Levantemos la copa: a propósito del campeonato

Por Ricardo Miguel Fessia.- Luego de tantas expectativas, legítimas o forzadas, sobre la tarde del pasado domingo 18 de diciembre, vimos como Montiel lograba que el balón se estrelle contra el cielo de piolines lo que imprimía una tercera estrella a la casaca argentina. La gente naturalmente ganó las calles con todas las expresiones de liberación de felicidad reprimidas por la dureza, a veces extrema, de la cotidianeidad.

Por si fuera poco, por si alguien no había gritado lo suficiente y le quedaba algo de garganta, el martes se liberaron todos los molinetes que contienen los diversos sentimientos y las calles se tornaron en ríos humanos. Hasta se dispuso feriado nacional.

En cuanto a las manifestaciones, de variado tipo y pletóricas de genialidad, se han hecho varias reflexiones. Algunas de ellas trabajan la idea de la división entre el sistema político y el pueblo de a pie: una división entre un grupo que cultiva la altivez y la multitud, principalmente joven, que vociferan la unidad al ritmo de alguna melodía que lleva la letra de Argentina.

Por momentos pareció que el fútbol era el emblema nacional, la parte más sustancia de nuestra realidad y, encaballado en el triunfo ajeno y embebidos por un trago de un pérfido barman que mezcla un poco de soberbia con otro de extravío, en partes iguales, el Gobierno intentó apropiarse de la fiesta y luego se conformaba con sumarse a la celebración, pero nada de ello logró. Una buena; tal vez la miopía que les impide observa la realidad, los hizo desistir, como lo hacen con el Gobierno. Si no pudieron organizar el cumpleaños de Fabiola, donde eran pocos más de una veintena, ni que hablar si se trata de millones.

La delegación oficial apostada al pie de la escalerilla de la nave que transportaba al equipo campeón, fue magistralmente superada por otro de los geniales dribling del capitán.

Lo deportivo, con el trofeo levantado, quedó en la retina de todos y todas. Sin solución de continuidad, llegaron los festejos de Navidad y año nuevo que siempre son motivos de reuniones y celebraciones, tal vez con menos cosas sobre la mesa, pero cierta gala se apodera de estos días.   

Queda, un poco más tranquilos, saber si la política tratará de extraer algún aprendizaje para poder tomar una dirección que nos aleje, así sea muy lentamente, de la decadencia nacional en la que estamos inmersos con un índice de pobreza que no deja de crecer.

De todos los signos que es prudente anotar para poder hacer un análisis, nos debemos retener en unos pocos.

El intento del Poder Ejecutivo de negarse a cumplir un fallo del tribunal superior en una causa por la coparticipación iniciada por las autoridades de CABA a pocas horas de conocerse la resolución, la corrida por el valor del dólar y los sempiternos cortes callejeros por parte de algunas de las organizaciones en reclamo de la actualización de los montos o del incremento de la cantidad planes, es una tríada que más preocupa.

Estamos en el tiempo de fin del año que genera un sentimiento particular de festejos, al menos en un sector social y en otros es un poco de esperanza de la mano de la suerte. Más estamos mirando la agenda del 2023, que será un año electoral y un primer desafío bien podría ser vencer aquella idea de que no son momentos de discusiones de fondo para no caer en lo habitual de no superar el tono de las chicanas o de aquello de “ah, pero con…”.

A guisa de ejemplo; por un lado se escucha a la cohorte que brega por terminar con el populismo para progresar, que es respondida por un séquito que blasfema contra el neoliberalismo, ya que con ello se terminarán con los pocos derechos con los que actualmente cuentan los trabajadores. Una falsa encerrona que pretende anular la creatividad.

Insertarnos en el nuevo orden económico globalizado, asegurar el funcionamiento del Estado en sus respectivas áreas, proteger a los sectores sociales más carenciados no son opciones binarias: deben atenderse en forma sostenida y viable alejado de los cantos de sirena y de las vocinglerías pseudo populares.

Como país debemos contar, necesariamente, con un “plan estratégico”, es decir, una política de Estado que lleve adelante quién el voto popular haya entronizado, que al propio tiempo deberá liderar una coalición de fuerzas compatibles.

Para ello es indispensable crear las condiciones para que hombres y mujeres de la patria puedan generar un proceso de acumulación de riqueza sostenido y que el Estado se inserte en el mundo con dinamismo de competencia con unos y colaboración con otros.

Todo el Estado y los sectores de la producción, las actividades colectivas de la sociedad en cualquiera de las dimensiones, deben alinearse bajo la idea que el capital debe ser ordenado por el Estado con equidad y comprendiendo a toda la sociedad.

Ese plan estratégico necesita indefectiblemente de un Estado fuerte, con prestigio y solvencia que sea respetado en el plano internacional con un fuerte liderazgo en la región con posibilidades de incorporar nuevos mercados, impulsar producciones regionales, atender a los sectores más desfavorecidos y hacer frente a las erogaciones esenciales del sector público con inteligencia y efectividad.

