“No es cierto que la tecnología lo resuelve todo”

Es la opinión del escritor Aníbal Ford quien analiza la actualidad socio-cultural del país y del mundo durante una entrevista.

Por Adriana Schettini

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Se escucha aquí y allá: de la mano de las nuevas tecnologías, tarde o temprano, el mundo habrá de parecerse a un paraíso. Aníbal Ford escucha con recelo ese discurso. Le suena a canto de sirenas. Egresado de Filosofía y Letras, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y ex director de la carrera de Comunicación y de la maestría en Comunicación y Cultura de esa facultad, analiza el fenómeno desde la óptica de la realidad política y social. “Yo no soy un especialista en nuevas tecnologías, sino en los problemas culturales que ellas generan”, dice, y exhibe su preocupación por la brecha que separa a los cibernavegantes de los millones de seres humanos que aún carecen de electricidad, agua potable y alfabetización.

Periodista, escritor, investigador del Instituto Gino Germani y viajero incansable, ha publicado numerosas obras. En el campo de la ficción, “Sumbosa”, “Ramos generales” y “Oxidación”, entre otras; en el terreno del ensayo, dos de las más recientes son “La marca de la bestia” y “Resto del mundo”, ambas de Editorial Norma. Actualmente, junto con el antropólogo Carlos Masotta, prepara un libro sobre el faro del fin del mundo, tarea que lo ha llevado a viajar varias veces a Isla de los Estados, en el extremo sur argentino.

-¿Qué problemas plantea la desigual distribución de las nuevas tecnologías en el mundo globalizado?

-Aunque se diga que lo que no está en Internet no existe, hay muchas cosas que están fuera de Internet. Y las utopías comunicacionales, es decir, las propuestas que afirman que, resueltos los problemas de comunicación entre los hombres, se van a resolver los problemas del mundo, fracasaron siempre. Creo que hay que ubicar las nuevas tecnologías en su lugar: no ignorarlas, pero tampoco endiosarlas. Los problemas económicos, políticos y socioculturales que afectan al mundo exigen transformaciones estructurales, no simbólicas. Al trabajar sobre una agenda global no se puede ignorar la brecha entre riqueza y pobreza, brecha en la que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo viene insistiendo desde hace años y que, traducida en cifras, significa que el 80 por ciento de la riqueza se concentra en el 20 por ciento de la población. Lo grave es que esa distancia va creciendo con el paso del tiempo. Eso explica una cantidad de conflictos contemporáneos como, por ejemplo, las migraciones desesperadas. Estamos hablando de situaciones realmente extremas: el 30 por ciento de los habitantes del planeta vive sin agua potable. En ese marco, analizo el problema de las nuevas tecnologías.

-¿Critica la globalización?

-Ante tanta apología de la globalización o de las formas en las que ésta se produce, hay que poner en escena las desigualdades comunicacionales. En ciertos países hay un televisor por habitante y en otros, un televisor cada cincuenta habitantes. Menos del tres por ciento de la población mundial tiene la posibilidad de navegar por Internet. Gran parte de los seres humanos carecen de teléfonos y ni siquiera han tenido acceso a la alfabetización. Entonces me pregunto si los problemas de los países que han quedado del otro lado de la vidriera se solucionan con las nuevas tecnologías.

-Hay quienes sostienen que con el auge de los blogs la información se irá democratizando, hasta hacer de cada ciudadano un periodista. ¿Cuál es su postura?

-Creo que esa idea de democratización es utópica, aunque en la guerra de Irak se dieron situaciones interesantes: periodistas que en su blog escribían lo que de verdad pensaban, mientras que para el diario escribían otra cosa, de acuerdo con el contrato de lectura del periódico. En la guerra del Golfo, en cambio, hubo una censura muy cerrada; allí, el ejército norteamericano logró manejar la información, mientras que en Irak se filtraron muchísimos datos que produjeron fenómenos fuertes en el nivel comunicacional.

-¿Podría dar un ejemplo?

-Sí: el tipo de difusión que tuvieron en Internet las fotos de las torturas practicadas contra los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. No podemos soslayar que las imágenes de la tortura que estaban ubicadas en el plano más sexual pasaron de inmediato a la industria pornográfica, que incluso hizo filmaciones en las que simulaban el horror de aquella prisión. Eso fue ir mucho más allá del límite. Demasiado. Por eso creo que la supuesta democratización de las comunicaciones a partir de Internet y los blogs es muy irreal. Por otra parte, no hay que perder de vista que en la actualidad una decena de empresas manejan el 80 por ciento de la comunicación, la información y la cultura en el nivel mundial. Hay señales de TV que tienen diez versiones diferentes para diez países diferentes, pero todas ellas están administradas desde el centro.

-¿Cómo está posicionada la Argentina en esa realidad del mercado televisivo?

-Si tomo el conjunto de los canales de cable que se ven en la Argentina, puedo hacer etnografía de los Estados Unidos porque tengo todos los perfiles de ese país, y he perdido, en cambio, muchas de las señales de América latina que se veían en otra época. A eso hay que sumarle que en casi toda la zona pobre y desértica de la Argentina hay antenas parabólicas, con la posibilidad de acceder a los canales internacionales. Ese panorama nos obliga a plantearnos una serie de preguntas. ¿Qué piensa alguien que está sumergido económicamente al ver las ostentaciones del centro del mundo por televisión? ¿Opta por la emigración? ¿Se resiente? ¿Consigue meter esa información dentro de otro sistema cultural? Honestamente, no lo sé. Esto es algo que apenas empezamos a trabajar y, por el momento, desconocemos dónde va a desembocar.

