«No hace falta otra ley de educación», dice Mariano Narodowski

Para el especialista, lo que importa es elevar la calidad general de la gestión.

Por Agustina Lanusse

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A Mariano Narodowski, actual director del Area de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella y profesor visitante de la Universidad de Harvard, no le tiembla la voz a la hora de hablar del debate que puso en marcha el Gobierno para elaborar una nueva ley nacional de educación. Dice, contundente: “No hace falta una nueva ley para cambiar los graves problemas educativos de nuestro país. Buena parte de ellos se dan por falta de proyecto, de política y de gestión”.

“El riesgo que se corre es convertir el cambio de legislación en una coartada para discutir temas que pueden ser importantes, pero que no atañen a las cuestiones cruciales”, sostiene este lúcido intelectual, acostumbrado a hablar en público, pero también a ser castigado por sus declaraciones: en 2003 tuvo que renunciar al vicerrectorado de la Universidad Nacional de Quilmes por sus creencias políticas: en ese momento era asesor de Mauricio Macri. Narodowski -doctor en Educación por la Universidad de Campinas, Brasil, 45 años, casado en segundas nupcias, padre de dos hijos- tiene una vasta trayectoria en el campo educativo. De 1993 a 1998 fue asesor de Ctera. Desde 2001 es presidente de Lugar por la Educación Argentina. Obtuvo en 2002 la beca John Simon Guggenheim y publicó 14 libros y más de 170 artículos en revistas científicas y de divulgación especializadas en ciencias sociales.

«Hace falta que nos pongamos de acuerdo sobre qué país queremos ser, cuál es el desarrollo que buscamos en el nivel económico y cultural que vamos a encarar y cómo acomodaremos la educación a esos requerimientos. Hoy tenemos un sistema de enseñanza adecuado para la decadencia argentina», dice.

-¿En qué sentido?

-Si la Argentina va a seguir teniendo un perfil productivo como el actual, en el que el principal componente de las exportaciones son commodities con bajísimo nivel agregado, desde el punto de vista del conocimiento el sistema educativo que tenemos es aceptable. En cambio, si queremos que nuestro país deposite su desarrollo económico en la innovación, el valor del conocimiento y las comunicaciones, las organizaciones en red, la inteligencia humana y productiva, tendremos que tener un sistema educativo adecuado. Desde lo cultural, hace falta generar más exigencia, excelencia y entusiasmo. Las autoridades y los adultos debemos establecer criterios claros de calidad y autoridad innegociables, para que a un chico no le dé lo mismo aprender que no aprender.

-¿Cuáles son los mayores obstáculos para la educación?

-Existen problemas edilicios en miles de escuelas, que no se resuelven por ley, sino con una gestión eficiente. La ciudad de Buenos Aires es un claro ejemplo de mala gestión en problemas de esta naturaleza. En este distrito hay presupuesto para infraestructura, pero se subejecuta. No faltan fondos ni reglas, sino capacidad humana y política para arreglar estas cuestiones básicas.

-¿Es optimista sobre el alcance que puede tener la nueva ley?

-No, porque tampoco el debate fue planteado desde el Gobierno con seriedad. Creo que debatir solamente la cuestión educativa es un error. Hace falta debatir el país entero. En segundo lugar, creo que en este debate faltó una convocatoria a los principales partidos de la oposición: el ARI, el radicalismo, Pro, el socialismo. Nuestra democracia es una democracia de partidos políticos. En tercer lugar, un debate que dure sólo seis meses es poco serio. Además, el documento propuesto por el Gobierno no fue suficientemente leído por la ciudadanía y es muy general. Plantea temas de justicia social, de discriminación y de género, sobre los cuales casi todos estamos de acuerdo. No existen nuevas propuestas.

-¿Qué prioridades impostergables en materia educativa deberían estar contempladas en la nueva ley?

-Espero que este debate sirva para proponer la aplicación urgente del ingreso universal mínimo y vital para todas las familias argentinas, porque en la miseria no es posible educar. Los salarios de los docentes están por debajo del promedio de la convertibilidad. También hay dificultades en la formación de los maestros que no se resuelven con cursitos de capacitación, sino con proyectos. También hay problemas grandes de actualización de contenidos y de organización de la escuela media.

-¿Qué se puede hacer para resolver la crisis de la escuela secundaria? Los índices de deserción alcanzan el 30% y la tasa de alumnos con edades superiores a las previsibles para los años que cursan llega al 35% de la matrícula…

-El secundario tiene una organización obsoleta que persiste desde la década del 30: doce materias con doce profesores, con clases de cuarenta minutos y con profesores que sólo están en la escuela mientras dan clase. El secundario debe ser reorganizado, con docentes que ganen más trabajando sólo en una institución. Hay que agrupar asignaturas, con materias obligatorias y optativas que estén divididas en un ciclo básico de dos años, en el que se transmitan conocimientos rigurosos vinculados con las ciencias, artes y humanidades, y un ciclo de orientación en el que se profundice lo básico y, además, se tienda a la relación con el trabajo y la educación superior. Hay mucho por hacer. Por ejemplo, para incentivar la lectura en los chicos, propongo la creación del Consejo Nacional de Lectura, formado por educadores e intelectuales destacados, que indique para cada año, desde el preescolar hasta el último año de la escuela media, un mínimo de obras literarias que deberán leer todos los alumnos del país. El Ministerio de Educación deberá garantizar el acceso de todos los alumnos a esas obras, repartiendo libros en las escuelas, y no en las peluquerías.

-¿Cómo paliar el gravísimo problema argentino de la desigualdad? Un joven con necesidades básicas insatisfechas tiene un 70% más de probabilidades de desertar que uno que tiene sus necesidades satisfechas?

