Mensaje del obispo Santiago luego de su ordenación en Rafaela

Se transcribe en forma íntegra el discurso pronunciado por monseñor Hugo Santiago luego de su ordenación el 19 de marzo de 2007 frente a la Catedral San Rafael de Rafaela. La ordenación estuvo a cargo de los obispos Carlos Franzini, Jorge Casaretto y Francisco Polti Santillán.

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  En el año 1990 al cumplir cinco años de vida sacerdotal, sintiendo que la experiencia de seminario se alejaba, decidí hacer un retiro de mes. El interrogante central de ese retiro fue decirle a Dios: “Sé teológicamente que nos amas, pero cómo me amas a mí personalmente?. ¿Cómo puedo saberlo, tener experiencia de ello?  La respuesta fue muy simple y profunda y fue la gracia de ese retiro: Dios me hizo ver que su amor se había manifestado a través de muchísimos rostros que habían sido “bendición” para mí. Esos rostros eran la encarnación de su amor a mi persona. Para sentir su amor tenía que contemplar esos rostros, hacer “teología de los rostros”. 

Así comencé a contemplar el amor de mi padre y mi madre que me dieron la vida, me alimentaron, cuidaron mi salud, se gastaron y desgastaron para que yo “sea”. Recién allí, con casi 40 años de vida lo veía por primera vez con tanta profundidad. Descubrí incluso virtudes de mi padre y mi madre que estaban grabadas en mi ser y fueron la base humana de mi vocación sacerdotal. Dios me amaba muy concretamente a través de ellos. Por eso hoy alabo y doy gracias a Dios por mis padres.

Contemplé a mi hermano y a mis amigos de la niñez y la juventud, que me hicieron descubrir que no era una isla y con los cuales aprendí la reciprocidad que supone la amistad. Descubrí también el rostro de mis maestras de escuela primaria de las Hermanas Capuchinas y los docentes del Instituto Secundario “José Manuel Estrada”. Dios a través de ellos me había amado promocionándome humanamente, dándome las bases para una vida digna. Hoy alabo y doy gracias a Dios por ellos.

   Contemplé el grupo juvenil de María Juana, ese grupo de reflexión bíblica formado por la Hna. Marta Porri y acompañado por el padre Roberto Area, que nos hermanó tanto y del cual surgieron matrimonios cristianos, tres vocaciones sacerdotales y una religiosa capuchina. Con ellos aprendí que la conciencia de que somos hermanos se madura en la reflexión de la Palabra, descubrí que lo que nos hermana es la oración y que a partir de allí, consubstanciados con Jesús y la voluntad del Padre la fraternidad se hace una realidad. Hoy alabo y doy gracias a Dios por ellos.

Contemplé al P. Roberto Area, mi director espiritual desde los catorce o quince años hasta hoy. Por él guste de la intimidad con Dios a través de la oración personal, cotidiana, silenciosa y prolongada. Desde mi juventud hasta hoy esa hora de oración cotidiana no se ha interrumpido en mi vida salvo raras excepciones, porque allí, en el encuentro con Dios está la alegría de mi vida; allí soy consolado para poder consolar. Por el P. Roberto Area, que hoy no ha podido estar presente por su avanzada edad hoy alabo y doy gracias a Dios.

Descubrí que el tiempo de formación inicial en el seminario de Loreto había sido una manifestación clarísima de la Iglesia como madre. ¿Qué empresa dice a sus empleados, te mando a formarte, a estudiar durante unos siete años y me hago cargo de todo, vos sólo tienes que estudiar con responsabilidad y olvidarte del resto? A través de esta Iglesia madre, que no me trató como un empleado sino como un hijo, Dios seguía manifestando su amor a mi persona. Por la Iglesia Diocesana de Rafaela y por la Arquidiócesis de Córdoba alabo y doy gracias a Dios.  Por mis compañeros de curso de distintas provincias con los cuales compartí esos años de formación inicial, por Mons. Carlos Ñañez mi rector de entonces y por Mons. Estanislao Karlic y Mons. Angel Rovai mi profesores de entonces. Por todos ellos alabo y doy gracias a Dios

Allí, desde el seminario descubrí la necesidad de la fraternidad sacerdotal. ¿Cómo no recordar al grupo de seminaristas con los cuales nos reuníamos todos los meses para rezar y poner la vida en común: José Luís, Gustavo, Enrique, Daniel…con alguno de ellos hemos seguido hasta hoy compartiendo esta experiencia de profunda amistad, con el agregado de nuevos rostros: Héctor, Antonio, Enrique… Con ellos descubrí a Jesús amándome como amigo. Hoy agradezco a Dios y pido que bendiga abundantemente a estos hermanos sacerdotes.

