Meditación de Cuaresma

Se trata de la carta pastoral del arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo.

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Tú nos invitas a escuchar tu Palabra, que nos reúne en un solo cuerpo, y a mantenernos siempre firmes en el seguimiento de tu Hijo.(Plegaria Eucarística V/b)

Queridos hermanos: 1 – Valiéndome de la rica imagen que nos propone el Santo Padre en su Mensaje de Cuaresma al presentarla como “el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la misericordia”, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones que nos ayuden a vivir este camino particular de gracia. Valoremos ante todo el significado personal de este tiempo, pero sin olvidarnos de la dimensión eclesial de este peregrinar cuaresmal. Es la Iglesia, a través de cada uno de sus hijos, la que está llamada a iniciar este camino de purificación. Es la misma Iglesia santa y pecadora, y por ello necesitada de conversión, la que inicia en nosotros este tiempo de vida nueva. Peregrinación cuaresmal que implica la necesaria sinceridad para mirarnos y reconocer nuestros pecados, como también la fortaleza de la humildad para pedir perdón a Dios y a nuestros hermanos, y así encauzar nuestras vidas en el camino de la perfección cristiana. 2 – La peregrinación nos habla de un camino que tiene una meta, no es cualquier caminar, aquí radica una de las notas que define el tiempo del peregrino. No es un caminar a la deriva, el peregrino sabe a dónde va, aunque el término aún no es algo que haya alcanzado, pero ya vive en la esperanza el gozo de aquello que da sentido a su vida. Mantener viva esta búsqueda de la voluntad de Dios, que es la fuente de la santidad, es un signo claro de la presencia del Espíritu. Acostumbrarnos, en cambio, a como somos o a justificarnos en nuestra experiencia, no siempre nos ayuda en el crecimiento personal y eclesial. Qué bueno que nos preguntemos al iniciar esta Cuaresma cuales son nuestras disposiciones para reconocer nuestras fragilidades y tomar conciencia de aquellas actitudes que pueden y deben cambiar en nuestra vida. No hay “peregrinación interior” sin un acto de humildad que nos permita reconocer nuestras debilidades para disponernos a cambiar.
3 – Para iniciar este camino que nos propone la Cuaresma debemos hablar necesariamente de la santidad como un llamado y exigencia de nuestra fe. Sólo el que ha descubierto en el seguimiento de Jesucristo esa verdad única que da sentido y plenitud a su vida, está en condiciones de valorar el significado de este tiempo de gracia. Desde esta certeza de la fe, que es el fundamento de nuestra esperanza y la meta de nuestro caminar, es posible asumir y avanzar en la vida de oración y de purificación, de conversión y caridad propias de este tiempo, y que la Iglesia nos irá proponiendo. La imagen del atleta de la que nos habla el apóstol y utiliza la liturgia, nos ilustra sobre el significado y la necesidad de los ejercicios de Cuaresma cuando afirma: “Los atletas se privan de todo…por una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible. Así, yo corro, pero no sin saber a dónde,”(cfr. 1 Cor. 9, 24-29). Cuaresma es tiempo de volver nuestra mirada a la meta definitiva del Reino, y de fortalecer los lazos de comunión en el camino eclesial de la fe. Esta imagen y su contenido es parte esencial de la teología paulina. 4 – He hablado de exigencia de la fe para expresar la importancia que tiene el considerar nuestra vida espiritual como una respuesta personal a la gracia del don que hemos recibido: “Bendito sea Dios….que nos ha elegido en Cristo para que fuéramos santos…El nos hizo conocer el misterio de su voluntad (cfr. Ef. 1, 3-10). Si desconocemos en nuestra vida cristiana la realidad de este llamado que nos visita e invita, y partimos sólo desde nuestros planes desconociendo en ellos la iniciativa de Dios que desde su Hijo nos llama y compromete, vamos a quedar encerrados en nuestros pequeños proyectos con sus conocidas justificaciones que nos aíslan. La dimensión eclesial de la voluntad de Dios es la expresión madura de la fe. Cuaresma es ante todo un tiempo de escucha que nos permite descubrirnos en el plan de Dios para amar en él su obra, y orientar nuestra vida a la luz de Jesucristo y de las exigencias personales y eclesiales de su evangelio. Que el Señor nos dé la gracia de un corazón abierto a la escucha para vivir con alegría la riqueza de este tiempo. 5 – Esta peregrinación cuaresmal, que tiene su centro y fortaleza en el seguimiento de Cristo, sería incompleta sino nos detuviéramos a revisar, en este camino de gracia y de conversión, nuestras relaciones fraternas y nuestra sensibilidad social. Al respecto es claro el evangelista san Juan cuando afirma: “El que dice: Amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quién no ve, el que no ama a su hermano, a quién ve?” (1 Jn. 4, 20). Nuestra fe no puede quedar en una práctica de diálogo intimista con Dios, sino que debe ser el testimonio de un encuentro vivo con el Dios del amor y de la misericordia manifestado en Jesucristo. En la Plegaria Eucarística, momento cumbre del encuentro con Cristo, pedimos: “Danos (Señor) entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado…” (V/b). Esta bella oración de la liturgia nos recuerda aquel llamado del apóstol a “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. 