No hubo transición, sino sucesión en Cuba

En Raúl Castro, ministro de las FAR, recayó la mayor parte de la herencia, de modo de aventar el fantasma más temido: que después de 47 años y 10 gobiernos norteamericanos la revolución muera con su líder.

Por Jorge Elías

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Transición no hubo. Castro delegó provisionalmente el poder en Castro. No hubo transición, pues, sino sucesión. En esa sucesión no tallaron elecciones ni consultas populares. Un hombre, Fidel Castro, decidió confiar su capital político en otro hombre, Raúl Castro. Es decir, en su hermano.

El régimen cubano, no democrático, estrenó de ese modo un sistema que, en principio, combatió el comunismo desde 1917: algo parecido a una monarquía absoluta, como un seguro contra todo riesgo inmediato de investigaciones y juicios.

No hay gobierno sin culpa, sea del signo que fuere. En su proclama de sucesión, acaso un testamento político, Fidel Castro firmó con todos sus títulos: presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; comandante en jefe “de las heroicas” Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR); primer secretario del Comité Central del Partido Comunista Cubano (PCC), e “impulsor principal” de los programas nacionales e internacionales de Salud Pública, Educación y Revolución Energética.

En Raúl Castro, ministro de las FAR, recayó la mayor parte de la herencia, de modo de aventar el fantasma más temido: que después de 47 años y 10 gobiernos norteamericanos la revolución muera con su líder. De ahí, la sucesión: la revolución depende, más que nunca, de las fuerzas armadas, la policía y la inteligencia, sus áreas de competencia.

“Me llama la atención que estén tan callados, lo cual refleja, creo yo, la gravedad de la situación”, observó ayer, en un diálogo con LA NACION, el secretario general del Directorio Democrático Cubano, Orlando Gutiérrez, mientras preparaba una presentación sobre los posibles escenarios de la transición.

Transición, sin embargo, no hubo. ¿Qué hubo? Una sucesión y, a la vez, un desenlace. Precipitado, tal vez, pero desenlace al fin. Para ese momento crucial, el PCC, rector de la revolución, trabajó durante no menos de cinco años. En principio, desde la primera señal de alerta: el golpe de calor, no de Estado, que volteó el 23 de junio de 2001 a Fidel Castro en la localidad de El Cotorro.

El súbito desvanecimiento conmocionó al mundo. No había caído un hombre, sino un símbolo. El último veterano de la Guerra Fría, sobreviviente, según él, a 600 intentos de asesinato.

El reloj biológico, empero, avanzó más rápido que el reloj histórico: el 13 de este mes cumplirá 80 años, de los cuales dedicó más de la mitad a apuntalar un régimen basado sobre el culto a sí mismo. Sin él, ocho millones de cubanos, de los cuales siete de cada 10 nacieron después de 1959, ya no tendrán a quién agradecer en público ni a quién maldecir en privado.

El fomento de la democracia

Con el desenlace, nada cambia y, a la vez, todo cambia. Después de más de cuatro décadas de un embargo económico infructuoso que terminó siendo la excusa favorita de Fidel Castro, el gobierno de George W. Bush, por medio de la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre, confía en que una transición, más allá de que haya habido una sucesión, derivará en una democracia, a tono con la región.

Nada indica, por ahora, que Raúl Castro tenga esa intención. Nada indica, tampoco, que los 80 millones de dólares que el gobierno norteamericano piensa destinar en dos años a la oposición cubana rindan sus frutos. Tienen un defecto de fábrica: el sello de Bush.

Todos los fondos que provengan de ese origen estarán irremediablemente asociados con Irak en general y Abu Ghraib en particular, Guantánamo, el Katrina y, si cuadra, Medio Oriente. Todos los fondos que provengan de ese origen, a su vez, procurarán ser repelidos por el sostén de los Castro en la región, Hugo Chávez, apoyado por Evo Morales, en defensa de intereses tan estratégicos y sensibles para los Estados Unidos como las reservas energéticas.

Frente a ello, ¿qué efecto podría tener el mensaje de ayuda y de amistad de los Estados Unidos en una virtual transición después de la sucesión si la democracia por sí misma, más allá de la convocatoria periódica a elecciones, aún no satisfizo expectativas en América latina después de la era de las dictaduras militares y de las guerras civiles?

Un cubano en el exilio como Gutiérrez dijo que otros gobiernos, además del norteamericano, deberían actuar ahora. ¿La razón? El desenlace de aquellos años de plomo perturba al régimen de los Castro. Lo perturba, sobre todo, un apellido: Pinochet, investigado y juzgado cuando procuraba asegurarse una vejez venturosa. El reloj histórico, en su caso, avanzó más rápido que el reloj biológico.

Jorge Elías

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 2 de agosto de 2006.

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