Nació una nueva esperanza en el conflicto de las papeleras

Por Joaquín Morales Solá

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La distensión ha sucedido, por fin, con Uruguay. Kirchner y Tabaré Vázquez lo respetan demasiado a Ricardo Lagos como para arruinarle la despedida del poder más espléndida que haya tenido un presidente de la nueva democracia latinoamericana. Pero no todo termina ahí. Otra vez el país estuvo –y podría volver a estar en los próximos días– sin transporte aéreo. La Argentina ha frenado también la exportación de carnes al exterior; es el mismo país que reclama a otros por los subsidios a los productos agropecuarios que dificultan sus exportaciones. Un presidente aguerrido frente a los políticos y los empresarios teme, en cambio, enfrentar los conflictos sociales. Ese temor –en este caso a los asambleístas de Gualeguaychú y Colón– desató una crisis injusta con Uruguay. Una nueva y enorme esperanza nació ayer, en Santiago de Chile. Kirchner y Tabaré Vázquez dejaron de improvisar, uno en Buenos Aires y el otro en Montevideo. Hablaron. Nada les había impedido hacerlo mucho antes. Si Kirchner fue sincero cuando se refirió, aún en la intimidad, a Uruguay y a su amigo Tabaré Vázquez (y si éste tampoco miente cuando habla de su colega argentino) el acuerdo nunca fue un proyecto imposible. Pero el problema todavía está, intacto. Uruguay sigue aislado por los piquetes de la orilla argentina. Los presidentes sólo han comenzado a armar las piezas del rompecabezas. Ya las papeleras habían deslizado que podrían decidir la paralización temporaria de las obras, pero necesitan la garantía de que el conflicto se resolverá durante ese paréntesis. Los gobiernos de España y Finlandia (países donde están las sedes centrales de las empresas) presionaban a sus compañías para que contribuyeran a una solución. Ahora Kirchner tiene que liberar los puentes cortados. Hace una semana, el gobernador Busti y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, fracasaron en el pedido de una tregua a los asambleístas. Pero ese pedido desoído sembró, sin embargo, la semilla del acuerdo de ayer. El gobierno argentino había tomado partido contra los cortes. Todavía debe demostrar que puede devolver a sus casas a los asambleístas. Sin duda, la reunión de Kirchner y Tabaré Vázquez fue la mejor novedad de los últimos tiempos, haya sido milagro de Lagos o de la nueva presidenta chilena, Michelle Bachelet. Hasta podrían poner en estudio la propuesta de Roberto Lavagna, para que las papeleras incluyan a la Argentina con la segunda fase de la producción, la de papel y cartón. Antes, hay que repetirlo, Kirchner tendrá que hacer lo que más detesta hacer: enfrentar un conflicto social. Es hora de que lo haga: la tensión con Uruguay era ya una agresión a la historia. Otros conflictos quedaron estacionados en la Argentina. Muchos empresarios sienten una mezcla de temor y de rabia contra el gobierno de Kirchner. El Presidente los zamarrea en el atril y con la lapicera. Ninguno olvida, tampoco, los piquetes en Esso y Shell. La ministra Felisa Miceli no tuvo un día feliz el último miércoles, cuando desmintió primero la misma noticia que luego anunció. Era la prohibición para exportar carne. El secretario de Agricultura y Ganadería, Campos, deslizó entre íntimos que no estaba de acuerdo con la medida. ¿Quién empujó entonces la decisión presidencial? Es cierto que existía el riesgo de un eventual aumento del índice inflacionario. Es la batalla en la que se metió Kirchner; sabe que la inflación es un veneno para las encuestas de opinión pública. El aumento del precio de la carne en los mercados internacionales está empujado por la gripe aviaria y por una mayor demanda de carne roja. Los productores quieren colocar sus productos donde se los compran a mejor precio. El mundo es así y no se lo puede cambiar desde Buenos Aires. Pudo, sí, optarse por una negociación sutil, casi de quirófano. Pero eso no le llega al simple peatón. Kirchner le habla a él. La prohibición de exportar compromete el futuro. El argumento que se debatió en la Organización Mundial del Comercio (primero expuesto por Japón y luego por Europa y los Estados Unidos) fue, siempre, que los países que reclaman contra los subsidios agropecuarios son poco confiables en la continuidad de sus