La prisión del pasado

Que lo que en el pasado se resolvió como una tragedia, hoy toma la apariencia de una farsa que la voluntad presidencial, asistida por el voto popular, podría convertir en una comedia con un desenlace feliz.

Por Beatriz Sarlo (Buenos Aires)

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En estos días, no una sola sino dos veces, Cristina Fernández de Kirchner citó El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte , de Carlos Marx. Por supuesto, no pronunció ese nombre ni mencionó el título, pero la cita venía de allí. Es curioso, pero esas palabras deben contarse entre las más citadas de Marx y las que, casi siempre, se citan equivocadamente, como si no se las hubiera entendido. En ese famoso comienzo, Marx dice: “Hegel señaló en alguna parte que todos los grandes acontecimientos y personajes de la historia universal aparecen, de algún modo, dos veces. Olvidó agregar: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa”. Por si no quedara claro, dos líneas más abajo Marx define la segunda aparición como una “caricatura” de la primera.

La presidenta no es la única que cita mal el Dieciocho Brumario . He escuchado esa misma equivocación en argumentos expuestos por intelectuales que tienen la costumbre de recordar bien los textos que mencionan. Por lo tanto, más que un señalamiento del error habría que ver por qué sucede con una frecuencia tan demoledora de lo que Marx estaba diciendo.

Hombre del siglo XIX y lector de Shakespeare, para Marx como para sus contemporáneos cultos la comedia era una representación ligera y al mismo tiempo crítica de la vida, que se definía, de modo obligatorio, por el final feliz. Si bien algunas comedias de Shakespeare pueden ser sombrías y no todas las comedias son igualmente ligeras, es obligatorio el desenlace donde los malos reciben su merecido y los buenos o los inocentes, su recompensa. El fin de la comedia es la reconciliación. En consecuencia, difícilmente Marx podría nunca completar a Hegel afirmando que la repetición de la tragedia histórica se da bajo la forma de comedia. No era esa su filosofía. La repetición de la historia, afirma Marx, sucede como farsa: una versión paródica, distorsionada y grotesca que no está obligada a un final feliz que lleve de nuevo la armonía a un mundo desquiciado. En la farsa todos los personajes son máscaras exageradas o violentas; esto no sucede en las comedias que Marx conocía.

La farsa no es cómica, en un sentido clásico, sino algo más y algo menos. Es caricaturesca. Estas distinciones no son las del teatro del siglo XX, pero Marx no era un hombre del siglo XX y, por lo tanto, había cosas que estaban completamente fuera de su alcance (en el futuro, por ejemplo). Marx quiso decir que, en la repetición, los personajes de la farsa representaban de modo exagerado y grotesco algo que ya había sucedido de modo “noble”, es decir trágico, en el pasado.

Pero entonces ¿qué quiso decir la presidenta? Si algo quiso decir con la cita repetida dos veces en menos de veinticuatro horas es que los personajes actuales carecen de grandeza trágica (el género noble por excelencia). Sin embargo, esta interpretación implica aceptar que los antagonistas del pasado la tuvieron: es decir que los militares y civiles golpistas de 1930 o de 1976 eran más “grandes” y más “trágicos” que los jefes rurales. O, de modo más simple, que lo sucedido en 1976 fue una tragedia (en el sentido no literario del término). O, finalmente, que lo que en el pasado se resolvió como una tragedia, hoy toma la apariencia de una farsa que la voluntad presidencial, asistida por el voto popular, podría convertir en una comedia con un desenlace feliz.

¿Vale la pena razonar esto frente a la cita del texto de Marx? Se podría pensar que es inútil, que son cosas que se dicen en la tribuna, para elevar un discurso con remisiones culturales prestigiosas que, antes que significar nada, decoran al orador que las intercala.

Sin embargo, el error marca también, de modo subterráneo, una filosofía de la historia, para darle algún nombre, que es optimista: lo que la primera vez terminó mal (la tragedia) puede terminar bien (como una comedia), aunque su estilo sea el grotesco de la farsa. Quien puede llevar a la historia por este camino es el líder elegido democráticamente; los personajes de la comedia son aquellos que serán derrotados y el pueblo que se beneficiará con esa derrota. Esta versión optimista de la historia coincide, sin saberlo, con la idea de Néstor Kirchner de que la Argentina, que estuvo en el infierno, ha pasado al purgatorio, el mismo camino que realizó Dante antes de llegar al paraíso en una obra que no casualmente se llamó la Divina Comedia .

