La vacuna y un país en el peor de los mundos

Los vaivenes locales del jueves pasado, luego de que Putin anunciara que su vacuna no sirve para los mayores de 60 años, fueron propios de la estética del grotesco

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Por Joaquín Morales Solá.- En la Argentina, la vacuna contra el Covid-19 danza alrededor de las ideologías. El país es una de las diez naciones del mundo más afectadas por la pandemia. Más de 41.000 personas han muerto ya y se han infectado alrededor de un millón y medio de argentinos. “Todos los días se nos caen entre uno y dos aviones”, suele decir un reconocido infectólogo en alusión al número de muertos diarios por el coronavirus y a los que podría haber si los aviones se cayeran. El mundo está entrando en un espacio de cierta esperanza con las vacunaciones masivas que ya comenzaron en Estados Unidos y que se iniciarán en Europa en los próximos diez días, con la excepción de Gran Bretaña, donde ya empezaron.

La Argentina no tiene derecho a esa esperanza. El Gobierno se aferró a la vacuna rusa, que no es aplicable por ahora a los mayores de 60 años, y tiene la relación congelada con la farmacéutica norteamericana Pfizer, que produce junto con el laboratorio Moderna las vacunas más eficientes comprobadas hasta ahora. El gobierno de Alberto Fernández firmó un acuerdo con el prestigioso laboratorio británico AstraZeneca en sociedad con el empresario farmacéutico argentino Hugo Sigman. Las investigaciones se empantanaron por errores propios y por reacciones negativas en dos voluntarios, aunque todavía no se comprobó que fueron consecuencias de la vacuna. Lo cierto es que esa vacuna no estará en tiempos inminentes. El país quedó atrapado en el peor de los mundos.

El problema con la vacuna rusa no es ideológico. Podría ser una buena vacuna. Pero no hay pruebas de que sea buena o mala porque no se presentó para pedir autorización en el ente regulatorio de medicamentos de los Estados Unidos (la FDA) ni en el europeo (el EMA). Tampoco lo hará. El gobierno del autoritario Putin desprecia a esos destacados organismos de control sanitario. Sus primeros clientes son Venezuela, Irán, Irak, Paquistán y algunas antiguas repúblicas soviéticas. De alguna manera, la cuestión de la vacuna se refleja en el espejo de la política exterior que propicia Cristina Kirchner. La madrina de la vacuna rusa es Cristina. Ella estuvo al lado de Putin cuando este atravesaba su peor momento de aislamiento internacional; fue cuando el líder ruso despojó a Ucrania de la península de Crimea. “Crimea es de Rusia”, afirmó, tajante, la lideresa argentina. El mundo occidental había aislado a Putin por la decisión de usar la fuerza para conquistar nuevos territorios. Uno de los delfines preferidos de Cristina, el gobernador Axel Kicillof, fue quien le dio la patada inicial a la compra de la vacuna del régimen de Putin.

El inconveniente más importante de esa vacuna es que no es aplicable, por ahora, a las personas mayores de 60 años. El 73 por ciento de los más de 41.000 muertos argentinos por el Covid-19 tenían más de 60 años. Las 300.000 dosis de la vacuna rusa que llegarán serán simbólicas, por la escasez del número y porque cubrirán solo a las personas con menores riesgos. Fue el propio Putin el que hizo el anuncio de que la vacuna de su país no sirve para las personas de más de 60 años y, para abundar, dijo que él, de 68 años, no se la aplicará hasta que no esté autorizada para esa edad. Putin hace una sola conferencia de prensa anual al final de cada año. Al presidente argentino le tocó esa conferencia justo cuando él pregonaba que la vacuna rusa se aplicaría aquí antes de diciembre y “a las personas de más de 60 años”. Mala racha.

El propio Ministerio de Salud está dividido entre el ministro, el albertista Ginés González García, comprometido con su amigo Sigman y AstraZeneca, y la viceministra, Carla Vizzotti, una seguidora fiel de Cristina Kirchner. De hecho, Vizzotti viaja seguido a Moscú para inspeccionar la producción de la vacuna. ¿Qué verá? ¿Acaso, cómo manipulan los científicos rusos los líquidos y las probetas en los laboratorios sin saber qué cosas mezclan? ¿Sabe ella de dónde vendrá a la Argentina la vacuna rusa, que se hará en varios países amigos de Putin?

