Misa Crismal en la Catedral de Rafaela

El obispo Carlos Franzini presidió la ceremonia el jueves último en el templo mayor de la diócesis con los sacerdotes de distintos lugares y pueblo de Dios.

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Mis queridos hermanos:

1) La liturgia, con su ritmo periódico, nos vuelve a encontrar en esta iglesia Catedral celebrando la Misa Crismal de este año 2008. Celebración singular dentro del año litúrgico, que nos predispone a la Semana Santa, en la que serán bendecidos los óleos para los sacramentos y en la que los miembros del presbiterio diocesano renovarán sus promesas sacerdotales. Este gesto repetido año tras año necesita ser constantemente resignificado, para no caer en mera repetición ritual. En efecto, la liturgia es repetición de gestos pero –simultáneamente- profundización de vínculos. Si de la celebración litúrgica no se siguiera en cada uno de nosotros un vínculo cada día más hondo con Dios y los hermanos se estaría convirtiendo en mera rutina o formalidad celebrativa -a la larga ritualismo vacío- pero no verdadero acontecimiento salvífico, memorial de la Pascua, anticipo de la Gloria. Cada Eucaristía celebrada actualiza el “año de gracia” inaugurado por Jesús en la sinagoga de Nazareth, ¡cuánto más la anual celebración de la Misa Crismal!

2) Es muy lindo y muy bueno que año tras año nos encontremos los fieles laicos provenientes de distintas comunidades de la diócesis, las consagradas y los pastores. Pero este encuentro vale la pena si expresa verdaderos vínculos que se afianzan, comunión que se acrecienta. En este día damos gracias a Dios porque podemos reconocer con humildad que nos regala una comunión creciente, manifestada de distintas formas (que no es el caso ahora señalar), y también debemos agradecernos mutuamente el empeño puesto por cada uno en favor de la comunión diocesana. Unos más otros menos, cada uno sabrá cuánto ha hecho para afianzar nuestro camino de comunión personal y pastoral.

3) Como todos los años, también en esta ocasión recordamos a los miembros del presbiterio que por distintos motivos no pueden acompañarnos personalmente por razones de salud, estudio u otros motivos personales. A todos los recordamos con afecto y encomendamos en nuestra oración. También recibimos al P. Luis Cecchi que, luego de un tiempo de servicio fuera de la diócesis, hace pocos días se ha reintegrado para compartirnos algo de la rica experiencia adquirida en otros lugares.

4) He aludido al paso del tiempo. Nos reunimos “año tras año”, les decía más arriba. Así he indicado el tema que quiero proponerles este año para reflexionar juntos, sobre todo en atención al fuerte y expresivo gesto de la renovación de las promesas sacerdotales. Con el paso del tiempo muchas cosas cambian, sin embargo otras permanecen. Lo mismo acontece en la liturgia que asume esa perspectiva de cambio y permanencia, propia de la vida y de la historia. Por ello al renovar año tras año, como presbiterio diocesano, las promesas hechas el día de la ordenación presbiteral advertimos que algo va cambiando y algo permanece. En cada uno personalmente y en el presbiterio como cuerpo y fraternidad sacramental. En un presbiterio que permanece sustancialmente el mismo algunos van llegando, aportando la riqueza de sus vidas jóvenes y prometedoras; otros parten hacia nuevos horizontes, buscando servir más allá de las fronteras, dejando el servicio activo, o sencillamente llegando a la meta definitiva.

