Manuel Cuesta Morúa: «en Cuba, la hegemonía tiene que acordar con la diversidad»

Por Astrid Pikielny.- Después de un intento de viaje frustrado que incluyó su detención y la prohibición de salir de Cuba durante varios meses por el delito de «difundir noticias falsas contra la paz internacional», Manuel Cuesta Morúa (1962) llegó a la Argentina para presentar su libro Ensayos progresistas desde Cuba y entrar en contacto con referentes políticos del país.

El intelectual y líder político que se ubica desde hace más de veinte años en la disidencia cubana, nacido bajo un régimen de pensamiento único, «pero criado en una familia de pensamiento heterodoxo», traza un mapa de la realidad isleña, que incluye los efectos del anuncio de la normalización de relaciones entre la isla y los EE.UU. Pero también lo que él considera como «el inicio de una transición desde un régimen totalitario a uno autoritario».

Historiador graduado en la Universidad de La Habana, con posgrados en politología, relaciones internacionales y antropología, Cuesta Morúa es coordinador de Plataforma Nuevo País, una alternativa plural que busca refundar el proyecto de nación y el modelo político cubano.

«La sociedad va por delante del Estado cubano. La sociedad cubana es plural, cada vez más abierta, más tolerante y muy deliberativa», afirma el vocero del Partido Arco Progresista, y relata el modo en el que distintos sectores de la disidencia confluyen en una mesa de diálogo que impulsa, principalmente, una reforma constitucional y una nueva ley electoral.

Entusiasmado con el modelo de democracia deliberativa que implica «poner a conversar a los ciudadanos sobre sus problemas comunes», el líder cubano propone un proceso que se haga con la ley, desde la ley y de abajo hacia arriba, en condiciones en las que nadie se sienta derrotado. Por eso, elogia una salida a la sudafricana: «Un modelo en donde todo el mundo vea que puede ganar, un modelo que no sea suma cero, yo gano, tú pierdes, sino al contrario: todos ganamos».

Militante de los derechos humanos y la integración racial en un régimen que considera racista y discriminatorio, Cuesta Morúa llegó a la Argentina invitado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal).

-El objetivo de este viaje a la Argentina le ha permitido entrar en contacto con líderes políticos y referentes del sector progresista. ¿El objetivo es mostrarle a la comunidad internacional otra realidad cubana?

-Todos los países del mundo tienen varios relatos y Cuba también los tiene. Cada uno debería poder contar su historia política, su visión de las cosas, su historia de vida. El gobierno cubano ha manejado mucho el estereotipo en relación a los grupos alternativos o de oposición. Es un discurso relativamente fácil de desarticular y una de las primeras cosas que ayuda a eso es tomar contacto personal con otras instituciones.

-Desde distintos sectores de la disidencia cubana están trabajando para legalizar las asociaciones y partidos políticos, ¿no es así?

-Efectivamente. No es una concertación, pero hay una mesa de diálogo que llamamos Espacio Abierto, en donde se sienta la diversidad ideológica, política y de puntos de vista de la sociedad civil cubana para encontrar los puntos de acuerdo. En este espacio en el que cada vez confluye más gente encontramos básicamente cuatro puntos de acuerdo. Uno de ellos es impulsar una reforma constitucional y una reforma legal, lo cual se emparenta muy bien con otro proyecto que nosotros veníamos animando, que se llama «consenso constitucional», en la lógica de que se puede llegar al Estado de Derecho, a la democracia y al respeto a los derechos humanos, en un proceso que vaya de la ley a la ley, es decir, utilizar la ley para transformar la ley. Las discusiones han sido arduas porque la gente pensaba que utilizar la ley del régimen es legitimar al régimen.

-¿Y se equivocan?

-Sí, la discusión se aclara cuando uno dice que un régimen totalitario como el cubano tiene que tener una narrativa democrática, y lo que nosotros tenemos que utilizar es la narrativa democrática aunque sepamos que el régimen es totalitario. Y dentro de la narrativa democrática está la posibilidad de cambiar de la ley a la ley. Y la gente se ha ido convenciendo sobre cómo transformar las cosas y hemos trabajado en la dirección de lograr las reformas constitucionales y posibilidad de llegar, desde la ley, al Estado de derecho.

