La revolución más profunda de la historia humana

Se trata de la homilía pronunciada por el Obispo de Rafaela, Mons. Carlos María Franzini, en la solemne misa de acción de gracias celebrada en la iglesia Catedral el 25 de mayo de 2008.

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Queridos hermanos:

Coincidiendo este día patrio con la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo -más conocida como la fiesta del “Corpus”- he propuesto a las autoridades municipales celebrar la Acción de Gracias por excelencia, que es la Santa Misa en lugar del tradicional Te Deum. Iluminados por la Palabra de Dios que se nos ha proclamado damos gracias Dios por este nuevo aniversario de la Revolución de Mayo y encontramos en la Eucaristía fuerza y alimento para caminar decididamente hacia una Patria más justa, libre y fraterna.

Al celebrar esta fiesta el jueves pasado con los fieles de Roma el Papa Benedicto decía: “… alrededor de la Eucaristía…, se constituía la comunidad, única, pues uno era el Cáliz bendecido y uno era el Pan partido, como hemos escuchado en las palabras del apóstol Pablo en la segunda lectura. Pasa por la mente otra famosa expresión de Pablo: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28). “¡Todos ustedes son uno!”. En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas.

La celebración de la eucaristía habla de la vocación a la unidad. Por ello ayer en la celebración diocesana del Corpus les decía a los fieles reunidos en este mismo lugar: “…tenemos que redescubrir este carácter genuinamente revolucionario de la Eucaristía!: convocar y hacer la unidad; ser signo e instrumento del profundo anhelo de unidad que radica en el corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad…” Redescubrimiento tanto más necesario cuando en nuestros días se reiteran y profundizan desencuentros, enfrentamientos y rencores que lastiman los más profundos y genuinos vínculos que deben existir entre los hijos de una misma tierra.

En nuestra última Asamblea Plenaria los obispos argentinos peregrinamos a Luján para pedirle a la Virgen que nos ayude a los argentinos a valorar y construir con empeño perseverante la amistad social entre todos los habitantes de nuestra Patria. Pero la amistad social no es sólo don que pedimos sino también tarea que nos compromete a todos, de manera especialísima a quienes tenemos mayores responsabilidades sociales y políticas.

De cara al Bicentenario que nos estamos preparando para celebrar deberíamos todos hacer un renovado compromiso de desterrar de nuestra diaria convivencia toda forma de violencia, intolerancia, atropello, descalificación. En estos casi doscientos años de historia nacional constatamos con dolor el daño que nos ha hecho esta tendencia constante a la mutua enemistad y los recelos entre grupos, sectores, intereses e ideologías. Nos merecemos, por nosotros y por nuestro futuro, el intento de recomponer vínculos, en el aprecio, la estima y la búsqueda genuina del bien común. A los cristianos católicos, la eucaristía nos dará la fuerza y la perseverancia necesarias para este empeño.

Pero será imposible avanzar en la amistad social sin una herramienta indispensable de toda convivencia auténticamente humana: el diálogo. Por ello los obispos también pedimos en nuestra peregrinación que la Virgen nos ayude a favorecer y cultivar la disposición al diálogo genuino en la verdad y el respeto entre personas y sectores. Porque no se trata de cualquier diálogo; sólo el diálogo veraz y transparente, sin segundas intenciones o actitudes dilatorias, convencidos de que juntos y complementándonos seremos más capaces de arribar a soluciones satisfactorias para todos o para la mayoría. El diálogo no es componenda, mera negociación, ni mucho menos debilidad o pérdida. Quien dialoga genuinamente es fuerte y respetuoso, humilde y disponible, auténticamente sabio. Quien se niega a dialogar de verdad es débil y prepotente, mezquino y falaz.

La eucaristía que celebramos nos enseña a reconocernos como hermanos y a crecer en nuestra capacidad de diálogo y encuentro. Porque somos conscientes que esta manera de entender el diálogo es ante todo don de Dios pedimos al Señor en la “Oración por la Patria” que nos enseñe la “sabiduría del diálogo”. Pero al mismo tiempo necesitamos ejercitarnos todos los días en este hábito indispensable de toda convivencia humana.

La amistad social y el diálogo que pedimos al Señor necesariamente nos llevarán a afianzar las instituciones de la democracia. Sin respeto de la ley y de las instituciones la vida social se vuelve anárquica y la convivencia degrada en competencia. Por ello si queremos ser Nación, necesitamos recuperar de verdad -y no en los discursos- el pleno y eficiente funcionamiento de las instituciones democráticas de la República, como también lo pedimos los obispos en nuestra peregrinación a Luján. Todos y cada uno somos responsables, obviamente con distintos niveles de responsabilidad, del funcionamiento real y transparente de las instituciones. Desde el cumplimiento de las elementales normas de tránsito hasta el escrupuloso respeto de la división de poderes y del sistema federal de gobierno que establece la Constitución Nacional. Acá se juega la calidad de nuestra vida ciudadana, el valor de nuestra democracia, la dignidad de todos –sobretodo de los más débiles-, el verdadero progreso de la Nación.

La eucaristía provoca, al decir del Papa, la “revolución más profunda de la historia humana”. Convencidos y animados por esta verdad, celebramos con fe y esperanza este misa de acción de gracias en un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, comprometiendo cada uno lo mejor de sí mismo en favor del bien común.

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