Mi querida Rafaela

Hoy más que nunca estás en mi corazón y en mis oraciones, hemos pasado muchas aventuras juntas, me has visto pasear en bicicleta con mis amigas por las veredas

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Por María Inés Adorni.- Mi querida ciudad, que me vio crecer, jugando con mis amigas en la vereda, a la pelota, con las muñecas, qué tiempos aquellos, en donde dejábamos las puertas sin llave y en verano hasta muy tarde nos sentábamos en la vereda.

Hoy más que nunca estás en mi corazón y en mis oraciones, hemos pasado muchas aventuras juntas, me has visto pasear en bicicleta con mis amigas por las veredas pisando los pies de los vecinos que se sentaban allí y que apresurados cuando nos veían se corrían al paso.

A la hora de la siesta jugábamos en la colorida plaza Sarmiento, con sus membrillos florecidos y el perfume de sus naranjos en flor, luego al club Quilmes a la clase de patín.

Este barrio tenía las respuestas que buscaba mi corazón, has sentido mis pasos lentos y las corridas después que dejaba de llover en el cordón de las veredas.

Me has oído reír a carcajadas en tus mercados y has sido la causa de algunos encuentros más importantes de mi vida.

Aunque han pasado 50 años vuelves a mi cada día con un colibrí en flor.

Me invitabas al cine a ver las películas del “Gordo” Porcel y Olmedo, Palito Ortega, Luis Miguel, y que lindo como zapateábamos en el Cine Belgrano, el perfume a praliné inundaba el lugar.

Cuando te empecé a sentir, descubrí que era un amor muy puro y, sobre todo, muy tenaz.

También llevo tus improntas en mi alma querida, aun cuando pasaron los años, esos bailes en Totem, Danhes, tus horas pico controladas por los padres.

La dulzura de los paseos en primavera y en otoño por los bulevares, las heridas de tu gente que su mano alzaba cuando algo no le gustaba.

Las macetas con flores en sus balcones y ventanas adornaban, tus cielos que no tienen límites y se escapan los atardeceres en la ciudad.

El murmullo de los pájaros que me invitan a despertar y empezar con alegría y esperanza, mejorar para un mañana esta bella ciudad.

Miles de historias viven bajo los adoquines.

Y tu magia… ¡ay amiga, que hubiese sido de mí sin tu magia!

Hoy te siento triste, melancólica, por el pesar del ciudadano que con sus ojos doloridos mira el progreso, que dejó atrás las reuniones, el apretón de manos, la palabra empeñada. El modernismo, el cambio, que para unos pocos enriquecidos, deja atrás los valores, lo humano que es lo más importante.

La herencia de nuestros antepasados sigue siendo tapada por el vil cemento.

Ya te he dicho muchas veces, que a través tuyo conocí el amor más transformador que hasta hoy me regaló la vida.

Tus hijos, son maestros que desde que nací han iluminado mi camino.

Mis amigas, con sus hijos en el pecho, sus charlas en el parque, entre comentarios llenos de picardía por las aguas profundas de la maternidad.

Los abrazos, un beso en la mejilla que jamás voy a olvidar.

El paseo por las tardes del señor que gobernaba la ciudad, escuchaba a sus ciudadanos como amigo simple, humilde, su palabra daba… y se cumplía con empeño solo de dar…

Querida ciudad, tantos buenos amigos me das.

Hoy me llena el alma verlos con sus nietos caminando, hemos crecido, y sé que tu corazón, como el mío, va a estar aún más grande, más limpio y más blando.

Sé que nos somos las mismas, que mucha vida ha pasado, por eso que hoy escribo para que nuestro reencuentro, sea un reconocimiento de aquello, de lo nuestro, del orgullo de ser ciudadano.

Pero reconozco la canción de tu alma en la mía y no hay, para mí, ningún lugar más perfecto que tú, querida ciudad, soy tu ciudadana, tu hija del alma que espera sin esperar. Tuya.

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