La vejez y la vida

En el momento del balance final es posible mirar con grandeza los errores y reconciliarse consigo mismo y con los otros.

Por Ana María Carelli

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Como llega la apacible dulzura de la tarde después de un ajetreado día de sol, así sobreviene en la vida de los hombres la tercera edad, una etapa diferente entretejida de bondad y ternura, de sosiego y sabiduría, de paciencia y verdad. Un tiempo en el que se es capaz de mirar hacia atrás con la profundidad que otorgan los años y el corazón dilatado por la entrega. Una hora en la que se manifiesta la verdad más profunda gestada en lo íntimo de cada uno y la autenticidad o la falsedad de la vida que se ha llevado. Aparece el ser humano satisfecho por los frutos cosechados a lo largo de tantos años de esfuerzo, y también el que se encuentra vacío y solitario. Y del mismo modo que en cada atardecer podemos contemplar satisfechos el día transcurrido, está también la posibilidad de que aparezcan el cansancio y la fatiga, y que hasta, incluso, una sensación de falta de sentido tiña toda la realidad.

La mirada puesta en el pasado

Si la vida del joven es como una flecha dirigida hacia el futuro, en las personas mayores la mirada se dirige más hacia el pasado. Es el momento del balance final en el cual es posible mirar con grandeza los errores cometidos y perdonarse a sí mismo las propias faltas. Es, pues, la ocasión de la gran reconciliación consigo mismo, con los otros y con la existencia, que ha sido dada como don. Y es asimismo la oportunidad para estar en una actitud más positiva a fin de escuchar la voz de Dios que habla al corazón, y para prepararse para el decisivo encuentro que sellará definitivamente la vida. Es por eso que en esta etapa hay una experiencia que cobra mayor realce y es la representación del final de la propia vida. Y depende del modo en que se haya vivido y de la manera que se entienda la muerte –como el paso a la vida auténtica o el acabamiento de todo-, que el último trecho de la existencia transcurra con expectación e intensidad, o con angustia y opresión.

Con valor propio

En “Las edades de la vida” asegura Romano Guardini que lo primero que hay que decir de esta etapa es que “sólo envejece como es debido quien acepta interiormente el envejecimiento”, ya que no es lo mismo aceptar que se está envejeciendo que padecer ese proceso porque no hay más remedio; y como lo más frecuente es lo segundo, sucede que la mayoría de las personas hacen lo posible por ocultar ese hecho inevitable. “La primera exigencia es, pues, aceptar la vejez. Cuando más honradamente ocurre eso, y cuanto más honda sea la comprensión de su sentido, y con más pura obediencia respecto a su verdad, tanto más auténtica y valiosa se hace esta fase de la vida”. Y la segunda exigencia, tan importante como la primera, es saber que “la vejez es vida”. La vejez –afirma el pensador- no consiste en el adormecimiento de las potencias, sino que es vida “de índole y valor propios… No es solo un cese y aniquilación, sino que lleva un sentido en sí”. Para comprender esto pensemos en el significado de expresiones como “fin” y “llevar a cabo”, que significan “llegar al acabamiento” y, a la vez, “dar cumplimiento”. Es por eso que la vejez no es la aniquilación, sino “el valor terminal de la vida”. Hay entonces dos maneras de entender la vejez, uno auténtico y otro inauténtico: “como extinción y hundimiento, o bien como cumplimiento, plenificación y realización de la última forma de la existencia.

Fuente: Cristo Hoy desde el 22 al 28 de noviembre de 2006.

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