Es imposible que un país solo pueda afrontar el cambio de escenario cuando dos potencias generan un torbellino por la disputa de la tecnología o por la invasión de un vecino.

Ejemplo de ello es el papel que hoy tiene los países asiáticos que fueron doblegados luego de la Segunda Guerra Mundial que se insertaron en la economía de los países desarrollados. Siempre contaron con la determinación del Estado que marcó el rumbo y lo sostuvo no obstante los embates externos y las diferencias internas.

Ese discurso en tono bravucón de que el Estado esquilma a la sociedad con los impuestos, que por ello no podemos avanzar y que los políticos viven de la expoliación, es tan pérfido como el que se niega cumplir con una sentencia judicial luego de discurrir todo un proceso donde se han respetado todas las garantías o al que convierte una decisión judicial en una persecución.

La no sujeción a la ley es peligrosa ya que puede multiplicarse en forma geométrica con efecto cascada (“si el Presidente no cumple no me pueden exigir a mi cumplir”). Este discurso luego lleva a consecuencias impredecibles.

El no acatamiento a la norma es la señal más clara de la desintegración. Cuando el rey de España dictaba una cédula real y llegaba a los virreinatos, el agente encargado de su difusión la elevaba por sobre su cabeza para que todos la pueda observar y decía; “se acata pero no se cumple”. El poder se había licuado.

Para esos males, la corrupción, el arreglo prebendario, la politiquería clientelar, que tanto afecta al tejido social, provocando heridas difíciles de sanar, hay que establecer un sistema de controles con real acceso público de forma que se puedan auditar. Cuando se advierta una conducta de corruptela, el castigo debe ser ejemplar y sin posibilidades de atenuar la condena.

El constituyente del 94 estableció los principios para que la recaudación impositiva sea luego distribuida de acuerdo a los aportes y a las necesidades sociales y regionales que efectivamente se justifiquen, pero con un criterio de superación de las diferencias, no para prolongar ese estado de situación. Las zonas de mayores carencias deben recibir más para generar las condiciones que le permitan superarlas.

La cláusula sexta de las Disposiciones Transitorias de la Constitución Nacional establece la obligación de establecer “un régimen de coparticipación conforme lo dispuesto en el inciso 2 del artículo 75 y la reglamentación del organismo fiscal federal”. Es imperioso trabajar para lograr consensos en esta dirección para que el Gobierno que surja este año lo aplique de inmediato para señalar el rumbo de una transformación posible y sostenida.

Clave de ello es una recaudación justa y un reparto equilibrado. La pobreza y su versión más cruel, la indigencia -que esta gestión llevó a superar el 9%- será la prioridad pero no atendida con el mero asistencialismo, como o hemos visto hasta ahora, sino con recursos que aseguren superar ese Estado que le quita dignidad a las personas y garantiza el clientelismo denigrante de algunos caudillejos regionales. 

Ante la carencia de un líder que logre el reconocimiento es necesario el acuerdo más amplio de las organizaciones sociales para superar la larga decadencia en la que estamos sumidos. El cuello de botella de la falta de divisas, el gran déficit fiscal y los altos niveles de pobreza no soportan más parches.

Ello no viene solo, claro. Estamos con una sociedad asediada por la acción directa del crimen organizado, la corrupción pública y privada -la primera duele más-, las góndolas de los supermercados con precio que no paran de crecer, la falta de empleo, entre otros males que no sólo no tiene solución, sino que ni siquiera hay una idea para tratar de salir del abismo más profundo.

Estamos en los albores de un nuevo ciclo democrático, que en buena medida convoca a una moderada esperanza. Algunos sectores de la oposición parecen no poder resistir de la tentación de profundizar la división, llamada grieta, con la peregrina idea que la división les agiganta las posibilidades del triunfo electoral.

El oficialismo, es decir el peronismo, está en su laberinto, como otras tantas veces lo estuvo, pero parece que el panorama es distinto. Dividido en bastantes grupos, sectores y alianzas, es siempre un rival de temer; todo unido es invencible pero imposible que lleve a buen puerto una gestión. Pruebas al canto.

No falta mucho, apenas unos diez meses por lo que pasados estos días festivos y unos pocos de vacaciones, ya tendrían que estar los borradores de una estrategia con las consignas claras que se puedan ir ajustando de forma que al momento de que quién sea ungido al sillón de Rivadavia encarne el cambio político y lleve adelante la marcha para detener esta caída libre.

Una de las claves debería ser el trabajo en equipo en donde se complementen economistas, politólogos, especialistas en comercio internacional y hasta sociólogos, todos en sintonía fina y letra clara.

El trabajo y el consecuente triunfo de la selección nacional de fútbol marca un camino que la política democrática tiene que aprender.

Esa fuerza popular exhibe disponibilidad para conjugar ahora en el terreno de la política esfuerzo con talento; persistencia con originalidad; principios firmes con inspiración; creatividad con método; genio individual con coherencia colectiva.

El autor es rafaelino, radicado en la ciudad de Santa Fe. Abogado, profesor titular ordinario en la UNL, funcionario judicial, ensayista.

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