Los vaivenes locales del jueves, luego de que Putin anunciara que su vacuna no sirve para los mayores, fueron propios de la estética del grotesco. Habían hecho mal la traducción, dedujo el ministro de Salud de Buenos Aires, Daniel Gollán, que estuvo entre los primeros auspiciantes de la vacuna rusa. Le guste o no, la traducción estaba bien hecha. La vacuna rusa sí servirá para los mayores de 60 años, intentó Vizzotti corregir al propio Putin. Nadie le creyó a ella más que a Putin. Los vuelos programados a Moscú para trasladar las primeras vacunas se cancelarán, anunció primero el Gobierno. Después se desdijo: confirmó que esos vuelos se harán. Intentaban salir de un papelón y se metían en otro. El equipo de salud del Presidente hacía agua por todos lados.

Ese equipo lo dirige supuestamente el ministro González García, un médico que obtuvo hace mucho tiempo el diploma de sanitarista del peronismo. Se equivocó desde el principio con el coronavirus. Dijo, cuando la pandemia había comenzado en el mundo, que el virus se originó en China, “que está lejos”, y que su preocupación era el dengue y no el coronavirus. Él fue el autor de la discordia con Pfizer. Sucedió que, en el principio de los tiempos de la pandemia, la dirección local de ese laboratorio consiguió una audiencia con el Presidente sin pasar por el ministro. Durante la reunión, González García se enteró de que la farmacéutica le ofrecía a Alberto Fernández un contrato para la venta de su vacuna. El ministro estalló de furia. ¿Cómo habían llegado hasta el Presidente para ofrecerle, sin avisarle a él, un eventual contrato de compraventa de vacunas? Por ese entonces, el ministro estaba negociando el contrato, que finalmente se firmó, con su amigo Sigman y con AstraZeneca. Los infectólogos aceptan que la vacuna de AstraZeneca es una de las mejores, sobre todo por el precio barato que tendrá y por la baja temperatura que necesitará su conservación. Su problema es que licuó una dosis de las pruebas que hizo con voluntarios. No se sabe si fue un simple desvarío humano o si fue un error de traducción del inglés al italiano. Esas pruebas se estaban haciendo en Italia. También hay dos voluntarios de esta vacuna seriamente afectados en su salud, aunque, debe repetirse, no se comprobó todavía que fuera por efectos de la vacuna. Sea como fuere, lo cierto es que la autorización de esta vacuna se demoró en Europa y en los Estados Unidos por esos antecedentes.

El Gobierno hizo trascender que Pfizer exigió una ley de inmunidad (por eventuales consecuencias de la vacuna) y que el contrato debía firmarlo el Presidente y no el ministro de Salud. La primera exigencia, la de la inmunidad, es una posición de todos los laboratorios farmacéuticos y la ley ya se aprobó en el Congreso. No se pudo establecer si Pfizer pidió protecciones adicionales al gobierno argentino, pero la inmunidad se la dieron todos los países del mundo. Es una exigencia ciertamente arrogante que especula con la desesperación de los gobiernos para conseguir la vacuna en tiempos muy veloces. Nadie confirmó que, además, Pfizer haya reclamado la firma del Presidente. Si fuera así, estamos ante un claro ejemplo de desconfianza política.

La farmacéutica Pfizer vacunará en América Latina en México, Perú, Ecuador, Chile, Brasil, Costa Rica y Panamá. No en la Argentina, hasta ahora. Vacunará también en casi todos los países europeos. Gran Bretaña acaba de comenzar la vacunación con las personas de más de 90 años. Israel también comenzó vacunando con esa firma. El gobierno de Benjamin Netanyahu firmó una intención de compra con Rusia, ad referendum de la opinión determinante de sus científicos. Sin embargo, el primer ministro israelí se vacunó ayer con Pfizer, según informó el periodista Daniel Berliner. Moderna tiene un acuerdo con el ente sanitario autónomo de los Estados Unidos, que cofinanció la investigación. Puso 2000 millones de dólares con la condición de que los primeros 130 millones de dosis fueran para los Estados Unidos. La Argentina no puede ni pensar en esa vacuna hasta un tiempo largo. La vacuna rusa no puede ser aplicada a los mayores de 60 años hasta que sea autorizada para esa franja etaria.

Una vacuna eficiente y rápida era la gran apuesta política de Alberto Fernández. No la tendrá. Sus funcionarios jugaron al triunfo de una sola vacuna. Su equipo de salud está políticamente agotado. Es hora de que diga adiós. El combate entre la ideología y la ciencia terminará siempre con la derrota de la ideología. Y de la sociedad, víctima de la irresponsabilidad política.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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