La Navidad que yo deseo

¿Cómo podemos, entonces, celebrar estas fiestas cristianas bajo la sombra de tantas amenazas a la concordia, cuando además se ha perdido la autenticidad de los valores?

Por Víctor Corcoba Herrero (España)

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Frente a un mundo que arde en la hipocresía de los deseos, mientras una legión de seres humanos se desespera en el vacío más profundo, se me ocurre proponer el recogimiento interior para estas fiestas, en el que la apariencia suele mandar y el ruido impera como el falso color de los abrazos. Por desgracia, suele quedar atrás la auténtica tradición que unía a las familias, bajo los signos verdaderos de la Navidad. La razón de ser de estas fiestas, salvo excepciones, son más bien un sucedáneo. Las hemos convertido en un desorbitado festín, donde el consumo no tiene límites mientras la tarjeta de crédito resista nuestro derroche. Todo lo contrario al anuncio de ese humilde portal de Belén que celebramos, donde en el silencio y en la oscuridad de la noche, se crece una misteriosa luz que envuelve a los pueblos de gozo. Y es que Dios vino a habitar entre nosotros, de manera sencilla y sentida.

Pues sí, se acercó a nosotros y resulta que los suyos no le quisieron recibir. Han pasado los siglos, seguimos celebrando la Navidad aunque sea descafeinada, y, la voz de los sin voz, tampoco suele ser acogida. Ahí está el llamamiento moral de los que todavía no tienen techo y viven en la marginalidad. La soberbia humana impide que se enraíce el amor a los cimientos de la vida, porque siempre pone en lo alto el interés y en los caminos la teja de la mentira. ¿Cómo podemos, entonces, celebrar estas fiestas cristianas bajo la sombra de tantas amenazas a la concordia, cuando además se ha perdido la autenticidad de los valores? Pienso que, quizás por ello, nuestra felicitación navideña se hace más inevitable e indispensable. Hay que plantearse, desde luego, que la Navidad vuelva a ser lo que fue y, si es posible, que lo sea durante todo el año.

La Navidad que yo deseo se escribe con mayúsculas, como ese Niño grande que nos nace por dentro y nos hace pequeños, porque diminuto es el corazón humano ante la inmensidad del orbe. A veces cuesta interrogarse y hallar respuesta. ¿Por qué la familia humana da la espalda a ese Niño, que es puro corazón, y entra en guerra con él? La unión de los corazones es la gran necesidad del hombre actual. No es posible, porque reina la inhumana cultura como doctrina transmitida por injustos poderes y gobiernan falsos y farsantes cultivos, acosando y ahogando libres pensamientos. Divide y vencerás. Nunca mejor dicho para ignorarse, odiarse y combatir. A la especie humana le falta unidad en los principios, verdad en las ideas, en las concepciones de la existencia y de la vida, y le sobra arrogantes que se creen dioses. En el portal de Belén, también el Niño se deja conquistar por el humilde y rechaza la arrogancia del orgulloso.

Yo deseo que esta Navidad sea la del amor sin condiciones ni condicionantes, ocasión propicia para renovar tantas poéticas olvidadas, para adquirir el compromiso de fortalecer los lazos fraternales, para superar los conflictos familiares, para perdonar de corazón a quienes nos han ofendido y reconciliarnos, para volver al Amor primero que tan gozosamente han injertado los poetas de todos los tiempos al mundo. “Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal” –dijo Teresa de Calcuta, misionera del verso y santa en el cultivo-. Téngase en cuenta que amar es sobre todo comprender. Entendernos y entender que el Niño nació, dice San Agustín, en la época del año en que los días comienzan ya a crecer de inmediato, porque venía a iluminarnos; nació en el invierno, símbolo de la frialdad de las almas, porque venía a calentarnos. Nació en Belén, que significa “Casa del Pan”, porque venía a alimentarnos. Todo un acontecimiento de tierna luz y de vida eterna. Nos sobrecoge asimismo, saber cómo María es la que más espera la Navidad, el Nacimiento de Cristo Jesús. Qué grandeza más grande.

En suma, la Navidad que yo deseo, es que junto al árbol y el belén, signos que forman parte de nuestro patrimonio espiritual, prevalezca el amor sobre todo lo demás. Sin duda, creo que los más duros grilletes son los de un corazón cerrado a los sentimientos que se atreve a poner valor y medida al amor. Misteriosamente, a pesar de los pesares, como por arte de magia, las fiestas navideñas evocan sentimientos de solidaridad y atención al prójimo. Un año más el espíritu navideño nos atrapa, aunque nos ciegue el consumo. Hoy la fraternidad se impone. La propuesta es fuerte. Navidad es amor. Es necesario que caigan las barreras del egoísmo y que lo confirmen los vates, que son los únicos que han conservado los ojos de niño en este mundo de adúlteros adultos, para que quede registrado en la palabra. Porque la palabra se hizo verso que habla en lenguas fraternas. El futuro es de la poesía que hermana por los caminos de la verdad. Navidad puede ser el primer verso de felicidad que nos llevemos a los labios. Deseo que así sea. Dejemos, por consiguiente, que nuestra mirada se torne poeta y así podamos ver. Y así podremos vivir soñando lo que puede ser real: Esta noche es noche buena… buena noche de paz. ¡Felicidades!

Víctor Corcoba Herrero corcoba@telefonica.net

El autor vive en Granada (España).

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