-La primera manera es comprender que todos somos iguales. Para la igualdad es urgente una carta de ciudadanía educativa, que es un ingreso universal por hijo para todas las familias con chicos entre los tres y los 18 años que acrediten mes por mes la asistencia a la escuela. Es absurdo diseñar modelos educativos sofisticados cuando la mitad de la población menor de 24 años está en la pobreza. La ley de educación lo debe contemplar, y no podemos esperar ni un día más. Para entender la inclusión hace falta que las escuelas cuenten con estrategias diversas que incluyan a todos, más allá de sus diferencias.

-¿Cuáles son los aciertos y cuáles los puntos débiles de la ley de financiamiento educativo que promulgó el Gobierno el año último?

-La ley de financiamiento educativo, desde lo político, es un instrumento muy viejo y muy poco serio, porque plantea que si crece el PBI aumentan los fondos para educación y si desciende el PBI los recursos para educación bajan. Esto es lo mismo que dispuso la ley federal de educación, y ya vimos sus resultados. La cifra del seis por ciento del presupuesto para educación es absurda. ¿Seis por ciento de cuánto? En 2000, la Argentina estuvo cerca del número mágico (cinco por ciento), e igual estábamos lejos de una educación de calidad.

-¿Qué habría que hacer, entonces?

-La forma adecuada de encarar este problema es que el Ministerio de Educación diga seriamente cuánto cuesta una educación de calidad y cuál es la inversión que corresponde hacer por alumno y por docente. Hoy no lo sabemos, porque el Gobierno insiste con el número seis. Esta nueva estrategia tiene la ventaja de que la asignación de recursos será más responsable y la educación va a dejar de estar atada a la economía, como en la actualidad. Podremos tener ministros de Educación que, en vez de agachar la cabeza frente a los economistas, pongan a toda la sociedad en favor de una educación de calidad. Y, a la vez, frente a una crisis económica, los recursos para la educación estarán resguardados, mientras que la ley de financiamiento anticipa el colapso frente a una crisis.

-¿Cree que los argentinos tenemos un compromiso serio con la educación?

-No, el compromiso es light . Hay muchísimas escuelas y familias que están muy comprometidas y hacen un trabajo excelente. Esto es visible, pero también lo es la incapacidad de ponernos de acuerdo en un proyecto. Si la educación no es proyecto, lo que quedan son compromisos parciales, desarticulados. Falta que la ciudadanía pueda construir liderazgos sanos y con prospectiva. Sarmiento no fue sólo él, sino una sociedad que empujó para que ese líder existiera.

-Con respecto a la formación de los jóvenes, hoy los docentes se quejan de que los padres son condescendientes con sus hijos, y viceversa: los padres se quejan del trato que los docentes les dan a sus chicos. ¿Cuesta tanto relacionarse con los jóvenes, ponerles límites?

-Lo que se está dando hoy es un cambio grande en las concepciones de la niñez y la adolescencia, que deja perplejos a educadores y a padres. Antes la adolescencia era un lugar del que uno tenía que irse rápido para convertirse en adulto. Hoy, en cambio, es un lugar cómodo, en el que todos queremos quedarnos el mayor tiempo posible. Creo que lo peor que podemos hacer padres y docentes es recriminarnos mutuamente. Esto no es constructivo. Hay que establecer una nueva alianza basada en la reciprocidad, dándoles mucha autoridad a los maestros para trabajar con los jóvenes. Los adultos estamos perplejos. Tenemos viejos recursos para nuevos problemas. Hay que generar nuevos recursos sobre una base de autoridad distinta. No despótica, sino democrática, justa y confiable.

-¿Pero los maestros cuentan con respaldo para ejercer su autoridad ?

-No, los docentes no se sienten respaldados en sus decisiones ni por las autoridades educativas ni por los padres. Tienen problemas de responsabilidad civil y penal. Varias decisiones que toman son cuestionadas por supervisores. El poder político debe dar señales claras de que el poder lo tienen los docentes. Si no, los jóvenes perciben el cortocircuito y los maestros pierden autoridad.

-¿La violencia juvenil actual habla de la debilidad de las figuras del padre y de la madre?

-Hay un enorme desgaste en las familias, vinculado con los problemas socioeconómicos, y, además, un cambio cultural grande, que mantiene confundidos a los adultos. Hoy son nuevas las formas de infancia y adolescencia, y los padres se encuentran desorientados. Pero el problema no es sólo de los padres, sino de los adultos en general. El tema está en si queremos seguir siendo una sociedad adolescente o si queremos crecer. Si diéramos un mensaje de compromiso, responsabilidad y seriedad, muchos de los conflictos de los jóvenes tenderían a desaparecer. Pero hay que atreverse a debatir y a educar. Educar conlleva un riesgo: el de equivocarse y tener que reparar luego el error. Si tenemos una posición light, según la cual todo nos da lo mismo, vamos a generar una sociedad sin ley, violenta.

-Por último: ¿cómo ve en perspectiva la tormenta que atravesó en 2003, cuando le pidieron la renuncia al vicerrectorado de la Universidad Nacional de Quilmes por razones políticas?

-Lo que me dejó aquella crisis fue aprender que ser un intelectual público, como concibo mi profesión, tiene riesgos en la Argentina. Para mí sería más tranquilizador investigar y publicar afuera, en el exterior. Pero yo concibo mi trabajo como la tarea de un intelectual que tiene capacidad para utilizar sus conocimientos como caja de herramientas para la sociedad. De esta crisis salí fortalecido gracias al apoyo que recibí de toda la comunidad académica.

Agustina Lanusse

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 29 de julio de 2006.

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