-¿Cómo lo harían?

-Vamos a impulsar una nueva ley de asociaciones que reconozca la pluralidad y adapte el andamiaje legal y jurídico a la nueva realidad sociológica de Cuba, porque hubo una época en la que estaban nada más los CDR (los Comités de Defensa de la Revolución), la Asociación Nacional de Campesinos y alguna que otra organización de masas. Pero la realidad ha ido cambiando. Hay muchísimos proyectos de la sociedad civil y eso ha ido mapeando a la realidad cubana. Entonces queremos que el derecho se adapte al hecho. Al mismo tiempo, estamos trabajando en una nueva ley de asociaciones y en un proyecto de ley electoral que reconozca la pluralidad política del país: el hecho de que los ciudadanos y las distintas expresiones políticas tienen derecho a formar la voluntad política del Estado. Hasta ahora ha sido sólo el Partido Comunista y sus amigos.

-¿Pero cómo se logra, en un régimen como el cubano, la reforma de la Constitución?

-Si juntamos diez mil firmas la ley nos da derecho a presentar una iniciativa legislativa que sea discutida en la Asamblea Nacional, aunque es obvio que con diez mil firmas no se cambia una ley de esa naturaleza. De esa discusión legítima de nuestra iniciativa vamos a buscar la cifra política, la cifra crítica de ciudadanos diciéndole al Estado «queremos que la reforma de la ley de asociaciones vaya en esta dirección». Creemos que podemos tener éxito si actuamos con habilidad y si tenemos apoyo tanto dentro como afuera. Y lo mismo con la ley electoral. Hace mucho tiempo desde la sociedad civil se viene planteando la necesidad de reforma de la ley electoral para dar una mayor participación a los ciudadanos. Y de hecho, el gobierno ha dicho que va a reformarla. Primero entramos en el pulso legal, que es la legitimidad, y luego, en el pulso político, con cada vez más ciudadanos apoyando esa alternativa. Si logramos avanzar en esas reformas maestras se abren una serie de derechos, que incluyen la libertad de expresión, reunión, asociación.

-Después del 17 de diciembre hubo represión y cárcel para la artista Tania Bruguera y otros manifestantes. ¿Cómo se entienden estas aspiraciones que usted plantea en un contexto de intolerancia?

-Yo creo que es cuestión de tiempos. El gobierno sigue la pauta de los regímenes autoritarios cuando se ven frente a una circunstancia de apertura: la única manera de administrar ese proceso es reprimiendo más. El 17 de diciembre abre el juego, pero inmediatamente la reacción primera de todo régimen autoritario es decir: «nosotros tenemos el control». Por eso reprimen. Pero hay una cuestión de tiempo que siempre es gradual y hay gestos que uno observa. En el pasado el régimen cubano reprimía casi todo, desde la manifestación callejera hasta la discusión de la democracia bajo techo, los debates en las casas.

-¿Y hoy?

-Hoy por hoy, con los matices del caso, uno observa que el gobierno tiende a tener cierta tolerancia hacia la democracia bajo techo. Hay un sector que cree, con todo su derecho, que hay que reproducir la primavera árabe, con manifestaciones de la gente en la calle. Eso el gobierno lo reprime con fuerza. Pero antes reprimía eso del mismo modo que reprimía el intento de cualquiera que quisiera reunir a cincuenta personas en un apartamento para discutir, por aquello de no legitimar los espacios alternativos. Hoy el gobierno va camino de una tolerancia de los espacios de debate.

-¿Cree que Cuba podría seguir el modelo chino o vietnamita de apertura económica y control de lo político?