-¿Qué peso tiene lo que se publica en Internet en la formación de la opinión pública?

-La influencia de Internet por ahora es indirecta. Es cierto que muchos de los que leían los diarios impresos ahora los consultan en la Red, pero esos lectores no son toda la sociedad. Actualmente estoy trabajando en la construcción de las noticias en casos excepcionales. El estudio parte de una lluvia de cenizas que ocurrió en Buenos Aires en 1932, y estamos analizando cómo construyeron la noticia los diarios de la época para compararlo con lo que es la información sobre catástrofes en la actualidad.

-Con referencia a la actualidad, ante un fenómeno como el tsunami, por ejemplo, ¿pueden los medios gráficos generar un impacto análogo al que producen las imágenes transmitidas por TV?

-Es diferente. Cuando se dio la lluvia de cenizas en 1932, Crítica publicó fotos y un relato muy fuerte, casi bíblico. Ahora, al ver en la pantalla del televisor la devastación producida por un tsunami o la tragedia de Nueva Orleáns, uno percibe lo que está pasando y de inmediato lo une con otros registros televisivos, como las series sobre catástrofes naturales. Y, finalmente, toda esa información se recopila como espectáculo.

-¿Qué ocurre con la comunicación de las tragedias provocadas por los hombres, como los atentados terroristas?

-Hay ciertos puntos de conexión en el modo como se comunican las catástrofes naturales y las producidas por acción del hombre. La bomba en Londres o el atentado a la AMIA, por citar dos casos, también son episodios que sacuden a toda la sociedad y que rompen la rutina informativa. Pero además exigen comprensión y búsqueda de sentido con urgencia. El punto de conflicto es que faltan herramientas para darles sentido de inmediato.

-En cuanto a las posibilidades de encontrar el sentido de lo que ocurre, ¿la televisión está por delante o por detrás de la gráfica?

-Ante todo, hay que considerar que el hombre busca sentido y que, cuando no lo encuentra, experimenta mucha angustia. El hombre tiene una pulsión por el sentido. La gráfica, en virtud de su tradición documentalista y de su archivo, tiene más posibilidades de ubicar lo que ha ocurrido dentro de una serie. Frente a un accidente de avión, por caso, un medio gráfico presenta la noticia y además hace referencia a los diez últimos accidentes de avión. En la gráfica aún se siente la presencia de un archivo que la televisión no tiene. La televisión se mueve en otro nivel y suele ocurrir, como de hecho ocurrió con el atentado a la AMIA, que el camarógrafo vaya por arriba del periodista: lo que está mostrando el camarógrafo es más fuerte que lo que está diciendo el periodista en el mismo momento. Pero la imagen, salvo en casos excepcionales, es ambigua: si no tiene un pie de escritura y si se la muestra fuera del contexto, puede interpretarse de varias maneras.

-¿Cómo deberían enfrentar los medios gráficos el desafío que les plantea la televisión? ¿Tratando de parecerse a ella con textos hiperbreves, o privilegiando la escritura, el análisis y la opinión?

-En esto hay dos posiciones, pero antes de analizarlas hay que dejar en claro que el periodismo gráfico es muy pequeño en comparación con los otros medios. Basta pensar que The New York Times tira un millón ochocientos mil ejemplares, mientras que MTV llega a cuatrocientos millones de personas. En cuanto al modo en que la gráfica enfrenta el desafío de la TV, en los Estados Unidos se han dado diversas reacciones. USA Today tomó un modelo muy televisivo: textos breves, muchas fotografías y muchas ilustraciones. The New York Times, la vieja dama gris, sigue privilegiando la información, aunque ha pasado a presentarla de otro modo: en sus primeras planas aparece cada vez más información editorial y menos noticias de último momento. En el caso de The Wall Street Journal hay un mantenimiento total del contrato de lectura, a tal punto que el 11 de septiembre de 2001 fue el único diario que no publicó ninguna foto del atentado en la tapa.

-En “La marca de la bestia”, usted hablaba del crecimiento de las zonas de información general en los periódicos y del decrecimiento de la lectura de las “zonas duras” (política, internacionales, economía). ¿Cuál es el origen y la vigencia de esa transformación?

-Durante la década del 90 hubo un gran desarrollo de lo que yo denomino “infoentretenimiento”. Es decir, el cruce entre información y entretenimiento. Se pensó que con la caída del Muro de Berlín se habían terminado los grandes problemas. Pero ese modelo entró en crisis en los últimos dos o tres años, en los que fue necesario volver a un tipo de información más dura.

-¿Por qué se agotó aquel modelo de comunicación?

-Porque cuando Francis Fukuyama proclamaba que se había acabado la historia, estaba macaneando. La historia no había terminado. Desde los 90 hasta ahora hubo una enorme cantidad de conflictos bélicos, un terrible crecimiento de la brecha entre riqueza y pobreza, migraciones desesperadas y crisis socioeconómicas que demostraron que el mundo seguía con una historia pesada, muy fuerte.

Adriana Schettini

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 12 de agosto de 2006.

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