“Nadie quiere disgustar a los norteamericanos”

El filósofo Gianni Vattimo habla de la Italia actual.

Por Verónica Chiaravalli

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Con el control remoto en la mano, sentado al borde de la cama, desde su habitación en el piso 15 de un hotel porteño, el filósofo italiano Gianni Vattimo (Turín, 1936) sigue, concentrado, las alternativas de la vibrante contienda electoral entre las fuerzas de Romano Prodi y de Silvio Berlusconi, que la televisión de Italia transmite minuto a minuto. No se trata, sin embargo, de que Vattimo espere grandes cambios en su país después del ajustado triunfo de la coalición de centroizquierda: “Creo que tendremos un gobierno dominado por una nueva democracia cristiana, surgida de la colección de ex socialistas, ex democristianos y ex comunistas (más algunos de la centroderecha que se puedan ir sumando luego), que espero que dure lo suficiente como para hacer todo lo que había proyectado en materia de educación, de salud y con objeto de contrarrestar la precarización del trabajo”, dice Vattimo “No soy optimista respecto de otros cambios -continúa-: mientras Italia esté dentro del cuadro atlántico, cabe esperar que se mantenga la misma política exterior dependiente de los Estados Unidos que hemos tenido hasta ahora (porque todos, hasta los ex comunistas, están preocupados por no disgustar a los norteamericanos), y la misma política económica funcional al mercado internacional: los chinos producirán zapatos baratos y nosotros deberemos, como se suele decir, inventar productos de alto contenido tecnológico. Pero dado que tenemos una inversión bajo cero en investigación universitaria científica y tecnológica, no sé cómo lo haremos.” -¿Qué pasará con Berlusconi? -Berlusconi ha estado hablando de formar un cogobierno -cosa que Prodi no acepta porque se siente ganador- y eso, si bien es un signo de que no quiere dejar el poder, también lo muestra en una actitud más moderada que la que tenía durante las últimas semanas de la campaña electoral, en las que parecía haberse vuelto un poco loco. Me resulta sorprendente que el voto de los italianos en el exterior le haya resultado adverso. Yo pensé que iba a ser un voto de derecha. Los emigrantes no tienen demasiado contacto con lo que pasa en la vida diaria de Italia, de modo que entre ellos debe de haber pesado cierta imagen de corrupción proyectada hacia afuera por Berlusconi. La charla con La Nación tiene lugar apenas cuatro horas después de que Vattimo llegó a Buenos Aires. Ni el cansancio del viaje ni la falta de sueño empañan la sonrisa cordial con que invariablemente recibe a quien se le acerca. Es evidente que Vattimo disfruta de la conversación y de la compañía de la gente. También, que este profesor universitario, nihilista y cristiano a su manera; comunista y demócrata; ex integrante del Parlamento Europeo y encendido polemista, ejerce sobre el público una atracción especial. En noviembre, La Nación tuvo oportunidad de ver cómo en Santiago de Chile, donde participó del Día Mundial de la Filosofía, los estudiantes desbordaban el auditorio del Centro Cultural Mapocho para escucharlo, y lo vivaban, le pedían autógrafos y se sacaban fotos junto a él como lo hubieran hecho con Mick Jagger. Autor de “El fin de la modernidad”, “Creer que se cree” y “Después de la cristiandad”, entre otros libros, Vattimo es reconocido internacionalmente por sus trabajos sobre la filosofía de Nietzsche y de Heidegger, y por su desarrollo conceptual del “pensamiento débil” como característica dominante de la época actual. En palabras simples, se puede decir que el pensamiento débil, como oposición al pensamiento fuerte o metafísico, rechaza la posibilidad de que exista una verdad única y absoluta, y postula la necesidad de aceptar que el ser humano habita un mundo en el que las certezas han sido desplazadas por las verdades parciales y el relativismo. Invitado por el Instituto Italiano de Cultura para presentar la “Cátedra abierta sobre desarrollo, ética y cultura”, que preside Bernardo Kliksberg, hoy, a las 19, en el Teatro Presidente Alvear, Vattimo dialogó con La Nación sobre los temas que más lo apasionan: filosofía, política y religión. -¿Cuál es la vigencia del pensamiento débil, veinte años después de haberse dado a conocer? -“El pensamiento débil” se publicó en 1983, y me parece que en estos últimos veinte años se ha transformado en una importante teoría del debilitamiento como única vía de emancipación. Pienso que hay un hilo conductor en la historia del pensamiento moderno que muestra el debilitamiento del ser como aquello que nosotros llamaríamos también progreso. El pensamiento débil se me aparece como una filosofía de la historia de tipo nihilista. El único argumento que tiene la filosofía débil para fundamentarse es que han sucedido cosas. Hoy ya no se puede decir que los pueblos ex coloniales son primitivos, no porque no creamos más en la filosofía de la historia europea, sino porque aquéllos se han rebelado. Paradójicamente, que ya no se pueda ser eurocéntrico no depende del hecho de que, en un cierto punto, hayamos descubierto que el eurocentrismo es falso, sino del hecho de que aquellos pueblos han venido a demostrarlo a nuestra casa. No se trata de una verdad lógicamente probada; lo que hay es la verdad que se aprende escuchando la voz de lo que sucede. -¿Cómo convive el pensamiento débil con la revalorización de la fe religiosa (a veces llevada al extremo de la intolerancia) que se observa en distintas comunidades? -Esa revalorización hace necesario el pensamiento débil. Y creo que esta idea también es necesaria para el catolicismo. Toda la historia del cristianismo es la historia de la interpretación cada vez menos supersticiosa de las Sagradas Escrituras. En ese sentido, el pensamiento débil me parece muy importante para la filosofía en general y para establecer un diálogo polémico con la fe. -¿Un diálogo sólo con la fe cristiana? -Siempre me dicen que hablo sólo para el mundo cristiano. Y sí, no tengo la ilusión de ser un pensador universal; pienso dentro de una cierta tradición. Pero -expansión de las comunicaciones y del imperialismo tecnológico mediantes- el pensamiento cristiano casi se ha convertido en un pensamiento occidental en general. Creo que el cristianismo tiene derecho a relacionarse con otras religiones no para decirles que se han equivocado. Cuando el Dalai Lama va a visitar al Papa, después de que rezan juntos y se saludan, ¿alguien cree que el Papa va a la capilla a orar por esa pobre alma que seguramente irá al infierno porque está equivocada? Es cierto, hace siglos el Dalai Lama no se encontraba con el papa, pero en las condiciones actuales estamos en la situación de reconocer la realidad de un cristianismo más ecuménico. En ese sentido, el cristianismo no puede ser otra cosa que la prédica de una religión cada vez más despojada de contenidos dogmáticos. -Pedirles a las religiones que se despojen de sus dogmas, ¿no es pedirles que renuncien a una de sus características esenciales? -Sí, pero uno puede preguntarse por qué las religiones no quieren renunciar a los dogmas. Porque si uno se formula esa pregunta descubrirá que detrás del dogma hay una posición autoritaria. Además, ¿por qué debo saber la verdad? Y sobre todo, ¿cuál verdad? Si hay una verdad objetiva y hay alguien que la conoce mejor que yo, ya está establecido el orden del autoritarismo. Están, de un lado, los que saben qué es lo mejor y del otro, los que deben obedecer, como lo plantea Platón en su “República”. -Usted ha dicho que el nihilismo es una palabra clave de la cultura contemporánea, y quien renuncia a él se priva de aspectos importantes de la espiritualidad. ¿Por qué? -Porque si uno no es un nihilista ni siquiera sabe escuchar. Ahora se habla mucho de diálogo, pero el diálogo debería ser una investigación. No se trata, por ejemplo, del diálogo como se pensaba al comienzo del psicoanálisis (donde hay uno que