Montini se especializó en Espiritualidad en Roma

Estudió durante dos años en el Pontificio Instituto Teresianum. En la tesina, investigó “La dimensión espiritual en la formación permanente”. Habla sobre el pontificado de Benedicto XVI, las diferencias culturales entre Argentina e Italia y el celibato.

Por Emilio Grande (h.)

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“Me fui a Roma en agosto de 2005 para comenzar un curso de lengua para entender mejor el italiano en una universidad atendida por los padres carmelitanos, cursando varias materias exigidas para la especialización en Espiritualidad y cómo se da este juego tan importante a atender entre Dios y el hombre en la medida en que este último lo deje entrar”. Así expresó Gustavo Montini, nació hace 37 años en Humberto I, recién llegado de dos años de estudio de la licenciatura en el Pontificio Instituto Teresianum, durante una entrevista en el programa “Sábado 100” por radio Mitre (FM 91,9). Es vicario episcopal de la diócesis de Rafaela, colabora con la Catedral San Rafael e integra el Consejo Presbiteral. Y agregó: “Los cursos tenían relación con la espiritualidad bíblica, en teología dogmática y me fui abocado a algo específicamente más sacerdotal, según los diálogos con el obispo (Carlos Franzini), plasmado en la elaboración de la tesina con la formación sacerdotal y permanente desde una clave espiritual”.

-¿Qué riqueza aportó la tesina sobre “La dimensión espiritual en la formación permanente”? -Tuvo que ver con hechos fuera de la Iglesia en las décadas de los 60 y 70 donde el paradigma formativo de aquel momento se empezó a cuestionar y empezó a aparecer una formación no solamente dirigida a un estado de la vida humana sino de toda la vida. El paradigma de estudiar y después trabajar solamente se fue cayendo por estudiar, trabajar y seguir estudiando para perfeccionarse. Me dediqué a la vida espiritual de los sacerdotes, de dónde nutren su vida espiritual. Intenté proponer cómo la espiritualidad es una realidad que ayuda, vivida así, a formarse continuamente. Me ayudó un documento de la Iglesia “Pastores Dabo Vobis” de la década de los noventa, carta apostólica de Juan Pablo II, después de un sínodo de la formación sacerdotal y a partir de ahí hacer una propuesta de espiritualidad.

-Los dos años en Roma coinciden con el inicio del pontificado de Benedicto XVI. Es una renovación en la Iglesia pero con algunos cuestionamientos como en Ratisbona (Alemania) y Aparecida (Brasil). -No le tocó reemplazar a un Papa fácil como fue Juan Pablo II, ha quedado en su sepelio con una resonancia mundial como ningún otro había tenido. Era una persona carismática con las masas y la gente en general. Benedicto tiene otra personalidad, vive el pontificado de otra manera, pero eso no quita el significado actual. En la prensa italiana las audiencias de los miércoles con la gente o los Angelus de los domingos tienen una presencia creciente de gente. Se va descubriendo a Benedicto XVI con una personalidad propia y cómo su pontificado va a tener un aporte propio. Tiene una palabra precisa, un pontificado austero, sencillo y desapercibido, poniendo los puntos sobre las íes. De los discursos en Ratisbona y Aparecida alguna expresión fue sacada de contexto porque posibilitaron debates e interpretaciones no adecuados. Si se lee tanto uno como el otro discurso la intención que tenía el Papa era una visión positiva del mundo musulmán en el primero y la presencia de los aborígenes en latinoamérica y de claros y oscuros en lo que fue la evangelización y colonización.

-¿Cuáles fueron las diferencias culturales entre Argentina e Italia? -Un pueblo que tiene afecto muy grande a latinoamérica y específicamente a Argentina, como hijos de inmigrantes italianos que vinieron a la Argentina. Me encontré con una suerte de familiaridad que enseguida hizo estrechar vínculos y crecer en una relación de fraternidad muy linda. Te encontrás con una civilización que tiene una historia cultural que no la tenemos nosotros, y tomar contacto vivo con toda una riqueza de siglos y milenios de un pueblo que dejó su marca en la cultura y está orgulloso de la historia que tienen.

-En un informe reciente en el suplemento Enfoques del diario La Nación se abordó el celibato con diferentes puntos de vista: desde obligatorio hasta optativo. -Mi punto de vista tiene que ver con el de la Iglesia. El celibato es un regalo que Dios hace a la humanidad y una manera de testimoniar en un mundo de hoy desactualizado y banalizado, con personas que entregan su vida por un valor supremo y englobante como es entregar la vida a Dios. Hay que pararse frente al celibato como una realidad que se comprende con los ojos de la fe y le da significación a quien lo entrega para cuestionarse y preguntarse porque dejó casa, familia y todo a un valor supremo como es Dios. Más allá de casos que me fui enterando de escándalos en relación al celibato, hay que tener cuidado de no dejarse ganar por la tonta interpretación de generalizar lo que viven algunos y las dificultades de otros, frente a la gran mayoría que intenta con alegría y perseverancia tratar de vivir cada día.

Emilio Grande (h.)

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