Maccarone o el ombligo, ecuador de los pecados

Ciertamente harto de leer excusaciones y acusaciones, quiero abordar el caso Maccarone desde el intento de una breve síntesis de opiniones, con el sincero deseo de que sea la última vez que lo haga.

Por Juan Carlos Sánchez

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Impiadosamente y sin esperar respuesta me dijo: “Tiene un matete en el cerebro, pobre tipo…” Cristina es una de las periodistas mejor informadas y pensantes con que cuenta el variopinto elenco de PyD y terminaba de leer la carta del obispo Juan Carlos Maccarone a sus pares. Pero no acabó allí su crítica despiadada. Sin mirarme espetó: “Y vos, con tu nota que nadie leyó pero todos comentan, te debates entre la justificación y la acusación y pierdes claridad. Intentá escribir otra desde el corazón y la vivencia personal.” Y así lo haré. Por ello la escribo en primera persona y con estilo intimista más propio de mi otro oficio, el de escritor, que el de este de periodista. Escribidor al fin, allá voy. Una vez un potencial socio hizo votos de su lealtad comercial, honestidad y respeto por el afectio societatis. Le creí y para mis adentros me sentí dichoso de encontrar semejante ejemplar. Cenábamos en su casa, en familia, con sus niños y una vez que terminamos de comer dijo a su esposa: “Salimos a tomar un café” y me llevó a un prostíbulo. No le creí más. Fue en Corrientes y me salvé de ser estafado. Apliqué una norma aprendida de mis padres, “quien la hace una vez la hace dos” repetían y en oportunidad de un intento mío de excusar a un amigo con la conocida frase de “…bueno…, pero en lo otro es sincero…” opinaron que el mentiroso no es veraz “ni estando solo ante el espejo”. Podría decir también que “para muestra basta un botón” y responderme que “una golondrina no hace verano” con lo que volvería a navegar en las indecisiones. El hombre es un conjunto de tramas grises que avanza hacia el negro o el blanco, el bien o el mal, lo justo o lo injusto, Dios o la pavada. Su misión de vida es llegar. Es libre para optar por Dios o el Diablo y no puede quedarse entre Dios y el Diablo porque entonces, finalmente, no será. No irá a ningún lado, se quedará en la vida, en esta, que es un paso. Morirá y volverá al polvo primordial. Su problema comenzará cuando el Padre lo resucite, pero ese es otro tema. “La vida es un puente, crúzalo, no te quedes en él” reza un agrapha de Jesús creo que en un viejo puente de Roma. Si fue pronunciado por Jesús o si se lo atribuyeron no importa, vale el concepto. Para vivir completamente hay que ir a algún lado, no quedarse; hay que andar siguiendo el camino, que no se hace al andar, al menos para los cristianos que ya tienen Camino. La frase puede reflexionarse como prevención contra el apego a las cosas del mundo mirando hacia la trascendencia y también como invitación a marchar en permanente búsqueda de la iluminación (buen concepto este de los orientales, que trabajó con elegancia Tony de Mello) que indefectiblemente lleva a Dios. En términos ortodoxos usemos la palabra propia, santidad, búsqueda de la santidad, pero el hombre es libre y puede terminar siendo demonio. ¿Puede el hombre transitar por la vida sin pecado? Claro que no pero “allí donde abundó en pecado, sobreabundó la Gracia” y es posible la conversión. Esta puede darse en el último instante de su vida y vale, porque la conversión no es un muestrario de buenas acciones sino la aceptación plena del sueño de Dios para con la persona que habrá de realizarse en el Cristo y no en el sujeto imperfecto. Por eso no es nuestro el juicio, sino de Dios. Para la conversión cada instante de tiempo cuenta y cada instante es eternidad. Esa es la regla de juego, porque Dios “quiere que todos los hombres se salven” y es difícil llevarle la contra a Dios. ¿Puedo, entonces, emitir juicio sobre las personas? Sobre lo objetivo, sí, pero la persona es subjetiva. Sobre sus acciones, sí. Es más, si mi vocación (llamada) es a ser juez, analista, periodista, confesor, asesor, padre o madre, maestro, etc., tengo la obligación de hacerlo en orden al buen ejemplo y siempre teniendo a la vista la Caridad. Una vez emitido el juicio puedo encasillar a la persona dentro de una definición: Este es un asesino, un violador, un pobre equivocado, un buen tipo, un infeliz, un santo. Si la casilla es poco elegante (digámoslo así), a partir de ese momento comienza mi compromiso solidario de ayudarlo, si puedo, a la conversión. Lo que no estoy en mi derecho a hacer es justificar sus actos erróneos o pecaminosos para excusarme de los míos o por falsa solidaridad. No le estoy ayudando a cruzar el puente sino que lo dejo en él. Todo este preámbulo para ingresar al caso Maccarone. ¿Ángel o demonio? Hombre. Es un hombre. Un fruto