-Creo que la apertura del autoritarismo cubano implica necesariamente un impacto sobre la naturaleza política del régimen. Mientras que China puede abrirse económicamente y mantener un sistema cerrado autoritario en términos políticos, Cuba no puede hacer lo mismo. En Cuba si el régimen se abre, eso va a tener un impacto político y cultural, y esa es la razón por la que no hemos visto en Cuba reformas del tipo chino o vietnamita. El gobierno cubano teme y sabe que si abre a la economía en el mismo grado que China o Vietman va a impactar en un país que tiene una diversidad cultural inmensa, a diferencia de China, que es homogénea. Además, desde los años 80 hay un debate muy profundo sobre los derechos humanos en Cuba, un debate que precede cualquier cosa y que ha calado en la sociedad. El debate sobre derechos humanos es parte de un debate cultural, intelectual, incluso al interior del mismo régimen.

-Algunos creen que el restablecimiento de las relaciones termina dándole aire al régimen y que antes de dar ese paso deberían haberle arrancado más concesiones a Cuba. ¿Coincide?

-Yo me ubico entre los que creen que este aire es un aire de hiperventilación. Soy de los que creen que esta apertura es aire para la sociedad cubana. En términos de su guerra épica con los Estados Unidos, que normalizaran las relaciones podía ser vendido como una victoria política, pero nunca como una victoria del modelo. Pero la apertura es una derrota del modelo, aunque pueda ser presentado como una victoria política del régimen. Si la sociedad norteamericana se abre a la sociedad cubana, el gobierno cubano no tendría nunca la capacidad de administrar la entrada de dinero, la economía, la comunicación, el turismo y el intercambio entre la sociedad civil cubana y norteamericana, en una época global. Además de la cercanía física que hay entre Cuba y Estados Unidos.

-¿Pero por qué algunos de sus compatriotas, por ejemplo, del exilio cubano, se oponen a esto?

-Yo sé que ha sido difícil esta apertura para algunos, porque ellos han concebido la relación con el gobierno cubano como una relación de suma cero, o todo o nada. Y siempre han visto en la política norteamericana la posibilidad de humillar al gobierno cubano. El cambio de política de Obama no supone una derrota humillante para el régimen, y para muchos el gobierno debió ser humillantemente derrotado. Sin embargo, yo creo que una derrota humillante también es una derrota para las posibilidades de construir el proceso democrático al interior de Cuba. En el balance habría que pensar en cuáles son las mejores condiciones para construir un proceso democrático, que no se construye con una revolución ni con la caída de regímenes, y sí cuando logras incluir: con la ley, desde la ley y desde abajo hacia arriba, en condiciones que nadie se sienta derrotado.

-Una salida a la sudafricana.

-Esa salida me pareció ejemplar, un modelo en donde todo el mundo vea que puede ganar, un modelo que no sea suma cero: yo gano, tú pierdes, sino al contrario: todos ganamos. No se trata de circulación de grupos políticos y económicos, se trata de reglas de juego en las que todos podamos participar. Y se corre el riesgo de que una transición que no privilegie el Estado de Derecho, la convivencia, los derechos humanos, se convierta en una circulación de las élites, que se reciclan a sí mismas, como ha sido el caso de otras transiciones.

-En Sudáfrica Nelson Mandela y Desmond Tutu gravitaron fuertemente en el éxito de la transición. ¿Hay en Cuba liderazgos de ese tipo?

-Hay cierto liderazgo moral, institucional y no personal que es, con sus altas y bajas, la Iglesia Católica. En algún momento del proceso creo que eso se podría aprovechar.

-La intermediación del Vaticano y el Papa parece haber jugado un rol clave en el deshielo.

-El papa Francisco ha venido ayudando en esta dirección. Veo que la Iglesia Católica es un actor que no tiene ambición política de inmediato, y que al mismo tiempo ha sido referencial para las dos zonas en conflicto. Yo creo que ese liderazgo en algún momento podría utilizarse para tratar de llamar a la calma, buscar una base moral para el cambio y legitimar el proceso de reconciliación. Creo que en términos de reconciliación Sudáfrica nos puede enseñar muchísimo.

-En esta nueva narrativa democrática que pretenden construir, ¿hay lugar para enemigos?

