“La situación coyuntural del país ayudó a decidirnos para emigrar”

Admitió Patricio Battauz en una entrevista. Es comerciante y escritor radicado en Rafaela hace muchos años, quien con su familia volverá a Italia, donde vivió casi 10 años.

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Por Emilio Grande (h.).- Lamentablemente, la actual crisis socioeconómica del país contribuye a que varios argentinos de distintas edades están decidiendo emigrar para buscar nuevos horizontes y proyectos personales y familiares en otros lugares del mundo. Es el caso de Patricio Battauz, comerciante y escritor radicado en Rafaela hace muchos años, quien con su familia volverá a Italia, donde vivió casi 10 años.

Nació en una escuela rural del departamento Nogoyá, provincia de Entre Ríos, viviendo hasta los 9 años. Luego fue enviado junto a sus hermanos a estudiar como pupilo en el colegio “Stella Maris” de la congregación del Verbo Divino, cerca de la Aldea Valle María, y la escuela secundaria en la ciudad de Esperanza. Estudió Profesorado de Letras sin llegar a graduarse. Después decidió emprender un viaje de aventuras por Latinoamérica. Al regresar intentó varios oficios, pero debido a las crisis económicas y aspiraciones personales emigró hacia Europa, primero en Cambridge (Reino Unido) y se radicó en Italia con su familia por alrededor de una década. En 2011 volvió a la Argentina y se radicó en nuestra ciudad, instalándose con un comercio. Después empezó su actividad de escritor, publicando su primer libro “Mapiá: un infinito instante de felicidad” en 2021, se incorporó a ERA (Escritores Rafaelinos Asociados), participando de un taller literario; también incursionó en la pintura con acrílicos.

El libro que publicó en 2021.

-¿Cuáles fueron las causas y motivaciones para que se vuelvan a vivir a Italia?

-Nos gusta pensar que esta no es una partida como tradicionalmente se suele percibir. El mundo está cada vez más interconectado y preferimos pensar que estamos aquí y allí al mismo tiempo. Lo que más nos separa ahora son los husos horarios, es decir sólo tenemos que estar atentos a no llamar a las 4 de la mañana porque en realidad estamos a un clic en la PC o a una llamada de WhatsApp. Mucha gente lo toma dramáticamente, pero hoy por hoy el mundo es mucho más chico de lo que era 20, 30 o 50 años atrás. Cuando hicimos con mi mujer Mariela Rocchiccioli el primer viaje a Europa en el 96, la gente nos miraba con cierta admiración. Era rarísimo y una tía mía de buena posición económica, comentó una vez con cierto disgusto, “ahora cualquiera va a Europa”.

Patricio Battauz con su esposa Mariela Rocchiccioli.

Los esfuerzos para viajar ahora son muchos menores que los que hacía la gente hace algunas décadas, pero aquel no era solo un esfuerzo económico, había que superar muchas barreras mentales y resistencia social. Ahora la mentalidad ha cambiado y los medios también. Los chicos se internacionalizan mucho más fácilmente y quién más quién menos tiene algún conocido afuera, que como mínimo ha contado historias de cómo es “allá”. Y ese “allá” puede significar EE.UU., Australia, Nueva Zelanda, Italia, España, Canadá, Brasil en menor medida porque nos parecemos bastante, incluso Chile. La gente busca nuevos destinos por las más diversas motivaciones.

Lo clásico es que uno se vaya por razones de trabajo para avanzar en la propia carrera, porque ya lo hace en una multinacional que lo traslada a otro país con un ascenso. Era más común ver gente que emigraba a partir de un posgrado o invitado por alguna universidad y, luego dado el nivel y la confianza ganada, por una oferta de trabajo. Por este motivo, uno se hacía la idea de que migrar implicaba tener una carrera brillante; eso se sigue dando, pero de a poco comienza a ser masiva la otra migración, trabajar de cualquier cosa, independientemente de las calificaciones que uno pueda tener y de a poco ir ajustando la puntería e ir escalando posiciones. Sin dudas que la primera es la mejor alternativa, pero la otra no es tan mala. En temas de migración la carta vencedora será siempre la capacidad de adaptación. Pues uno podrá ser un excelente profesional, pero si no se adapta a las circunstancias y exigencias de otra cultura se terminará volviendo a corto plazo.

