Mientras la ciencia serena, el poder altera

Para que la investigación científica sea beneficiosa para toda la humanidad, insisto en los valores éticos tan perdidos u olvidados hoy en día, deben ocupar un lugar mucho más relevante. En consecuencia, la ciencia misma, debe insertarse en el orden de los valores innatos (o naturales).

Por Víctor Corcoba Herrero (Granada, España)

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La investigación científica no puede (ni debe) retroceder. Esta es una premisa fundamental. Un país que no investiga difícilmente puede avanzar. Evidentemente, este progreso sapiencial de las ciencias debe ir acompañado de un crecimiento en valores éticos, al menos para sostener un rayo de esperanza en un mundo desilusionado. Sin duda, estamos obligados a construir dentro del modelo de la sociedad del conocimiento científico, atmósferas que nos tranquilicen y aproximen unos a otros. Desde luego, poco me satisface aquella ciencia que no ha sabido humanizarnos, vivir otras experiencias más universalistas y de bienestar común, alzarnos a otro pedestal más constructivo de vida, y llevarnos al humilde saber de uno mismo. Convendría preguntarse y preguntarnos también nosotros: ¿Por qué se le llama ciencia a lo que es poder y erudición a lo que es propaganda?. La ciencia, no solo tiene que aproximarse a la gente, tiene que darle solución de bienestar. Por algo es la estética de nuestro intelecto. Sí, a veces pienso que la ciencia somos cada uno de nosotros con la ilusión convenida. Cuando se pierde ese sueño de análisis todo se desmorona, haciendo estallar historias terribles (y temibles) que rozan el suicidio colectivo.

Por eso, una humanidad que no muestra interés constante por la ciencia (como actitud de conciencia), pierde hasta su propio concepto humano, y todo se vuelve mediocre, sin sentido, delante de un infinito mundo de misterio. Estoy convencido de que estamos aquí para redescubrirnos ante la inmensidad que nos rodea, para admirar tanta grandeza y ver lo pequeños que somos y lo mucho que podemos hacer todos unidos. Imagínense, un ser humano, una idea; muchos seres humanos, muchas ideas; y, a más ideas, mayor gozo o mayor desesperación. Va a depender de la orientación tomada.  Así, pues, es necesario, quizás hoy más que ayer, acompañar la formación intelectual-científica con una adecuada educación de mínimos éticos y morales. De lo contrario, la factura a pagar será tremenda. 

Dicho lo cual, y puesto que la suerte de este mundo está íntimamente unida con el mundo de la ciencia, los diversos gobiernos han de potenciar una investigación respetuosa con el orden natural (un derecho de mínimos) a través del camino de la razón. Un raciocinio que se eleva desde la percepción de las cosas hasta el misterio último de su origen y razón de ser. De ahí, que la comunidad científica, que lo sea de corazón y conciencia, merezca todo el respaldo social, porque en todo momento nos responderá con la fuerza de la verdad, o lo que es lo mismo, con un servicio incondicional a la vida y a la de sus moradores. En el fondo, todo requiere una relación armónica, y la ciencia lo es, como generadora de luz sin pretender por ello sustituir la dimensión espiritual o trascendente del ser humano. 

Por ello, es bueno celebrar los beneficios de la ciencia y no escatimar esfuerzos en activar el intelecto, la investigación científica y la innovación, puesto que sólo así podremos construir un mañana más viable ( o sea saludable). Sabedores de este potencial, cuesta entender que determinados países, hayan restado presupuesto a los investigadores, mientras se sigue derrochando en otros campos de menos futuro. Tenemos que huir de la mediocridad, de los falsos dioses vestidos de salvavidas, que lo único que hacen es atesorar caudales para sí y los suyos (sus adictos).  Debemos poner la ciencia al servicio de todos, sin exclusiones, y, con urgencia, debemos reiniciar un cambio. Esto solo se hace desde el saber, desde la conciencia científica para poder discernir los nuevos problemas y poder afrontarlos de manera efectiva. 

Con la multitud de interrogantes que cada día se plantean en un mundo en continua y perenne creación, hace falta que los gobiernos, y también las organizaciones internacionales, refuercen el terreno de la investigación con unos objetivos claros y convincentes. Lo primero que tenemos que incrementar es el conocimiento científico (y no político, que siempre es un conocimiento interesado) en favor de los recursos naturales y del medio ambiente, sabiendo que este conocimiento siempre ha progresado gracias al intercambio y a la interacción. Otro de los conocimientos a desarrollar es el de la ciencia aplicada al espíritu curativo de las personas en el mundo actual, como un proceso intelectual y no como un logro definitivo. Nosotros mismos somos una sorpresa de acciones y reacciones. Por desgracia hoy nos entusiasma el mero ejercicio del poder, de la economía, y dejamos atrás el desarrollo del individuo que debe estar por encima de todo.

Para reestructurar a fondo los sistemas de valores que sustentan un desarrollo humano, también la investigación científica ha de aportarnos su estudio, sobre todo de previsión o predicción, confiando en que la ética del científico sea virtud enraizada a sus trabajos. Por otra parte, también es cierto que la ciencia no puede dar resolución a todo, pero sí puede poner en relación a las personas para forjar un porvenir más creíble en un momento de tantas vacilaciones. Indudablemente, hay un valor que nos trasciende y que es superior a cualquier método científico, negarlo sería mezquino. Las cosas suceden a veces de imprevisto. Y, en otras ocasiones, se subordina todo los beneficios que podamos obtener. 

Para que la investigación científica sea beneficiosa para toda la humanidad, insisto en  los valores éticos tan perdidos u olvidados hoy en día, deben ocupar un lugar mucho más relevante. En consecuencia, la ciencia misma, debe insertarse en el orden de los valores innatos (o naturales). Al fin y al cabo, serán la ciencia y la tecnología las que estarán ahí, en este mundo global y convulso, dándonos indicaciones concretas para nuestra propia existencia. Con razón la investigación científica es el alma de la prosperidad del mundo y un manantial de sorpresas cada día. Adelantémonos  a los tiempos, y en todos los asuntos importantes vamos a apuntar alto en sabiduría, empezaremos por la ciencia en lugar de la ignorancia, por los valores en lugar de por los intereses, por la conciencia en lugar del instinto, por la vida en lugar de la muerte. Sin evadir que, en el pensamiento científico, siempre están presentes los más diversos pentagramas de sonidos. Todos ellos saben a poesía. Sabiendo que la inspiración siempre nos eleva hacia mundos mejores, no así la superstición, que espigue la ciencia, ¡claro que sí!,  como calmante. 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor español corcoba@telefonica.net 30de junio de 2013.-

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