Legitimar el apriete

Por Joaquín Morales Solá

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Néstor Kirchner le agregó ayer una sorpresa más a la política argentina: las paritarias salariales se resuelven ahora en el despacho presidencial. Quebró otro precedente que viene de tiempos inmemoriales: el gobierno argentino no negociaba, al menos formalmente, con sectores que estaban aplicando medidas de fuerza. Es cierto que Hugo Moyano debió bajar considerablemente sus apetencias de aumentos salariales para el gremio de los camioneros. Su sindicato inundó de basura el Gran Buenos Aires, complicó el transporte de caudales y estaba poniendo en serio riesgo la provisión de bebidas reclamando un aumento del 28 por ciento. Se debió conformar con el 19 por ciento, casi diez puntos menos, cuando Kirchner se sentó delante de él. El 19 por ciento de aumento salarial figuraba en las perspectivas del Gobierno sólo para casos excepcionales. La meta que se había fijado rondaba el 16 o el 17 por ciento. Después de esos porcentajes, acechaba -decía el oficialismo- el riesgo de un brote inflacionario. Llama la atención, sin embargo, que la excepción haya sido el sindicato de Moyano, porque éste ha conseguido muchos aumentos de salarios a golpe de medidas de fuerzas, de boicots y de ocupaciones de plantas. Ahora bien, ¿qué les dirá el Gobierno a los otros gremios que llevan meses en complicadas negociaciones de paritarias en el Ministerio de Trabajo? ¿O, acaso, el Presidente llamará en cada caso a los dirigentes sindicales y a los empresarios para notificarlos del aumento salarial que deberán aplicar? Por lo pronto, el Gobierno tendrá que resignarse a que ayer subió la pauta de los aumentos. Moyano no es sólo el líder de los camioneros; es también el secretario general de la CGT. El porcentaje de aumento logrado por su gremio creará necesariamente un antecedente que tendrá un peso propio a la hora de decidir los aumentos de otros sindicatos.


Otro sesgo de la reunión de ayer que abre las puertas a la preocupación es el anuncio, también hecho por Moyano, de que el Gobierno contribuirá a la modernización de la flota del transporte. Los subsidios que recibe el transporte son uno de los aspectos más cuestionados de la actual gestión, porque son muchos millones de pesos que se van mensualmente por decisión de un reducido grupo de funcionarios. Fue más sorprendente aún que de la conferencia de prensa de Moyano haya participado también el secretario de Transporte, Ricardo Jaime, quizás el funcionario más discutido del equipo de Kirchner, precisamente porque es el que resuelve aquellos subsidios. Moyano ya había conseguido para su gremio, hace muy poco, un 10 por ciento del paquete accionario del ferrocarril Belgrano cargas, concesión que también se tramitó en la secretaría de Jaime. Un pretexto se evidenció ayer tal como fue: sólo un pretexto. En los días últimos, cuando arreciaron las medidas de fuerza de los camioneros, un alto funcionario del Gobierno lo llamó a Moyano para transmitirle la preocupación de Kirchner. “Yo no puedo controlarlo al pibe”, le respondió Moyano en alusión a su hijo, Pablo, que quedó a cargo del sindicato de los camioneros. No obstante, el padre, Hugo, sólo necesitó ayer de los camarógrafos para levantar las medidas de fuerza de su sindicato desde la TV, apostada en la Casa de Gobierno. Resultaba extraño que el dirigente que se merendó a “los Gordos”, la más experta estirpe política del sindicalismo, no pudiera disciplinar a su hijo. Y, por lo general, lo que parece extraño no es cierto. De paso, Kirchner se metió de lleno (¿queriendo o sin querer?) en la interna gremial. Para hoy está convocado el comité confederal de la CGT. Alrededor de un 40 por ciento de los gremios (entre ellos, algunos muy grandes) habían decidido darle la espalda a Moyano y vaciar la reunión. Los antiguos gordos y el barrionuevismo militaban, entre otros, en la política de dejar solo al líder de la CGT. ¿Se dejarán seducir ahora por la política presidencial de mantener el acercamiento con Moyano?


Un semblante no menos importante de lo que ocurrió ayer fue la legitimación por parte del Presidente de la política de Moyano de apretar y acosar. Dos empresas habían sido ocupadas sobre el fin de semana último y el transporte de otras mercancías (algunas decisivas para la sociedad, como las bebidas) estaba siendo boicoteado. Un basural colmaba ya la paciencia de los vecinos en el conurbano bonaerense. El Presidente llamó a Moyano, no obstante, sin reclamarle que cesara antes con sus medidas de fuerza. Esta escuela podría ser más nefasta todavía para la economía que aquella que aumentó el nivel de los porcentajes de aumentos salariales. Presidente y líder sindical han coincidido en sus discursos públicos, además, en que no son los trabajadores lo que influyen en la inflación; es una alusión directa a los empresarios, centro de la furia presidencial de los últimos tiempos. Es cierto lo que ellos dicen. Los trabajadores, por sí solos, no podrían disparar la inflación; pero son los dirigentes sindicales los que sí tienen una responsabilidad importante en el futuro comportamiento de los precios. El rezago salarial, que se arrastra desde la recesión y la hiperdevaluación, no se resolverá sin consecuencias de la noche a la mañana. Kirchner sabe que de un sutil equilibrio entre precios y salarios, para sus progresivas actualizaciones, depende el destino de la economía. Empresarios y sindicalistas deberían participar de esa estrategia, si es que hay una estrategia. ¿Por qué entonces Kirchner optó por el método expeditivo y rápido de Moyano? La simpatía política podría ser un argumento. Aquellas concesiones económicas también podrían significar una explicación. Pero la razón más poderosa es el temor presidencial. Y no hay nada que provoque más pavor en Kirchner que la amenaza de una huelga general y de una plaza opositora y detractora.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 6 de abril de 2006.

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