Las motivaciones: mejorar nuestros ingresos, garantizar la educación de mi hija más chica, hacernos cargo de la vivienda que dejamos allá y que todavía no terminamos de pagar, viajar con mayor frecuencia, cumplir con algunos sueños, por ejemplo publicar más libros y tratar de conquistar nuevos públicos y seguir con la aventura de vivir intensamente.

-¿Influyeron la situación económica y social de la Argentina?

-La situación coyuntural de la Argentina nos ha ayudado a decidirnos. La Argentina siempre tuvo un enorme potencial y lo seguirá teniendo; nos falta sólo madurar como pueblo, somos muy ciclotímicos, incluso a veces caemos en el trastorno bipolar. A veces estamos exultantes por un resultado deportivo, un buen momento económico, por una elección o por la reconquista de las Malvinas. O el otro extremo, caemos en la depresión más profunda porque hubo un golpe de hiperinflación, salimos segundos en una competencia o perdimos la guerra. Ni una cosa ni la otra. Es cuestión de trabajo diario, constancia, conducta, madurez. El peor enemigo no es el Reino Unido, no es el imperialismo yanqui, no son los europeos colonialistas que hace quinientos años nos vinieron a conquistar; el enemigo está en casa y no es un país ni una persona, es el resentimiento, la falta de confianza en nosotros mismos, la pereza, la división. Es la inmadurez, el pensamiento mágico, que sugiere que va a venir un salvador y va a poner todo en orden de un plumazo con decretos o con gritos, o con mano dura, pero no es así, el pensamiento mágico sólo es bueno para la literatura. Bastaría el cumplimiento de las leyes que ya existen y algunas pequeñas correcciones de sistema. Por supuesto que hay que combatir las mafias, el narcotráfico, los privilegios. Pero de a poco, con planes estudiados, corrigiendo el rumbo, así se puede ir mejorando. No creo que sólo se haya empeorado, en algunas cosas, aunque cueste verlas, hemos ido mejorando seguramente.

Otra motivación aparte del propio impulso personal es la escasez de ingresos, no porque no trabajemos, sino porque lo que ingresa es escaso y lo que mucha gente no entiende, o no quiere entender, es que cuando se emite tanto dinero y la inflación se va a las nubes, indefectiblemente nos volvemos todos más pobres. El caso de Venezuela es clarísimo. Es imposible no medir los ingresos en dólares o en otra divisa estable, no hacerlo sería tan absurdo como intentar vivir con el sistema del trueque. Vivimos en un mundo totalmente globalizado desde hace tiempo. Si la tendencia inflacionaria sigue, el poder adquisitivo se seguirá deteriorando a lo largo del tiempo. Estamos ya en el último escalón del tobogán y a punto de lanzarnos por la pendiente que nos hará llegar en una sola resbalada a Venezuela o Cuba. Sin embargo, creo que estamos todavía a tiempo de bajar de la escalera y tomar otra ruta. No quiero estigmatizar a los países que mencioné porque también esos pueblos siguen teniendo la chance de cambiar. La desazón es generalizada y mucha gente es la que se ha ido, y mucha la que se quisiera ir, pero irse físicamente no significa irse del todo ni definitivamente. A veces uno va y vuelve más enriquecido, con más y mejores experiencias y aprendizajes para aportar a la sociedad. Muchos países han padecido la diáspora de sus hijos, pero esos hijos al regresar han aportado valores para la reconstrucción o el mejoramiento. El camino es en las dos direcciones, ida y vuelta.  

-Como familia vivieron 10 años en la península y luego retornaron a la Argentina, ¿por qué no se quedaron y cuáles fueron las expectativas en aquel momento?

-La primera motivación es porque cuando uno se va a una cierta altura de su vida, nunca dejará de ser de aquí. En mi caso me fui después de los 35 y mi esposa, aunque es más joven, ya era la madre de los dos hijos mayores. Cuando lo supieron, la gente cercana, los amigos de allá y los vecinos se sorprendían ante la novedad, porque lo normal es que la gente se vuelva a su país de origen antes de terminar de adaptarse, es decir hasta el tercer año como máximo, pero después de casi diez años habiendo accedido a la vivienda propia y un montón de beneficios es raro que la gente tome esta decisión. Quizá el exceso de bienestar nos hizo hacer una lectura errónea de la realidad y creer que ese bienestar no se iba a perder jamás en ninguna parte del mundo, pero la realidad es muy cambiante y la percepción que tengamos de ella más elástica y maleable según lo que queramos ver. Nos sentíamos muy fuertes y habíamos idealizado la patria de algún modo, uno creía que volvería al mismo lugar que había dejado, pero no. Todo va cambiando. El sentido de pertenencia es muy fuerte y el hecho de que los chicos crezcan cerca de los familiares y conozcan sus raíces fue una motivación determinante.

