Mensaje de monseñor Franzini en la Vigilia Pascual

El obispo diocesano de Rafaela presidió la ceremonia en la noche del sábado en la Catedral San Rafael. A continuación los ejes de su homilía.

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· Los relatos de la resurrección no describen el hecho en sí mismo. Más bien recogen el testimonio de quienes han visto y dan testimonio. “Vean” y “vayan” son las consignas que reciben las mujeres.

· El cristianismo precisamente depende del testimonio. Nosotros hoy somos cristianos gracias a una “cadena de testigos” que desde hace veinte siglos ha recibido y transmite esta Buena Noticia: esta es la Tradición más genuinamente cristiana. Tan es así que el libro de los Hechos de los Apóstoles identificará a los discípulos como los “testigos de la resurrección”; es decir, testigos de la Vida Nueva que Jesús nos ofrece al haber vencido a la muerte. Por eso los testigos del Resucitado nos convertimos en “testigos de esperanza”.

· ¿Qué decimos con esta expresión? Benedicto nos responde en Spe salvi.

o Por la fe que recibimos en el bautismo – y que dentro de breves instantes vamos a renovar- los cristianos reconocemos que la Pascua de Jesús ya se ha cumplido en él. o Además la reconocemos cumplida en nosotros “en esperanza”; esto es: ya iniciada en cada uno y en la historia, aunque todavía no plenamente manifestada. Este reconocimiento le da a nuestra vida terrena un horizonte completamente diferente: “Dios se ha manifestado en Cristo. Nos ha comunicado ya la < > de las realidades futuras y, de este modo, la espera de Dios adquiere una nueva certeza. Se esperan las realidades futuras a partir de un presente ya entregado…” (SS 9) o Es decir, al hablar de la Resurrección no hablamos de algo solamente futuro, sino de una realidad que ya ha comenzado y que anhela manifestarse cada día más en nuestra vida personal, comunitaria y social. El germen de la Resurrección “puja” por manifestarse y para ello necesita de testigos que la manifiesten, o –mejor- que la sigan manifestando: los testigos de la resurrección, testigos de esperanza.

· El Papa nos da varias pistas para aterrizar este hermoso nombre, que da identidad a los cristianos. El testigo de esperanza es ante todo un hombre de oración, que se sabe en comunión con el Resucitado: o La oración ensancha el corazón y le da un horizonte eterno; nos saca de la mera cotidianeidad y la rutina de la vida diaria. o Al mismo tiempo la oración ejercita y acrecienta el deseo de los bienes futuros. o Finalmente por la oración, de algún modo, se adelanta el futuro mediante la súplica confiada y perseverante. Por ella se obtienen de alguna manera anticipadamente los bienes anhelados.

· También el testigo de esperanza es alguien que vive en este mundo todavía marcado por el pecado y por ello se forja en la adversidad. La esperanza –paradójicamente- se ejercita en el sufrimiento, las frustraciones, los cansancios que tienden a desanimarnos y desdibujan el sentido de la vida. Anoche en el Via crucis les recordaba algunos “rostros” del Crucificado que hoy nos golpean y cuestionan por culpa de la violencia, la inseguridad, la droga, el alcohol y otras adicciones, la prostitución, la frivolidad o la chabacanería, los vínculos frágiles y tantas otras situaciones que nos pueden hacer perder la esperanza.

· A pesar de tanto dolor y frustración el Papa nos dice: “Es importante sin embargo saber esperar, aunque aparentemente ya no tenga más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar…” (SS 35). Mantenernos fuertes y firmes en la adversidad nos constituye en testigos de la esperanza frente a los hermanos que, al contemplarnos, descubren que hay algo o – mejor- Alguien que nos sostiene y anima en el camino de la vida, a pesar de todo.

· Pero, además, para ser testigos de esperanza, es necesaria una firme y comprometida actitud en la construcción de nuestra historia, ya que “…aún siendo plenamente conscientes de la < <plusvalía>> del cielo, sigue siendo siempre verdad que nuestro obrar no es indiferentes ante Dios y, por tanto, tampoco es indiferente para el desarrollo de la historia…” (SS 35). Ningún gesto concreto que hagamos en favor de los demás, ninguna acción que construya o mejore los vínculos fraternos serán indiferentes ahora ni al final de la historia. Nada de lo que hagamos para acabar con los flagelos señalados (y tantos otros) será inútil, aunque no veamos resultados inmediatos. Lo enseña Jesús en el evangelio cuando nos dice que a él mismo le dimos de comer, beber, lo acogimos o visitamos, cuando lo hicimos con el hermano necesitado.

· Es lo que han hecho los santos de todos los tiempos: los pies bien sobre la tierra y la mirada y el corazón en el cielo. Por ello los santos son los principales testigos de esperanza. Los santos no son “amuletos” a los que se acude para conseguir beneficios particulares. No. Son hermanos mayores en la fe que se constituyen para nosotros en testigos del Resucitado; hombres y mujeres cuyas vidas nos muestran que el Amor es más fuerte y ha vencido al pecado y a la muerte y por eso es posible tener esperanza. Y si en algún momento su intercesión nos obtiene algún beneficio, éste sólo vale si nos compromete a ser también nosotros testigos de esperanza para los demás.

· En la Carta Pastoral les proponía –y anoche se los recordaba- mirar el testimonio de tres jóvenes que en circunstancias muy distintas supieron ser testigos de esperanza para sus contemporáneos: Ceferino Namuncurá para sus hermanos mapuches y los religiosos salesianos; Laura Vicuña en un contexto familiar destruido y violento; Pier Giorgio Frassati en un ambiente circundante frívolo y agnóstico. Sus vidas fueron anuncio concreto de la esperanza; sus gestos y sus palabras hablaron de otra realidad, de Alguien por quien vale la pena vivir, sufrir y morir; en otras palabras, sus vidas nos indican que no basta con pequeños logros, con conquistas pasajeras, con éxitos fugaces, para vivir y vivir en plenitud.

· El Papa Pablo VI enseñaba que el mundo de hoy no escucha a los maestros sino a los testigos, por eso en esta Pascua le pedimos al Señor la gracia de renovar con entusiasmo y convicción nuestras promesas bautismales, para volver a elegir una vida cristiana en plenitud, siendo firmes en la fe y alegres testigos de esperanza. Este será el primer y más eficaz servicio que cada uno, y todos juntos como comunidad, podremos ofrecer a nuestros jóvenes si realmente queremos ayudarlos a vivir una vida plena, fecunda y feliz: la vida de resucitados que Jesús nos ha ganado con su Pascua.

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