La negativa argentina a enviar fuerzas: una decisión que aísla al país

El rechazo contradice el discurso oficial en materia de política internacional, que siempre proclamó –con razón– la necesidad de que el Consejo de Seguridad asumiera la responsabilidad de la paz o la guerra en el mundo.

Por Joaquín Morales Solá

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­La decisión del Gobierno, inmediata y tajante, de rechazar el pedido del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que militares argentinos integraran las tropas de paz en el Líbano está marcando cierto desorden intelectual en la administración de la política exterior.

El rechazo contradice el discurso oficial en materia de política internacional, que siempre proclamó –con razón– la necesidad de que el Consejo de Seguridad asumiera la responsabilidad de la paz o la guerra en el mundo.

La mayor objeción a la guerra de Irak –de parte del presidente Néstor Kirchner y de muchos gobiernos democráticos del mundo– fue, precisamente, que se había eludido al Consejo de Seguridad porque los Estados Unidos no contaban allí con la mayoría necesaria para imponer la invasión aunque fuera moralmente (siempre hubiera existido la objeción de algunos de los cinco países con derecho a veto).

En primer lugar, lo que el Consejo de Seguridad reclamó ahora es un contingente de tropas de paz de 15.000 efectivos para que se una al ejército del Líbano, que cuenta con otros 15.000 soldados. Los 30.000 efectivos se desplegarían en el sur del Líbano, en la zona que ocupó Israel en el último mes de conflicto.

La primera versión que circuló en medios oficiales argentinos es que los Estados Unidos habían presionado a Kirchner por la participación argentina en esas fuerzas militares de paz. Fuentes en Washington subrayaron que tal reclamo no existió nunca y que diplomáticos de Bush no pidieron nada, aunque sí preguntaron qué haría la Argentina.

Preguntar y presionar no significan lo mismo en el sutil idioma de la diplomacia. En rigor, los Estados Unidos ni siquiera enviarán tropas propias al Líbano, porque tienen demasiados efectivos comprometidos en Irak y en Afganistán.

Es Europa el continente donde está la mayor preocupación por la integración rápida de esas tropas de paz. Francia es el país coautor de la resolución del Consejo de Seguridad y un general francés está a cargo de la formación de las tropas de paz. El primer país europeo que comprometió sus tropas en el Líbano, luego de Francia, fue España.

Kirchner viene señalando que a la recomposición de los lazos con Europa la está construyendo a través de Francia y de España. Francia tiene una especial relación histórica con el Líbano y los europeos están ansiosos por demostrar que en el Líbano puede tener éxito una política multipolar y de consensos, muy distinta de la que Washington implementó en Irak.

De hecho, el responsable de la política exterior de la Unión Europea, el socialista español Javier Solana, señaló públicamente que no sería un buen mensaje al mundo que sólo Europa integrara esas tropas de paz (como podría suceder) y reclamó la presencia de los países latinoamericanos.

Otro argumento que se exhibió en Buenos Aires para el rechazo argentino al pedido del Consejo de Seguridad (que hizo personalmente Kofi Annan y no Bush) fue que se había coordinado la respuesta con Brasil.

Brasil, hay que señalarlo, fue más elegante cuando dio su negativa: dijo que sus tropas estaban muy ocupadas en preservar la paz en Haití. Lo que no se tuvo en cuenta, sin embargo, es que Brasil tiene una experiencia mucho menor que la Argentina en la conformación de tropas de paz en el mundo.

En verdad, esas tareas de contribución a la paz mundial tuvieron su liderazgo latinoamericano en la Argentina y fueron el resultado de una estrategia del general Martín Balza cuando era jefe del Ejército. Balza es actualmente embajador de Kirchner en Colombia. No obstante, ese liderazgo comenzó a perderse tras la llegada de Kirchner a la presidencia. Brasil consiguió, por ejemplo, el comando de las tropas de paz en Haití, que le hubiera correspondido a la Argentina por experiencia y trayectoria.

Otra razón que se invocó en Buenos Aires es que el Líbano es una zona aún caliente, que no se conoce la suerte de este intento de pacificación de las Naciones Unidas y que, por lo tanto, podría regresar la guerra a Medio Oriente con serios riesgos de vida para las tropas de paz.

Una cuestión de coherencia

Tal argumento puede parecer razonable, pero requería, al menos, que el gobierno argentino reclamara precisiones sobre las condiciones en las que trabajarían las tropas de paz. Es lo que ha hecho el gobierno italiano de Romano Prodi: aceptó la propuesta de Annan, pero pidió que le especificaran las responsabilidades de las tropas italianas. Prodi es el mismo líder italiano que prometió retirar las tropas de su país de Irak. Hay en él una coherencia entre lo que critica y lo que propone, de la que carece el gobierno argentino.

El último argumento es el menos sustentable: la Argentina, dijeron, ya sufrió los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA por haber participado de la guerra del Golfo en tiempos de Menem.

Aquella guerra de los años 90, la primera contra Saddam Hussein, fue una acción violenta de represión porque el dictador iraquí había ocupado un país. En el caso actual del Líbano se trata de una misión de paz que se unirá a un ejército árabe.

Hay un enorme contraste entre ambas situaciones. No se podría explicar, por otro lado, que la acción criminal de los terroristas que volaron la embajada israelí y la mutual judía terminara dirigiendo la política exterior argentina, aunque sólo fuere por la vía de su parálisis. Estas decisiones son las que colocan al país dentro o fuera del mundo.

Obsesionado por sus conquistas internas (y temeroso de ser criticado por sectores ideológicos que el Presidente frecuenta), Kirchner prefirió la solución más rápida: decirle que no a Kofi Annan y dejar que el mundo resuelva sus problemas.

El mundo es demasiado complicado para la Argentina de Kirchner.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 18 de agosto de 2006.

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