Un signo muy fuerte de la presencia de Dios en mi vida ha sido Monseñor Jorge Casaretto que me ayudó en el discernimiento vocacional con su presencia paterna y cercana. Hoy cumple treinta años de una vida episcopal que comenzó en Rafaela y se hizo muy fecunda. Tanto se metió en mi corazón que recuerdo que las últimas dos veces que lloré fue cuando, siendo aún seminarista, murió mi padre y cuando él se fue de la diócesis de Rafaela para asumir la diócesis de San Isidro. Tanto lo admiré y me mimeticé con su estilo que todavía hoy algún sacerdote de su diócesis me dice que tengo sus gestos. De todos modos hace tiempo que me di cuenta que yo soy otra persona y que no tengo la estatura humana y espiritual de Monseñor Jorge. Con él descubrí a Jesús Buen Pastor y amigo apacentándome. Por él la alabanza y la acción de gracias me brotan abundantemente. 

De Monseñor Héctor Gabino Romero que nos estará mirando desde la Casa del Padre,  me llevo su profundísima humildad y el dolor de su enfermedad crónica ofrecida por la diócesis. ¿Cómo no recordar su larga convalecencia en el Cotolengo Don Orione, donde después de una intervención quirúrgica en su columna tuvo que volver a aprender a escribir? ¿Cómo no recordar que los sacerdotes de la diócesis viajábamos y cada uno estábamos una semana con él haciéndole compañía? Solamente en cielo nos vamos a enterar de cuantas gracias recibimos a través de su dolor ofrecido. Fue él el que confirmó mi inclinación por la teología espiritual y me mandó a estudiar a Roma. Como signo de agradecimiento y admiración de su humildad me llevo su báculo de madera. Quiera Dios que el Cristo humilde que se dejó traslucir en su persona, se continúe en la mía. Por él pido un fuerte aplauso. 

Con Monseñor Carlos Franzini la sintonía fue inmediata, quizá porque somos ramas de un mismo árbol y porque sin dejar de ser el Obispo me permitió el diálogo y hasta el disenso en la intimidad - porque hacia fuera, como vicario episcopal me he hecho uno con su pensar y obrar -. Con él  nos alegramos y sufrimos juntos, sobre todo en estos últimos tiempos.  

 Debido a su obrar eficaz pero sin estridencias, sólo los que estamos cerca de él sabemos cuanto bien ha hecho a la diócesis de Rafaela en estos casi siete años. Entre otras cosas me llevo dos aspectos de su persona que transparentan mucho a Dios y por eso despiertan mi admiración. El primer aspecto es una caridad muy desarrollada que se manifiesta en el olvido de sí y en la capacidad de pensar en el otro, descubrir sus cualidades, promocionarlas y ponerlas al servicio del pueblo de Dios. Una caridad que se manifiesta en una gran sensibilidad para percibir los sentimientos, los sufrimientos y alegrías de los demás, especialmente de los sacerdotes a quienes dedica una atención especial. Junto a esto Monseñor Carlos Franzini está dotado de una inteligencia muy aguda y amplia, cultivada por una también amplia formación.  

  Estas dos características de su persona, me hacen acordar de un escritor bíblico que afirma que la caridad madura en San Pablo se manifiesta como “conocimiento y percepción”; el conocimiento es la experiencia de Dios que el apóstol tiene. La percepción le agrega al conocimiento una intuición como por connaturalidad, como cuando un padre sabe no solamente que su hijo sufre sino porqué sufre y eso hace que lo auxilie con más eficacia.  Por eso hoy quiero alabar y agradecer públicamente a Dios por la persona y el testimonio de caridad de Monseñor Franzini. 

  De nuevo me doy cuenta que, aunque las admire, yo no estoy dotado de estas cualidades tan desarrolladas. Sin embargo hoy pido a Dios que por el amor que tiene a su pueblo abra mi corazón a la caridad del Buen Pastor que me ha sido dada de modo pleno en el sacramento del episcopado, para descubrir los interrogantes y las necesidades de los hombres aún antes que los planteen, y para tener la solicitud de auxiliarlos sin demora.