lo sabe todo y otro, pobrecito, tirado en el diván tratando de entender algo), o del diálogo socrático, en el que Sócrates sabe, y conduce a la persona que dialoga con él. Ahora estamos en una situación en la que, como ya no hay nadie que pueda pensar que conoce toda la verdad, deberíamos ser más abiertos a la idea de que, si hay una verdad, es aquella que sucede en el diálogo. Yo siempre lo resumo así: no digamos que nos hemos puesto de acuerdo porque hemos encontrado la verdad, sino que hemos encontrado la verdad porque nos hemos puesto de acuerdo. El nihilismo es, fundamentalmente, la idea de que hemos arribado a un punto en el que ya no podemos creer que existen verdades únicas dadas una vez, cognoscibles objetivamente por medio de la razón. -¿Por qué cree usted que se ha llegado a ese punto? -Por la experiencia: vivimos en un mundo multicultural, poscolonial, multipolar, donde la autoridad que han tenido los predicadores ha sido desmentida por los ejemplos. Todas las instancias político-sociales que han pretendido tener la verdad ya no son creíbles. -¿Incluida la democracia? -Creo que el sistema democrático permite proceder sin matarnos los unos a los otros en la calle. Ahora, que la democracia sea la verdad de las estructuras humanas y políticas, eso no lo sé. Hay tribus y pueblos que carecen de democracia y eso no les provoca problemas especialmente. En una familia, por ejemplo, el padre gana dinero, lo lleva a casa y los hijos obedecen, porque les conviene y también porque quieren. Entonces, ¿dónde comienza la necesidad de la democracia? La democracia es una convención que funciona mejor que otras, pero, ¿funciona verdaderamente? Cuando el presidente de los Estados Unidos bombardea Irak porque dice que quiere llevarles la democracia, incluso la democracia se vuelve sospechosa. ¿Quién puede hablar seriamente de democracia cuando sucede eso? En estos momentos vivimos en democracias fuertemente capitalistas. Quien quiera resultar elegido en los comicios italianos o norteamericanos debe invertir un capital elevado; si no, es inútil que lo intente. Ahora, ¿tenemos otro régimen en vista? Tampoco lo sé. -Usted menciona el tema del intervencionismo. Hay situaciones en las que no intervenir… -…sería culpable. -¿Cuál es ese límite a partir del que hay que actuar? -Es un problema. Cuando ocurrió lo de Kosovo, yo estuve a favor de la intervención. Pero la intervención siempre es muy peligrosa porque, ¿quién juzga si en un lugar se violan los derechos humanos y de qué manera hay que resolver esa situación? La Organización de las Naciones Unidas es algo tan débil que, cuando hace las cosas como lo quieren los Estados Unidos, todo va bien; y cuando no, los Estados Unidos la mandan al diablo. Yo desearía que hubiera un organismo internacional verdaderamente capaz de defender a los débiles de los abusos de los poderosos. También pienso que sería mejor tener un mundo bi o tripolar. Es verdad que no deseo que en Irán se haga la bomba atómica. Pero me doy cuenta de que como Corea del Norte la tiene, los Estados Unidos no la atacan; mientras que en Irak, donde se sabía que no había armas de destrucción masiva, atacaron. Estábamos más en paz en los años de la Guerra Fría que ahora. Una posibilidad para el futuro es que los problemas se resuelvan, cada vez más, por medio de guerras informáticas y económicas y no militares. Que Chávez le dé petróleo a Cuba, por ejemplo, es un acto táctico propio de una guerra económica. A su vez, el bloqueo que sufre Cuba es agobiante, pero sería aún peor si los Estados Unidos intentaran solucionar lo que consideran su problema usando la violencia de las armas. No sé, yo soy pesimista, pero, a la vez, espero que tengamos suerte. Y, sobre todo, que cuando esto explote yo ya esté muerto [risas]. Pero que eso sea dentro de mucho, mucho tiempo.

Verónica Chiaravalli

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 12 de abril de 2006.

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