Miremos a Jesús traspasado por amor

Se trata de la propuesta para vivir la Cuaresma 2023 del obispo diocesano Pedro Torres. “Dejemos que su amor nos sane, nos traspase, nos de vida, y vida en abundancia”.

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Llegamos a ustedes para compartir la Buena Nueva de Jesús, el evangelio de la esperanza que nos invita a encontrar en Él, el consuelo y el alivio que sanan las heridas de nuestros corazones, de nuestras familias y de nuestras comunidades. Al comenzar la Cuaresma escuchemos juntos al Señor que nos dice: «El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí» (Jn. 7, 37b-38a).

Un camino cuaresmal renovador

Iniciamos el camino que nos conduce a la Pascua dejándonos llevar por el Espíritu con Jesús al desierto y a la montaña. Allí podremos reconocer que nuestro alimento es «toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt. 4,4) y que es Él, el Hijo muy querido, aquel de quien el Padre nos dice: «Escúchenlo» (Mt. 17,5). Conocerlo a Él, amarlo, seguirlo, saber que nos amó primero y hasta el extremo, es fuente de fascinación y alegría.

Este ciclo A de la liturgia nos permitirá recorrer un verdadero catecumenado ayudándonos, domingo a domingo, a renovar nuestro bautismo, dejándonos guiar por la Palabra de Dios hacia la Pascua en la cual recibiremos de nuevo la Vida en el Espíritu que nos renueva y nos envía.

Este camino cuaresmal lo haremos de la mano de aquellos testimonios que la Palabra nos presenta como compañeros de peregrinación y que nos abrirán el corazón para decirnos quién es Jesús para ellos, qué transformó en sus vidas y qué misión les encomendó:

* Una mujer sedienta (Jn. 4, 5-42), sin saber dónde y con quién calmar su sed, sumergida en su desgastante modo de vida, nos testimoniará que es Jesús quien sacia su necesidad, quien le devuelve su dignidad y quien le encarga la misión de anunciarles a sus hermanos que había encontrado al que buscaba sin conocer.

* Un ciego de nacimiento (Jn. 9, 1-41), sumergido en la oscuridad de la soledad y el descarte, nos hablará de Jesús, luz del mundo que ha venido a las tinieblas para devolver la vista, para iluminar la vida de quien le sigue y para encomendar la misión de comunicar esa luz a los hermanos para que otros puedan decir como él: «¡Creo, Señor!».

* Un amigo rescatado de la frialdad de la muerte (Jn. 11, 1-45) será el que nos muestre a Jesús, quien devuelve la vida y la esperanza, quien fortalece lo débil y lo enfermo con la vitalidad de su presencia y su amistad resucitada, capaz de generar vida nueva.

Todos ellos nos hablarán del Bautismo que hemos recibido, por el que hemos iniciado una vida de hijos en el Hijo, el que nos hermana y compromete en el anuncio del Reino. Éste es el bautismo que queremos renovar particularmente en el sacramento de la Reconciliación y en la Vigilia Pascual para que sea la fuerza del Espíritu la que nos impulse, y no sólo nuestras ideas y voluntades; éste es el bautismo que necesitamos reavivar para que la sed, la oscuridad y la muerte no tengan la última palabra sobre nuestras vidas, sobre nuestras comunidades y sobre nuestra sociedad; éste es el bautismo que deseamos vivir para que un nuevo Pentecostés nos inunde con

el ánimo, la alegría y la frescura de aquellos encuentros pascuales del Resucitado con sus discípulas y discípulos.

Profundizando las opciones diocesanas discernidas

El camino que nuestra diócesis viene recorriendo -camino de una Iglesia bautismal- atenta a lo que el Espíritu va diciendo a través de los signos de los tiempos y el sentir de los hermanos nos invita a reavivar la fe recibida en el bautismo, redescubriendo la alegría del servicio y generando el encuentro con los hermanos. ¡Bendita providencia que nos ayuda a reafirmar los pasos dados y a poner la mirada en el horizonte hacia el cual queremos seguir avanzando!