Hoy viene a mi memoria agradecida el nombre del Padre Idelso Re y de otros sacerdotes de su camada, que entusiasmados con el postconcilio, más allá de las crisis vividas, promovieron en la diócesis de Rafaela el trabajo en equipo, la fraternidad sacerdotal. ¿Cómo no recordar la decisión de Monseñor Romero de que todos los sacerdotes de la diócesis vivamos al menos de a dos?. Los que te conocemos desde hace tiempo Idelso, sabíamos que detrás de esta decisión estaba tu insistencia de vicario general. Los sacerdotes de las nuevas camadas veníamos también con esa inquietud y abrimos el corazón a la iniciativa, que con más y menos llevamos adelante. Gracias a ello la diócesis de Rafaela, desde hace ya muchos años, tiene la gracia de tantos grupos de afinidad que periódicamente se reúnen a rezar y a compartir. Gracias a esa iniciativa poco a poco nos fuimos comprometiendo en una pastoral orgánica. Todos sabemos que sin fraternidad sacerdotal no hay pastoral orgánica posible en una Diócesis. Queridos sacerdotes de Rafaela, como hermano les digo: sigan cultivando esta gracia tan enorme, lejos de perderla intensifíquenla. Alabo y doy gracias a Dios por vos Idelso y por los hermanos sacerdotes rafaelinos con los que he compartido en estos años esta fraternidad que tanto bien nos ha hecho.

Quiero resaltar cuánto he aprendido de los fieles laicos, cuánto me ha enseñado Dios a través de los fieles de todas las parroquias donde he estado: Ntra. Señora del Carmen de Ceres; la catedral de Rafaela; las parroquias de San Fidel y San Ramón de Vila y Ramona, con las capillas de San Antonio y San Carlos de Coronel Fraga y la localidad de Marini; las parroquias Ntra. Sra. de Fátima y Santa Susana, con las capillas de San José, de Ntra. Sra. de los Milagros de Saguier, de San Grato de Aurelia; la parroquia “San Roque” de Presidente Roca, con la capilla “San Isidro Labrador” de Egusquiza; y finalmente la parroquia de San Guillermo de Lehmann con la capilla de Ntra. Sra. de los Angeles de Nueva Lehmann. Pienso cuánto me han animado y contenido tantas familias amigas; cuanto me ha edificado el espíritu de servicio de tantos agentes de pastoral con los que he compartido ¡Cuanta solidaridad he aprendido de los pobres!; ¡Cuánta fortaleza y espíritu de fe me han dado los enfermos!. Por estos hermanos agradezco, alabo a Dios y le pido que los bendiga abundantemente.

No puedo olvidarme de los servicios; de pastoral juvenil donde percibí de cerca que los jóvenes son la esperanza de la Iglesia; de pastoral vocacional que me permitió sentir tan cerca el obrar de Dios en el corazón de los jóvenes llamados; de Cursillos de Cristiandad donde descubrí con más profundidad cuantas bendiciones produce el encuentro con Jesucristo vivo, cuántos hombres renovados, cuantas familias salvadas. De pastoral penitenciaria donde me sentí evangelizado por Cristo privado de la libertad. Allí he visto a hombres llorar de arrepentimiento; allí vi a hombres rezar el santo Rosario y reflexionar la Palabra de Dios cotidianamente; allí viví la paradoja casi increíble de ver a hombres presos liberados por Cristo vivo. Allí comprobé experiencialmente lo que sabía teológicamente: Cristo está en el interno privado de libertad, ir a visitarlo es encontrarse con Cristo, aprender algo de El. Por ellos y por el equipo de pastoral penitenciaria alabo y doy gracias a Dios.

Quiero dar gracias al personal del Colegio San José, allí he visto la entrega de tantos docentes que, más allá de su función, por pura caridad cristiana, intentan contener y animar a alumnos no sólo con familias sanas sino con familias en crisis. He tratado de estar cerca, compartí alegrías y aflicciones, sé que nos hemos hecho amigos y nos llevamos en el corazón. Allí me he encontrado con padres catequistas apasionados por transmitir su fe. Igualmente agradezco a la UCSE donde he podido contribuir con la cátedra de teología. Gracias a estos servicios, en poco tiempo me he convencido que la educación católica tiene sentido. Un signo de los frutos son las vocaciones consagradas que han surgido del colegio. Por todos ellos alabo y doy gracias a Dios. 

 Quiero agradecer a los diáconos permanentes y a los candidatos al diaconado con quienes compartimos estos años de formación para ese sacramento. En ellos percibí a Cristo servidor que se prolonga en su Iglesia y sus diversos carismas. Dios misericordioso quiso darme la alegría de acompañarlos durante todo el ciclo de formación y ver ordenados a varios de ellos. Agradezco y pido a Dios que bendiga a todos los diáconos permanentes porque en ellos y sus familias se me hizo más patente Cristo servidor. 