Sin embargo, lo dicho no es suficiente para entender por qué la presidenta repitió una frase de Marx. En el párrafo que sigue al citado, Marx expone las claves del obsesivo recurso a la historia. Allí afirma: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos parecen dedicados a transformarse y a cambiar las cosas, a crear algo nuevo, precisamente en épocas de crisis revolucionaria, invocan temerosos los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus trajes, para representar la nueva escena de la historia universal con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado”.

Evocaciones

Probablemente, Cristina Fernández de Kirchner no haya recordado estas líneas del Dieciocho Brumario que podrían aplicársele: precisamente cuando los hombres creen estar en el centro de un proceso innovador, los espíritus del pasado son llamados a escena con sus consignas de guerra. Las oposiciones que la presidenta dibujó en sus dos discursos evocan esos espíritus que aparecen porque han sido convocados, aunque se sepa que no representan las contradicciones sociales y económicas que hoy definen el conflicto. La conversión de los dirigentes rurales en cabecera de un golpe de estado evoca la historia. La acusación de que quienes están movilizados desaprueban la política de derechos humanos es una maniobra discursiva que ennoblece al gobierno aunque no sirva para explicar la pluralidad ideológica que va desde la Federación Agraria a la Sociedad Rural. La historia se apodera del cerebro de los vivos convirtiéndose no en una referencia entre otras para hablar sobre el presente sino en su clave de interpretación.

Otros dirigentes, que recorrieron un camino por lo menos tan largo como el de los Kirchner, se privan de hacer esas incursiones por el pasado, y no lo usan para consolidar las decisiones que toman en el presente. Lula no repite el relato de las tres décadas en las que avanzó desde obrero metalúrgico a dirigente sindical, y de allí a fundador, con muchos otros, del PT. Su pasado es conocido pero él no siente la necesidad de evocarlo para fundar cada medida de gobierno. Tampoco Ricardo Lagos recordaba su exilio y su lucha contra Pinochet como rezo propiciatorio de cada toma de decisiones. Ambos tienen un pasado rico en aventuras políticas, pero confían en sus actos presentes para avalar su autoridad. En el comienzo de su discurso en la Plaza de Mayo, la Presidenta, como si fuera una solicitante, esgrimió su currículum vitae de militante peronista. Esa exhibición de méritos le pareció necesaria. Hasta hace poco tiempo, incluso la expresión “partido peronista” no figuraba mucho en sus discursos; prefería circunloquios y perífrasis.

Pero la vuelta al partido justicialista encabezado por Néstor Kirchner también es una vuelta a los ritos. Hay cambios, por supuesto. La Plaza de Mayo ha dejado de ser la “plaza de los peronistas” para convertirse, por la acción de las Madres, en la “plaza de todos los argentinos”. Se trata, en este caso, de la otra fuente de legitimidad que la presidenta considera necesaria. Por eso, las Abuelas están sentadas en todos los actos del Salón Blanco de la Casa de Gobierno, en una especie de friso de la memoria que, a menudo, no tiene nada que ver con los discursos que allí se escuchan. Están para probar que lo mejor del pasado acompaña a los Kirchner. Es raro que una pareja política como la de la presidenta y su marido, en tantos aspectos innovadora, experimente esta compulsión que otros dirigentes, en otros países, no experimentan. Imagínense lo que podría haber contado, durante la transición española, el dirigente comunista Santiago Carrillo sobre sus cuarenta años de militante antifranquista. De haber hablado con la misma profusión narrativa que la presidenta, no hubiera quedado tiempo para otras cosas. Imagínense a Felipe González evocando la larga marcha del PSOE. Da para volúmenes enteros.

La historia se repite, ha dicho la presidenta. En realidad, la historia no se repite nunca. Son los hombres y mujeres los que creen descubrir en el presente a los fantasmas que ellos mismos han convocado. El golpe de estado de 1976 no repitió el de Onganía (sobre el que el propio Perón suspendió durante meses un juicio negativo, aconsejando “desensillar hasta que aclare”). La elección de Cristina Kirchner por su marido no repite la de Isabel Martínez por Perón. Kirchner no es López Rega, tampoco es Perón. Marx dijo que las crisis cavan como un viejo topo y los resultados saltan a la superficie en lugares inesperados. La historia no es un borrador del futuro.

Fuente: suplemento Enfoques en el diario La Nación, 22 de junio de 2008.

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