5) Es conveniente que nos detengamos a contemplar con mirada creyente este “llegar y partir” que va configurando el perfil propio de nuestro presbiterio diocesano, dándonos identidad y sentido de pertenencia, ya que no se trata de un mero sucederse de personas y acontecimientos. Sino que es un dinamismo guiado por el mismo Espíritu, que se manifestó sobre Jesús en Nazareth y fue entregado a la Iglesia en Pentecostés. Si toda la Iglesia vive de la Tradición, un sector de ella –como lo es el presbiterio- también vive de su propia “tradición”. Tradición hecha por la fidelidad y la entrega generosa de muchos; con el genio propio de nuestra cultura local, de nuestras capacidades, carismas, talentos; con un estilo pastoral propio, fraguado en diálogo con nuestro tiempo y nuestra realidad diocesana; con una experiencia fraterna de vida y trabajo compartidos. También con las limitaciones, carencias -y aún los pecados- de quienes somos sus protagonistas. Tradición que se nutre de la gran Tradición eclesial y se enriquece con el aporte original y único de nuestra idiosincrasia local, con sus luces y sombras. Tradición que no comienza con cada uno que llega, sino que es deudora de muchos que ya no están, y que debe continuar –si quiere ser fiel y fecunda- abierta y disponible a integrar lo nuevo, con su originalidad y riquezas propias. El presbiterio de Rafaela es lo que es –como toda la diócesis- porque hay una rica historia previa que le dio origen y hay una rica historia presente, que estamos construyendo juntos animados por el Espíritu, y que hemos de seguir construyendo abiertos al futuro si queremos de verdad responder a nuestra misión, que es la misma de Jesús: “…llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos…y proclamar un año de gracia del Señor… ” (Lc 4,18-19).

6) En este contexto de una “tradición viva” se entiende mejor el sentido de las promesas que ahora renovarán los presbíteros del clero diocesano. Al renovarlas no sólo se comprometerán a adherir cada día con mayor convicción y entusiasmo a la propuesta que el Señor hace a cada uno, sino que también se comprometerán a hacerlo juntos, acá, en este presbiterio y en esta Iglesia particular concreta; con esta historia y estas características; con este obispo, estos hermanos presbíteros y este pueblo fiel, que es el sentido de nuestro ministerio; en esta realidad cultural, geográfica y pastoral; con estas posibilidades y con estas limitaciones. En este presente, que es tributario de un rico pasado pero que se construye abierto y con esperanza hacia el futuro. Para abrazar con alegría y compromiso lo que somos no sirven nostalgias de tiempos idos ni expectativas de un futuro ideal que, como tal, todavía no existe.

7) Por ello en este día quiero invitarlos a valorar y agradecer esto que somos y tenemos. Personalmente quiero agradecerles a ustedes, mis queridos hermanos presbíteros, la generosa colaboración y la entrega de cada día. Como tantas veces me han escuchado ustedes -y muchos, dentro y fuera de la diócesis- valoro enormemente a mis presbíteros y agradezco a Dios que me haya encomendado servirlos como Pastor.

8) Sin embargo el reconocimiento y la gratitud no nos impiden ver que nos falta mucho en el camino de la conversión. En primer lugar a mí mismo. Por ello los invito a hacer la renovación de las promesas en clave de fidelidad y renovación; es decir buscando ser cada más fieles a lo que somos, apreciando y cultivando los dones recibidos; y al mismo tiempo, abiertos a la novedad que Dios nos ofrece constantemente en personas, acontecimientos y proyectos…

9) A todos los fieles que hoy nos acompañan los invito a valorar, cuidar y apoyar a sus pastores con el trabajo y la oración. Sin falsas idealizaciones ni inmaduras obsecuencias; sin el recurso fácil a la murmuración o a la difamación; en todo caso, ejercitando cuando sea necesaria, la corrección fraterna, tan evangélica y tan poco frecuente en nuestras comunidades. Aprendamos a cuidar a los pastores, frágiles vasijas de barro, de las que el Señor ha querido servirse necesariamente para mostrarse en medio y al frente del rebaño. No seamos ingenuos o imprudentes, prestándonos, quizás, sin advertirlo a la obra de quienes –hoy como ayer- quieren hacer daño a la Iglesia y a su misión.

10) Y -como no podía ser de otra manera en esta misa tan “sacerdotal”- quiero invitarlos a todos –pastores y fieles- a unirnos en una humilde, convencida y perseverante súplica al Dueño de la mies para que envíe muchos y santos pastores, para el servicio de su pueblo.

11) De un modo particular este año en que como diócesis queremos dedicar una especial atención a la pastoral juvenil, los exhorto a comprometernos seriamente con esta intención. Uno de los frutos más contundentes de una pastoral juvenil abierta, paciente y misionera será un nuevo florecimiento de vocaciones a la vida consagrada. Pidamos de manera particular en este día por las vocaciones al ministerio presbiteral, para que nuestra Iglesia diocesana pueda contar con los pastores que necesita para ser fiel a su misión y para poder también servir a otras Iglesias hermanas más necesitadas que nosotros.

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