vos!”.

-¿Está interesada en la política? ¿Lee noticias cotidianamente?

-Leo los diarios y no estoy de acuerdo con lo que dicen algunos de ellos, que están en contra de este gobierno. Yo, que nunca he sido peronista, pienso que hay muchas cosas que están funcionando. Pero no me involucraría en la política.

-¿Hay algún personaje del Gobierno o de la oposición que le parezca interesante?

-Filmus me parece interesante. ¿Puedo nombrar a Kirchner? Kirchner me parece una cabeza interesante. Me parece interesante. Es rápido. Agarra las cosas al vuelo, y dice cosas de suma valentía.

-¿Elisa Carrió?

-Me parecen raros sus cambios. No entiendo lo que está pasando ahora con Lilita. Yo la aprecio mucho, pero no le gusta sentarse con nadie. Es raro eso. Tiene una personalidad demasiado excluyente.

-Cuando piensa en su país, ¿hay una parte suya que siente vergüenza de ser argentina?

-Esa pregunta implica caer en una trampa similar a cuando los militares decían que al criticar al gobierno se estaba criticando al país. Durante el gobierno militar, sentía vergüenza, pero estaba en contra. Yo no tenía la culpa. En cambio, se me habría caído la cara de vergüenza si hubiera votado a Menem. Nunca lo voté. Es alguien que destruyó cuidadosamente todo.

-Seguramente, con Raúl Alfonsín se sentía más afín…

-Sí. Ahora bien: yo no estaba en el momento en que en la plaza dijo: “La casa está en orden”. Me había ido a Estados Unidos en 1979, con la dictadura militar bien avanzada, y volví en 1989. Pero creo que hubo un momento en que era imposible enfrentarse con los militares cara a cara. El poder que tenían era enorme. Hay que aceptar que una cosa buena que hizo Menem fue desmantelar ese poder.

-¿Qué pensó cuando reeligieron a Menem?

-Perdió toda gracia estar en la Argentina. La cosa empeoraba cada vez más. Pero ya estaba acá. He charlado muchas veces con la señora que trabaja en mi casa, tratando de decirle que estaba votando a alguien que iba totalmente en contra de ella, que la iba a empobrecer cada vez más. Y no lo entendía. Porque tenía el ideal peronista, ese fantasma que nos come. El peronismo es algo distinto para cada uno. Es la esperanza, son los Reyes Magos, es Santa Claus, que no existe. En ese sentido, Néstor Laclau tiene razón: es un significante vacío.

-¿Es la ilusión de algo mejor?

-…que nunca va a suceder…

Por Any Ventura

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 17 de febrero de 2007.

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