6 – “Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo”, en esta breve frase san Pablo resume la plenitud de la Ley (cfr. Rom. 13, 8). Esta dimensión moral de la vida cristiana es una exigencia primera de la fe. Por ello, en este camino cuaresmal “hacia Aquel que es la fuente de la misericordia”, debemos considerar desde esta “fuente” que es el origen y la meta de nuestro peregrinar, todas nuestras actitudes y comportamientos en los diversos ámbitos de nuestra vida. Cuaresma es tiempo privilegiado para emprender el siempre nuevo y lento camino del perdón y la reconciliación. Es cierto, si falta la humilde búsqueda del bien y la verdad, y llegado el caso el reconocimiento del error cometido que enaltece, no es fecundo el gesto exterior del perdón. Pienso en todo ese mundo de relaciones personales, familiares y laborales, de instituciones y de comunidades eclesiales, en el que se desarrollan nuestras actividades y dónde hay quienes necesitan ver claros testigos del evangelio que hemos recibido. Cuánto más de nosotros, mis queridos sacerdotes, que somos ministros de la gracia de la reconciliación. Este llamado a la conversión desde la fe en Jesucristo, será la palabra con que la liturgia nos va a introducir en la celebración del miércoles de Ceniza. 7 – Otro aspecto que nos debe interrogar, como testigos de una fe viva que busca identificarse a Jesucristo, es la sensibilidad social. Una cultura en clave individualista no es el mejor contexto para pensar y vivir esta dimensión social de la caridad. Cuesta salir de nosotros mismos, detenernos y dar nuestro tiempo para servir al hermano necesitado, sin embargo es en ellos donde Cristo nos espera, es más, un día éste será el signo de haberlo encontrado y servido (cfr. Mt. 25, 31-46). En la reciente Encíclica Benedicto XVI, hablando de “La caridad como tarea de la Iglesia”, nos dice: “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial….desde la comunidad local a la Iglesia particular….” (Deus Caritas est, n° 20). El servicio de la Caridad, continúa, junto al anuncio de la Palabra de Dios y la celebración de los Sacramentos, son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra, y concluye: “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (n° 25 a). Hay una franja de dolor cerca nuestro que espera el testimonio de una Iglesia servidora. 8 – Es responsabilidad de la autoridad pública la instauración de un orden justo como tarea principal de la política, a la que debemos reclamar como ciudadanos comprometidos con el bien común. Es más, incluso denunciar como cristianos aquello que atenta a la dignidad del hombre. Pero esto no debe eximirnos de nuestra responsabilidad en la caridad personal y organizada, como exigencia testimonial de nuestra fe en Jesucristo. Aquí cobra toda su importancia la presencia de Caritas en nuestras comunidades, la cual debe ser una expresión clara y visible de nuestra fe. No puede haber celebración de la Eucaristía sin el compromiso de la caridad. 9 – Dentro de este gran tema social quisiera señalar con dolor la realidad preocupante de los llamados “chicos de la calle” que van creciendo junto a nosotros y presentan un grado de abandono y marginación, muchos con el peligro de la iniciación en el flagelo de la droga, que nos debe cuestionar moralmente como sociedad. No podemos como ciudadanos y cristianos no sentirnos interrogados. Son muchas la causas de esta situación de inequidad, entre ellas señalaría una crisis de valores que incide y debilita la vida y los vínculos de la familia, en la falta de una cultura del trabajo, como la imposibilidad de acceso al mismo por carencia de niveles de capacitación. Valorar la familia y el trabajo es reconstruir la primera escuela, y dar el primer paso para posibilitar la permanencia de nuestros niños en la educación, recreando así las bases de una sociedad nueva. Esto no significa no plantear el tema de las condiciones de vida del docente, como del nivel y atractivo que debe tener la propuesta educativa. Algunas voces han hablado, y no sin conocimiento de la situación, de un estado de “marginación educativa” de nuestros hermanos más pobres, refiriéndose a esta realidad. Esto es una responsabilidad política, ciertamente, pero no deja de ser una preocupación que debe estar en el corazón y en el compromiso social de los discípulos de Jesucristo.
10 – Queridos hermanos, he querido compartir con ustedes algunas reflexiones que brotan del corazón de un Pastor, deseando que nos ayuden a iniciar juntos “este tiempo privilegiado de peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la misericordia”. Reciban de su Obispo los deseos de una Santa Cuaresma y la invitación a participar en la vida de sus comunidades, para renovar nuestra fe en el seguimiento de Cristo y fortalecer los lazos de una Iglesia que sea testimonio vivo de comunión, de amor y de servicio a nuestros hermanos más necesitados. Con mi bendición en Cristo Nuestro Señor y María Nuestra Madre de Guadalupe.

Mons. José María Arancedo Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz Cuaresma 2006

Envío de Ernesto Luna

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