Para que en toda la diócesis podamos vivir este camino en comunión, aunando esfuerzos, compartiendo los dones que recibimos e intentando un auténtico cambio de perspectiva y estilo pastoral, dedicaremos cada uno de los años que quedan hasta la próxima asamblea diocesana a un objetivo específico determinado. Así, en el marco siempre presente del objetivo general, este 2023, en toda la Diócesis, nos dejaremos guiar por lo que el objetivo específico 3 nos invita a buscar, a pedir y a intentar: «Cultivar la formación de los agentes de pastoral y renovar el fervor misionero para vivir la alegría del evangelio mediante la oración personal y comunitaria». Recordemos que este objetivo específico surge del pueblo de Dios como respuesta a «una vida de fe poco profunda», esa misma fe golpeada por la experiencia dolorosa de la pandemia, la fe adormecida por la inercia y la rutina, la fe entibiada por el desánimo general del cual no logramos despertar.

No se trata simplemente de intitular con este objetivo «la misma hojita de siempre», sino de animarnos a revisar en profundidad, a todo nivel pastoral, lo que venimos viviendo, haciendo y proponiendo; en este caso, a la luz de este puntual objetivo. Como lo señala el instrumento posasamblea «Como Iglesia evangelizadora», no sólo nos preguntaremos sobre el «hacer», sino también sobre nuestras actitudes personales y comunitarias, sobre las opciones pastorales, sobre el fervor misionero que nos impulsa a renovar y renovarnos. Y lo más importante, esta revisión y planificación anual la haremos «juntos», con una opción consciente y clara por el discernimiento comunitario y la corresponsabilidad en la misión.

Junto a esta revisión necesitaremos formular itinerarios formativos que con diversidad de lenguajes y experiencias nos contagien la sabiduría cordial del evangelio acorde a nuestra vocación a la santidad. Itinerarios para aprender a amar misericordiosamente en el espíritu de las Bienaventuranzas y las obras de misericordia.

Necesitamos cambiar, convertirnos

Es claro que este camino sinodal supone mayor esfuerzo de parte de todos y la convicción de intentar una real participación de cada uno de los bautizados de nuestras comunidades. Es parte del camino de conversión y ascesis cuaresmal-bautismal el enfrentar con seriedad y humildad nuestras propias inercias y malos hábitos, a fin de vigorizar nuestra vida y nuestra misión con la dinámica propia del Espíritu que nos impulsa a ser fieles al evangelio, intentando reflejar en nuestras opciones los sentimientos y criterios de Jesucristo. Todo el Pueblo fiel de Dios, laicos, consagrados y pastores, debemos hacer el esfuerzo de una conversión genuina y una reconciliación auténtica, renunciando a estilos clericalistas, conformistas, aislados o poco

comprometidos con la realidad que vive nuestra gente.

También necesitan conversión nuestros vínculos sociales a todos los niveles asumiendo

que como bautizados estamos llamados a ser sal, luz y fermento de amor solidario en el mundo promoviendo el diálogo especialmente en la familia y en la patria. Conversión que implica el compromiso por la paz y la justicia, el afianzamiento de las instituciones y la división de poderes, reconociendo que no hay verdadera democracia sin orden jurídico, que la verdadera autoridad es servicio, y que no hay equidad sin una economía al servicio del hombre y su dignidad.

Necesitamos una conversión que en el camino de una nueva imaginación de la caridad,

como nos proponía san Juan Pablo II, busque alternativas superadoras a las políticas y economías tóxicas que bloquean la esperanza, iniciando procesos, recuperando la pasión educativa, cariñosa, sanante, humanizadora, sensible a la belleza y la gratuidad, y abierta a un nuevo modo de estar en el mundo que cuidando la casa común, y no solo consumiendo, la deje mejor para las nuevas generaciones.

En sintonía con la Iglesia universal

Es también la invitación que nos hace la Iglesia universal en esta etapa continental del Sínodo sobre la sinodalidad, recordándonos la promesa de Dios para su Pueblo: «¡Ensancha el espacio de tu carpa, despliega tus lonas sin mezquinar, alarga tus cuerdas, afirma tus estacas!» (Isaías 54, 2).