nunca del todo maduro que intenta cruzar el puente entre luces y sombras. En su caso particular, el obispo Maccarone, más que faltar al celibato ha defraudado la confianza de la comunidad que le entregó un rebaño para su pastoreo. El celibato no es propio del sacerdocio, pero viene con el sacerdocio. Es un compromiso de vida libremente aceptado. Puede ser inconveniente, erróneo, discutible, pero viene con y es ilegal y pecaminoso evadirlo. Peor aún si se es homosexual, porque escapa a la normalidad y decirlo así no es discriminatorio de los homosexuales sino simplemente usar de las palabras adecuadas y existentes en el diccionario para expresar aquello que sale de lo común y corriente, de lo habitual, de lo que corresponde al comportamiento de una especie o grupo humano, de la norma. Hombre y mujer, así fuimos creados, para ser una sola carne, para gozar y procrear, para madurar y crecer. El celibato, me animo a admitirlo, puede ser antinatural pero porque no pertenece al orden natural sino al sobrenatural, es una llamada especial, una Gracia particular. Que sea inconveniente para el clero es otra cuestión que se debate en los círculos adecuados y sobre el que muchos opinan inadecuadamente desde afuera de la Iglesia. Alguna vez la Iglesia quizá modifique sus normas al respecto y entonces los sacerdotes podrán casarse y tener hijos legítimamente, antes no. Mientras no se cambien las reglas de juego, los consagrados son justamente eso: separados -esto es consagrados- vocacionalmente para servir al bautizado; separado de entre los sacerdotes, reyes y profetas por el Bautismo para servirles; esa es su mayor dignidad: hacerse pequeño por amor muy a lo Jesús en el lavatorio de pies de la última cena. Tal dignidad tiene su precio, el celibato es uno de ellos. Si no lo cumplen, rompen la norma, no es una conducta normal. Si agregan la homosexualidad a esta ruptura, peor, doble ruptura de la norma. ¡Pero…! ¡Si es un gran teólogo, se ocupa de los pobres, es humilde, casi espartano, etc…! ¿Ángel? No, hombre. ¡Muy bien en eso! Pero en lo otro, fracasó. ¿Demonio? No, hombre. Un hombre al que no le da el cuero para hacer lo que debe, para cumplir con su compromiso. Puede haber atenuantes de todo tipo, presiones externas o internas, alguna patología, acedia, pero la norma -la normalidad- ha sido rota. Que le hicieron la cama… Es posible, casi seguro, pero el hecho existió. Difícil que a un rengo lo filmen corriendo los 100 metros llanos o jugando a la rayuela o a un ciego riendo con una película muda de Chaplin. Entonces, bien hecho lo de SS Benedicto XVI de aceptar su renuncia inmediatamente. ¿Que habría que aceptar la de muchos otros? De acuerdo. ¿Que quedarían pocos? No importa, vendrán otros. La Iglesia no desaparecerá porque falten obispos y sacerdotes. ¿Que habría que aceptar la de otros que faltan a la Caridad, a la solidaridad, al compromiso con los pobres -como argumentan por allí como si el mal de otros fuera dirimente del propio-? Vale, no es eso lo que está en discusión. Lo que debe verse claro es que el obispo Maccarone es un hombre equivocado y que como dijo Alberto Kohan a quien cito en mi anterior nota, “un hombre equivocado no puede ser obispo de la Iglesia Católica”. El Orden Sagrado otorga también identidad. Veámoslo analógicamente con el Matrimonio: A los esposos se los reconoce también por quien tienen por cónyuge. Es la mujer de Fulano, es el esposo de Zutana se dice. Si se son infieles se dice que le faltó a su mujer o a su esposo. Aunque se mire con displicencia, la infidelidad marca -con marca de reconocimiento- tanto a quien la sufre como a quien la hace. El Orden Sagrado establece entre ordenado y la Iglesia una relación similar a la de los esposos, se lo reconoce por su vocación y oficio y se espera de él fidelidad, aunque también se mire mundanamente hasta con simpatía la infidelidad según opinan muchos, sobre todo los involucrados en este desorden. Pero la ruptura de la norma y de la normalidad consecuente también marca y produce dolor, tanto a quien la sufre, la iglesia, como a quien la goza, el contraventor que por eso la oculta. Y quiero referirme a algo que me molestó de la carta que Juan Carlos Maccarone dirigió a los obispos. Él alude a que con el video se mermó su capacidad moral según su oficio. Falso, no es así. El mensajero no es el culpable. Su autoridad moral se esfumó porque el video pudo ser filmado, porque él hizo lo que hizo. No fue un valiente que renunció, fue un pobre hombre escarchado, enganchado in fraganti que no tuvo más remedio que salir a escape. De no haber sido así seguramente seguiría en su sede. Que fue perverso e innoble grabar el video es cierto, no menos que mantener la relación que fue filmada. No hay peores en este caso, son iguales.