-¿Vuelven al mismo lugar de entonces?

-En el caso nuestro es más fácil irnos en esta segunda oportunidad porque ya nos habíamos ido en 2002. En ese momento tuvimos que empezar desde cero. Pasamos exitosos todas las pruebas, aprendimos bien el idioma, superamos los momentos de nostalgia, soledad, nos integramos bastante y apoyamos mucho en otros argentinos que estaban en las mismas condiciones que nosotros. Pasamos por muchos trabajos, conocimos muchos lugares, compramos nuestra vivienda después de mucho trabajar y buscar. Superamos todas las pruebas burocráticas, aprendimos a manejarnos por las calles de la ciudad donde vivíamos, el sistema, donde hacer las compras, cómo pagar los impuestos, los usos y costumbres. Pasamos los momentos de enajenación, aquellos en los que uno no sabe muy bien a qué bando pertenecer y al final uno se da cuenta de que no es cuestión de elegir un bando, sino más bien de ampliar la capacidad de pertenencia, pertenezco a la Argentina y pertenezco también un poco a Italia, así como también un poco a todo el mundo, pero no solo por los lazos familiares sino también porque Italia, así como lo había hecho Argentina en su momento con tantos inmigrantes, nos abrió las puertas y nos recibió. Tuvimos que adaptarnos a los valores de esa sociedad, un poco ya los teníamos por herencia de nuestras familias, pero si hacemos cuentas, ya han pasado 150 o 160 años desde la venida de nuestros antepasados. Algunas cosas pasaron y cambiaron a partir de allí, sin embargo las raíces están. Vamos a la misma región, ciudad y casa. Es nuestra casa y queremos terminar de pagarla. La ciudad a la que vamos fue nombrada en varios períodos como la de mejor calidad de vida de Italia, según los parámetros de nivel socio-económico, espacios verdes, calidad del aire y del agua, infraestructura, salud, seguridad. La ciudad es capital de la provincia y tiene el mismo nombre: Pordenone, es una de las cuatro provincias de la región del Friuli Venezia Giulia: https://www.mediastudio.it/pordenone-la-citta-italiana-dove-si-vive-meglio

-¿Cuáles son los proyectos laborales a emprender en Italia?

-Todavía no lo hemos decidido. En nuestro caso, simplemente es como volver a casa, una segunda casa. Tenemos amigos, conocidos, conocemos el sistema, el idioma y tenemos resuelto el tema de la vivienda, lo único que deberíamos procurarnos es cualquier trabajo por humilde que sea para volver a empezar. No es así para todos, pero en el caso de muchos en compensación cuentan con la juventud que es un atributo irreemplazable. Tenemos conocidos y varios de ellos son dueños de empresas que nos pueden ayudar o recomendar, aunque todavía no sabemos si trabajaremos como empleados o nos lanzaremos a emprender una vez más. Confiamos en que algo vamos a hacer.

-¿Qué destino tendrá el negocio “Más que papeles” en la esquina de Lehmann y Sarmiento?

-Encontramos un matrimonio de emprendedores con mucho empuje que le va a dar un nuevo impulso a la actividad que veníamos gestionando y estamos muy contentos porque tendremos unos reemplazantes que seguramente superarán las expectativas de nuestros clientes y de la comunidad. Son jóvenes muy calificados, con muchas ganas, proyectos y sueños; por eso creo que no podíamos haber encontrado mejores sucesores.

-¿De los 5 integrantes de la familia se queda uno?

-Nos vamos 4, se queda uno de mis hijos que tiene sus propios proyectos y está más apegado a la cultura argentina y sus amistades. Toda decisión tiene sus costos y beneficios. La familia dejará de algún modo su zona de confort, incluso el que se queda. Nada será como era antes, pero los cambios enriquecen y dan una energía extra a la vida.

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