Extender las lonas para que nadie se sienta excluido de este espacio de fraternidad y de

comunión; alargar las cuerdas que sostienen, sin confundir la firmeza necesaria con la rigidez que no permite crecer; afirmar las estacas en la solidez de un buen fundamento, con la sabiduría de saber correrlas y cambiarlas de lugar para trasladar la carpa al siguiente punto del camino.

«Ensanchar la tienda requiere acoger a otros en ella, dando cabida a su diversidad. Implica, por tanto, la disposición a morir a sí mismo por amor, encontrándose en y a través de la relación con Cristo y con el prójimo: ‘En verdad, en verdad les digo que si el grano de trigo, no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto’ (Jn. 12,24). La fecundidad de la Iglesia depende de la aceptación de esta muerte, que no es, sin embargo, una aniquilación, sino una experiencia de vaciamiento de uno mismo para dejarse llenar por Cristo a través del Espíritu Santo y, por tanto, un proceso a través del cual recibimos como un don las relaciones más ricas y los vínculos más profundos con Dios y con los demás. Esta es la experiencia de la gracia y la transfiguración. Por eso, el apóstol Pablo recomienda: ‘Tengan en ustedes los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo’ (Flp. 2,5-7). Con esta condición, todos y cada uno/a de los miembros de la Iglesia, serán capaces de cooperar con el Espíritu Santo en el cumplimiento de la misión encomendada por Jesucristo a su Iglesia: es un acto litúrgico, eucarístico.» (D.E.C. 28).

Es invitación, llamado, propuesta, alegría compartida al sabernos amados

Los invitamos entonces a vivir este tiempo cuaresmal con la intención de reavivar la dimensión bautismal de nuestra vida y de nuestro estilo pastoral, recorriendo juntos el itinerario que la Palabra de Dios nos propone, abriendo el corazón al Señor que camina hacia su Pascua, donde lo contemplaremos en la entrega total de su vida por amor. Y allí, al ver brotar de su corazón «sangre y agua» (Jn. 19, 34) -signos del Bautismo y la Eucaristía- nos gozaremos en la posibilidad de zambullirnos, otra vez, en la fuente bautismal de donde nace la Vida en abundancia, de donde «brotarán manantiales de agua viva» (Jn. 7, 38b), de donde recibimos el Espíritu de la alegría, de la comunión y de la misión.

María nos inspira y acompaña Queremos encomendar nuestro caminar de este tiempo y de este año a la Madre del silencio, la Madre de la escucha, la Madre del acompañamiento y la cercanía, la Madre de Guadalupe. A ella, que acompañó a su Hijo en el anuncio del Reino, que supo permanecer entera en la esperanza al pie de la cruz y que experimentó la alegría de la Pascua junto a la Iglesia en Pentecostés, pidámosle que también acompañe nuestros pasos en la misión a la que el Señor nos llama.

Renovando la conciencia del bautismo que nos hace nacer de nuevo y porque queremos

caminar juntos podríamos pedir esta gracia: un corazón nuevo.

Corazón de Jesús, dame hoy, danos hoy, un corazón nuevo. Un corazón sin amarguras. Un corazón sin susceptibilidades. Un corazón sin prejuicios y durezas. Un corazón joven, capaz de olvidar los agravios verdaderos o falsos.

Dame/danos hoy un corazón que sepa tener esperanzas cuando todos los demás la pierden. Un corazón amable que sepa sonreír aun con lágrimas. Dame/danos un corazón que no pierda nunca la confianza en los hombres, aunque fallen mil veces.

Un corazón que sepa ser siempre puro, generoso, desinteresado aunque sienta el lastre del egoísmo, y el mordisco del instinto.

Dame/danos Señor, un corazón amable y optimista como el tuyo/ Un corazón lleno de paz, de dulzura, de bondad. Un corazón que ame realmente y no se canse nunca de dar y pedir perdón. Un corazón que ve, como el samaritano. Un corazón manso y humilde, discípulo y misionero, que sepa salir, escuchar, acortar distancias y construir fraternidad. Amén.

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