El ombligo, ecuador de los pecados

Es cierto que el ombligo es el ecuador de los pecados, que del ombligo para abajo se suele tener todo por malo y pecaminoso y que del ombligo para arriba siempre hay una disculpa a mano. Que se insiste en demasía en el pecado sexual aunque esa no es la postura de la Iglesia sino la herencia de otras épocas en las cuales la reflexión teológica no había puesto el acento en el hombre social. La doctrina de la Iglesia en la materia nos aclara la situación. Los nuevos pecados no lo son tan nuevos, han sido descubiertos merced a los saltos morales que la humanidad dio en el transcurso de su historia pero ya estaban en el Evangelio. La teología ha permitido relecturas de la Palabra desde el crecimiento científico. Influyó mucho en este cambio para nada sutil las nuevas escuelas europeas y la latinoamericana de la liberación. Se puso en su justo lugar el sexo y luego vino el Concilio Vaticano II y la Humanae Vitae para prevenir lo que el Santo Padre Paulo VI proféticamente supuso que pasaría: el deschave de la humanidad en marcha acelerada hacia la autosatisfacción y el hedonismo, los parientes más cercanos que tienen el egoísmo y la insolidaridad. Es dura y contradice la onda progresista de la humanidad pero sin ella los límites que hoy se trasgreden con tanta liberalidad estarían aún más lejos de la normalidad y de lo ético. No puede negarse que HV introdujo un marco para el debate de la posmodernidad. Rerum Novarum había iniciado el redescubrimiento del hombre relacional que avanzaba hacia la posmodernidad. Nada nuevo para la Iglesia aunque tímidamente expresado en el magisterio hasta entonces. Desde allí en adelante y en avalancha, la Doctrina Social de la Iglesia creció y ocupó todos los espacios de la vida comunitaria. En realidad no hizo más que interpretar el Evangelio para continuar con la iluminación del mundo iniciada 2000 años antes. No es que aparecieron nuevos pecados, sino nuevas formas de pecar adaptadas a las nuevas situaciones que se vivían, pero el hombre seguía siendo el mismo, avanzando entre luces y sombras hacia los nuevos nacimientos que significaban la aceptación del Evangelio y la muerte. Persona-unidad, persona indivisible, una en la intimidad y una en público. No es posible alegar a favor de los pecados del ombligo para abajo cargando las tintas en los del ombligo hacia arriba. Ambos son pecados, unos más graves que otros, es cierto, pero ninguno excusa al otro ni lo disminuye y ¡tantas veces el pecado del ombligo para abajo es un pecado social…! Analícelo el lector. Quien no es capaz de una vida ordenada y normal del ombligo para abajo tampoco es capaz de ordenar una comunidad ni una familia. El hombre es uno, no un poco para acá y otro poco para el otro lado por más que así lo sostengan flexiblemente los ideólogos de la sociedad mínima que se pretende para esclavizarnos. ¿Que no es fácil? ¿Y quién dice que vivir lo sea?

Juan Carlos Sánchez

Fuente: www.politicaydesarrollo.com.ar.

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