-La lógica amigo – enemigo es una lógica destructiva y en algunos casos autodestructiva. En esta nueva narrativa hay lugar para los adversarios, que serían los que sostienen al régimen actualmente, los que nos ven a nosotros como enemigos. Un cambio en la narrativa es un cambio de lenguaje y nosotros insistimos en llamarlos a ellos adversarios, no enemigos. En una democracia todos tienen cabida. En las condiciones de Cuba no se puede transitar si no entran también los que hoy por hoy tienen el poder real. Nosotros privilegiamos las reglas del juego para que la entrada sea con respeto a una convivencia a la que todos nos debemos. Debemos vernos todos en una lógica de diálogo, de conversación y la diversidad en medio de reglas de juego. Necesitamos que la hegemonía se ponga de acuerdo con la diversidad.

-¿Qué le gustaría rescatar del espíritu inicial de la Revolución? ¿Y cómo desearía que fuera Cuba en 20 años?

-Me gustaría mantener, tanto en el imaginario como en la realidad, el sentido público de determinados servicios para la sociedad. Hay una tendencia a la privatización de sectores como la educación y la salud, y creo que en Cuba eso merece ser mantenido. La foto que me gustaría es la de una sociedad en la que la política dependa del ejercicio ciudadano y no de la necesidad del estómago, porque la necesidad del estómago ligada a la política genera populismos en sociedades débiles. Me gustaría un ejercicio de la política basado en la legitimidad y la ciudadanía; y una sociedad de bienestar con compromiso hacia los sectores más vulnerables. En definitiva, nosotros vamos por la socialdemocracia.

MANO A MANO

Veinte años de militancia alternativa

Su historia de militancia en derechos humanos y libertades individuales comenzó hace más de veinte años. Después de la Perestroika, Cuesta Morúa esperaba cambios en la isla, que incluían la revisión crítica de los errores y fracasos de un modelo agotado. Se equivocó. En 1986 Fidel Castro decidió hacer un proceso de contrarreforma política y suprimió las publicaciones de la ex Unión Soviética que ensayaban cierta crítica desde la izquierda. A partir de ese momento, un grupo de intelectuales comenzó a reunirse en casas de amigos y cafeterías públicas. «Estábamos bajo la lupa, pero no éramos reprimidos. La represión empezó luego. Algunos decidieron emigrar, otros decidimos quedarnos y empezar a trabajar más desde grupos políticos», cuenta. Desde 1988 hasta 1991 trabajó en la Casa de África del Museo del Historiador en Habana Vieja, institución de la que fue expulsado en 1991 por sus ideas políticas. Ese mismo año ingresó en la entonces organización socialdemócrata Corriente Socialista Democrática Cubana y desde entonces transita un camino de trabajo político y civil alternativo al régimen.

UN FUTURO POSIBLE, SEGÚN CUESTA MORÚA

¿Cuán discriminatorio o racista cree que ha sido el régimen cubano?

Creo que ha sido bien racista. En Cuba hay un racismo institucional que se enmascara en el racismo cordial, es decir, un racismo en el cual negros y blancos pueden caminar por la misma acera, pero no participan en igualdad de condiciones en el reparto de poder. El artículo 5 de la Constitución cubana dice que el Partido Comunista es la fuerza dirigente superior de la sociedad. Probablemente si usted dijera eso en un país de homogeneidad cultural no habría problema, aunque sea discriminatorio de otras tendencias políticas. Pero cuando usted dice eso en un país diverso, está discriminando institucionalmente: está impidiendo que la voluntad política se alimente de la identidad cívica o cultural de la gente. Eso explica por qué sólo el 0,2% de los dirigentes máximos del PC son de raza negra. El gobierno cubano desde la escuela enseñaba que las religiones de origen africano eran supersticiones. Dos tercios de la población afrodescendiente nunca negaron sus prácticas religiosas y fueron marginados en la Revolución. Y hoy casi nadie de raza negra ocupa cargos fundamentales del país.

Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 22 de marzo de 2015.

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