 Quiero agradecer a Dios por las Vírgenes Consagradas. En el año 2000 comenzamos esta experiencia en la diócesis, cuando apenas se había publicado el Directorio del Orden de las Vírgenes, redactado por el Episcopado Argentino con motivo de cumplirse los 30 de la propuesta Conciliar de volver a proponer este estilo de vida consagrada que es uno de los más antiguos que existe en la Iglesia. Hoy se ha afianzado en Rafaela este estilo de vida y está haciendo su aporte a la diócesis. Estas vírgenes consagradas me ayudaron a profundizar y a entender más la naturaleza de la Iglesia virgen, esposa y madre. Por ellas alabo y agradezco a Dios.

      Quiero agradecer a los sacerdotes de la Revista “Pastores” y del Secretariado para la formación permanente de los sacerdotes. Formar parte del equipo de ese equipo de formación permanente y de esa revista que llega a tantos sacerdotes de Argentina ha sido un honor, allí he aprendido tanto de autores cualificados cuyos artículos publicábamos. Por estos hermanos sacerdotes y por esta experiencia alabo y doy gracias a Dios. 

      Quiero agradecer a Dios por los médicos. Varias veces he necesitado de ellos. A veces en la Iglesia nos esforzamos por querer ver curaciones milagrosas y no nos damos cuenta que Dios actúa habitualmente de un modo más sencillo dando su sabiduría a los científicos e investigadores gracias a lo cual se curan las enfermedades y se eleva la calidad de vida de tanta gente. Jesús sigue curando fundamentalmente a través de los médicos. Por eso doy gracias y alabo a Dios por ellos. 

    ¿Cómo no agradecer a los muchachos con los que, martes y viernes a la una de la tarde, verano e invierno, nos reuníamos a jugar al futbol? Con los sacerdotes Antonio Grande, Miguel Cerminatto, Gustavo Montini; Fabián Alesso, siempre hemos coincidido que allí crecimos en amistad más allá de las infracciones y las protestas por un gol errado. Allí colaboramos unos con otros a despejar nuestra mente cansada por el trabajo y los problemas de la vida, por eso nos fuimos haciendo amigos. También quiero agradecer a Ricardo Zenklussen y los muchachos del tenis – quiero aclarar que no es que me la pasara haciendo deporte -, pero cuando no podíamos hacer futbol hacíamos tenis - Doy gracias a Dios por esos compañeros del deporte y le pido que los bendiga a ellos y sus familias. 

   Dentro de una semana voy a asumir la diócesis de Santo Tomé, quiero dar gracias a Monseñor Francisco Polti, porque, si bien he tenido sólo dos encuentros con el administrador diocesano y algunos sacerdotes y seminaristas, percibo una diócesis ordenada, con un clero joven y muchas vocaciones; - les agradezco que estén aquí acompañándome -, sé que eso es fruto de mucho trabajo silencioso, paciente, oculto, orante; sé que voy a cosechar lo que otros han sembrado. Por eso alabo y agradezco a Dios por el ministerio de Monseñor Francisco Polti y los Obispos anteriores: Carlos Esteban Cremata y Alfonso Delgado. 

  Agradezco a los hermanos Obispos presentes que no he nombrado: Mons. José M. Arancedo – Arz. De Santa Fe -, Mons. Mario Maulión  -Arzobispo de Paraná -, Mons. Gustavo Help – Obispo de Venado Tuerto -, Mons. Ricardo Faifer – Obispo de Goya -Mons. Carlos Tissera –Obispo de San Francisco – Mons. Armando Uriona – Obispo de Añatuya -,Mons. Estanislao Karlic – Obispo Emérito de Paraná -, Mons. Emilio Bianchi – Obispo Emérito de Azul -Mons.             Blanchoud – Obispo emérito de Salta -, y a todos los sacerdotes amigos que han venido de otras diócesis.

Finalmente quiero pedir perdón. Tengo 52 años, es la época de la vida en que uno, entre otras cosas comienza a hacer un balance. En este examen de conciencia descubro que muchísismas veces no he estado a la altura de mi vocación y misión sacerdotal, he faltado de palabra, de pensamiento, de acción y de omisión, por eso les pido que recen por mí, para que Dios me convierta por el amor que tiene a su pueblo, para que pueda ser un signo más claro de Cristo Buen Pastor que da la vida por su pueblo. 

Termino con una brevísima explicación de mi escudo episcopal: El hágase del escudo evoca el “hágase de Dios en la creación; el “hágase de María en la anunciación, que permite que en Jesús se dé la nueva creación; el hágase de Jesús en Jetsemaní que permite la redención de nuestros pecados. El lógico, por tanto que Jesús, cuando nos enseñó el Padre Nuestro, nos haya enseñado a decir “hágase”, porque es la disposición humana que le permite a Dios hacer su obra creadora y redentora en nosotros y a través de nosotros.

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