exportaciones. La Argentina había logrado, en los últimos tiempos, que ese argumento abandonara la mesa de la negociación. Volverá ahora. Los países que importan necesitan la certeza de exportadores seguros. Es cierto, además, que nunca se planteó una política de Estado para el campo y la agroindustria, que son los pilares del resurgimiento argentino. Kirchner consiguió en el acto una mayor oferta de carne en el mercado local. En economía, cualquier cosa puede hacerse en el corto plazo. Sin embargo, dentro de poco lo sorprenderá un país que producirá soja y no tendrá vacas. No importa. Los precios políticos no se pagan. Los pilotos y los técnicos aeronáuticos no escuchan las intimaciones del Ministerio de Trabajo ni cuando dicta conciliaciones obligatorias ni cuando exige un servicio mínimo del transporte aéreo. No pasa nada. El subsecretario de Transporte Aéreo, Ricardo Cirielli, es, al mismo tiempo, el dirigente gremial que lidera las huelgas en Aerolíneas Argentinas. La justicia le prohibió intervenir, como funcionario, en asuntos de esa compañía por enemistad manifiesta. Kirchner se comprometió con el gobierno español a que lo removería del cargo antes del 31 de enero último. Cirielli sigue en el cargo. A veces, Cirielli llega a la Casa de Gobierno como funcionario de Kirchner y, otras veces, aterriza del brazo de Hugo Moyano en su condición de dirigente gremial. Cirielli ya anunció su proyecto político de “reargentinizar” la compañía. Los empresarios españoles están seguros de que pilotos y técnicos buscan el colapso de la empresa para que sus dueños actuales la entreguen a precio vil. Otros cinco gremios aeronáuticos no comparten esa posición, pero los aviones no vuelan sin pilotos ni técnicos. Kirchner les prometió a los españoles en su momento que sacaría a Cirielli del lugar en el que está, que se aprobarían los últimos balances de la empresa y que se ampliaría la banda tarifaria, para compensar los aumentos salariales y la suba del precio internacional del combustible. No hizo nada. Pilotos y técnicos reclaman ahora aumentos que oscilan entre el 40 y el 70 por ciento. ¿Podrá contenerse la inflación con ese ritmo de reclamos salariales? Los dirigentes sindicales parecen estar haciendo precalentamiento para desatar una nueva escalada de aumentos salariales. Así, el país dejará de vender carnes en el exterior, pero no se salvará de la inflación. La crisis de Aerolíneas Argentinas (que podría reiniciarse en los próximos días) es un golpe al corazón de la industria turística. No hay turistas en un país con un transporte inseguro. Los españoles han congelado aquí las inversiones en infraestructura turística. España es uno de los principales inversores del mundo en ese rubro. El gobierno español escucha la cantinela de sus empresarios: En la Argentina quieren que nos vayamos, aseguran. Los funcionarios de Rodríguez Zapatero carecen de argumento para refutar las denuncias de sus empresarios. Rodríguez Zapatero le habló a Kirchner de Aerolíneas Argentinas y de Cirielli, en Nueva York, hace ya seis meses. El cansancio se nota en los palacios que gobiernan en Madrid. Kirchner pensaba hacer una visita de Estado a España en los primeros días de abril. Es demasiado pronto para la administración de Rodríguez Zapatero. Kirchner no ha resuelto nada. Habrá que pensar en otra fecha. El mundo existe y la Argentina no podrá ser, por mucho tiempo más al menos, una isla. El precio de la carne sube en el exterior. El petróleo tiene un valor satelital, mientras la Argentina decidió subsidiar el combustible del transporte privado. Podría exceptuarse el transporte público y hasta el de alimentos, pero no el de las camionetas 4×4 ni el de los barrios elegantes. Tales zigzags explican muchas cosas. Explican, por ejemplo, que la inversión externa directa se haya reducido en la Argentina, durante el año 2005, a sólo un setenta por ciento de la que recibió Chile y a menos de un tercio de la que llegó a Brasil y a México. La historia nos condena, es cierto, pero el presente tampoco nos ayuda. El futuro es algo más que las tapas de los diarios de mañana o que la encuesta lisonjera que Artemio López cerrará el próximo fin de semana.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 12 de marzo de 2006.

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