La Navidad en cada familia se hace esperanza, es lugar de refugio y encuentro

Por Luis A. Fernández.- La Navidad es siempre el tiempo propicio para renovarnos, para “volver a empezar”.
El Niño Jesús nace con sus brazos abiertos como esperando un abrazo que lo reciba, y también con sus ojos bien abiertos que desprenden una ternura que no es de este mundo, como la mirada de asombro de cada niño que viene a la vida, que es llanto y a la vez sonrisa de quien necesita amor y que se abandona dormido cuando es recibido y cuidado.
La Navidad en cada familia se hace esperanza, es lugar de refugio y encuentro donde los miedos y angustias toman distancia para dejar espacio a la confianza, para volver al diálogo, para mirarnos con ojos más misericordiosos y de perdón, dando cabida nuevamente a la alegría perdida a causa de los problemas del año que termina.
Cuántas cosas vividas en la familia, en el trabajo, en el país y en el mundo, han pasado dejando huellas que a veces se hicieron heridas que todavía duelen e inquietan; como así también muchas alegrías que nos han sanado y ayudado a caminar, haciendo rumbos que en definitiva son nuestra vida, la de nuestras familias, del país y del mundo.
Por eso la Navidad es el tiempo que nos ayuda a mirar hacia nuestro interior, a poner nuestra conciencia en la mirada de Dios y evaluar nuestras actitudes en nuestras relaciones y vínculos, y con el discernimiento que trae la paz de Belén, el nacimiento del Niño Dios, ponernos cada uno de nosotros ante lo definitivo de la vida, con aquellas preguntas que en la madurez de la vida no podemos eludir: ¿Quién soy? ¿Por qué existo? ¿Qué es la vida para mí? ¿Dónde pongo mi corazón? ¿Qué es lo central de la vida? ¿Qué significa ser feliz?
El misterio de la Navidad es tan profundo que el nacimiento de un Niño pequeño y frágil, envuelto en pañales de ternura, mansedumbre y humildad extrema, nos muestra todo el amor de Dios.
La Navidad nos atrapa en el “aquí y ahora” de nuestra historia, para entregarnos cada año lo nuevo y trascendente, que es de Dios no de los hombres, para llenar este mundo de paz, de reconciliación, para volver a animar la vida, porque el que vuelve a irrumpir en la historia humana es el Hijo de Dios, nacido de la santísima Virgen María hace 2000 años, en una aldea miserable y escondida de los grandes imperios y reinos, en medio de la pobreza, de las necesidades, dolores y angustias de la gente sencilla como eran los pastores del campo que mucho trabajaban para el sostenimiento de sus familias, eran nómades a veces, porque buscaban siempre posibilidades de vida nueva, con las tristezas que llenaban el alma y con alguna alegría de cada vida que nacía.
Jesús viene al mundo en cada Navidad para seguir ayudando a cada mujer y a cada hombre a vivir con dignidad, a recuperar el sentido grande de ser hermanos y amigos entre nosotros. Viene a recordarnos que estamos llamados a la alegría, que hemos sido creados para vivir unidos, para estrechar vínculos entre nosotros, para mirarnos a los ojos y saber perdonarnos, para cuidar del más débil y sentirnos amados.
Navidad es volver a nacer, llamados por el amor de Dios a seguir creyendo y amando a la familia, cuidando a los niños y a los ancianos, y sobre todo aprendiendo a “escuchar”, a poner la atención en el que vive a nuestro lado, a comprender al que piensa distinto, a buscar y animar al que se siente solo o abandonado.
El nacimiento de Jesús es capaz de “Hacer nueva nuestra familia”, y así también nuestra sociedad. Nos llama a “compartir”, a hacernos responsables de la dignidad que significa vivir, trabajar con esfuerzo y esmero, ver en el trabajo lo que nos hace verdaderamente humanos. La vida nueva de Dios viene con esos derechos: de nacer, de ser niños, de formarnos en una familia, de enamorarnos y, en la madurez de la vida, llegar a tener una vivienda, un trabajo y una familia. Con paz y serenidad transitar la vida, haciendo entre todos la gran comunidad humana con posibilidad y dignidad para todos.
La Navidad trae nuevamente el susurro a nuestros oídos de que el trabajo y el esfuerzo, el sacrificio y la entrega de nuestra vida, traen siempre frutos de paciencia y calma, que nos permiten soportar los llantos que conlleva la vida, pero sobre todo la Navidad nos lleva a anclar en la nave que nos conduce en esta vida a los gozos eternos, en el canto que termina en la felicidad que es para siempre, el canto de las maravillas de Dios que no deja de cantar la Iglesia junto a María, la Virgen Madre, señora de Belén.
Navidad es la ocasión para pedirle al Señor lo que más necesita la humanidad, el país, nuestra familia y cada uno de nosotros.
Amigos, vamos a pedirle al Niño de Belén tener un corazón sencillo y lleno de ternura, pobre y humilde como el de Jesús, que nos ayude a todos a saber escuchar a quienes diariamente están con nosotros en la familia, en el trabajo, en el barrio, compartiendo la vida, dialogando y respetándonos, sin imponernos ni ser prepotentes, pidamos al Niño Dios ser mansos y delicados para con los demás, que nos ayude en esta Navidad a descubrir las riquezas y dones que hay en cada persona.
Que podamos tener una mirada pura y limpia como la de María, que no bajemos los brazos, como san José Obrero, el esposo de María, que hicieron de una noche tenebrosa donde se cerraban todas las puertas de la ciudad, la noche más acogedora y llena de calor humano, la Nochebuena, que no deja de asombrar, de celebrar y cantar las maravillas de Dios, por haberse hecho tan cercano y sencillo, necesitado siempre de nuestro amor.
Le pedimos por este mundo, para que vivamos en paz; por nuestra patria, para que nos sintamos cada día más hermanos entre todos; por nuestra familia, para que el consuelo de Dios llegue a todos nuestros parientes y amigos.
Creemos de verdad que la Navidad es la cercanía, la llegada, la encarnación de Dios para mostrarnos una vida nueva y darnos la capacidad de hacer con Él un mundo nuevo.
Jesús en Belén es el rostro del Padre que nos devuelve la vida, es el aire fresco y puro que necesitamos.
Por todo ello es necesario el anuncio alegre, lleno de vida y esperanza de cada Navidad, porque Dios vuelve a irrumpir en la historia de la humanidad y se inaugura una “nueva etapa”, un año nuevo.
¡Feliz Navidad para todas las familias!

El autor es obispo de la diócesis de Rafaela.

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