“La mayoría de los economistas son pedantes y agresivos”

Rafael Di Tella critica a sus colegas que no toman en cuenta los factores sociales.

Por Diego Valenzuela

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En un reciente coloquio sobre la Argentina realizado en Harvard, Rafael Di Tella fue uno de los expositores que causaron más comentarios y sonrisas por el tema de su presentación –Capitalismo y creencias– y, especialmente, por su estilo locuaz e informal.

“La mayoría de los economistas me parecen pedantes y agresivos. Pueden ser un fastidio para el espíritu”, dice Di Tella, profesor en la escuela de negocios de esa prestigiosa universidad norteamericana desde 1997. Su título formal es Joseph C. Wilson Professor of Business, aunque él no parece muy preocupado por las formalidades.

Su trabajo consiste en investigar y enseñar sobre macroeconomía, desarrollo, instituciones y negocios en el máster en administración de empresas de Harvard.

Di Tella estudió economía en la Universidad de Buenos Aires y luego se fue a Oxford a realizar su doctorado, que obtuvo con una tesis sobre el control de la corrupción. Se distingue por ser uno de los economistas que trabajan sobre los nuevos campos de la economía: sus áreas de investigación son la felicidad, las creencias de la gente, el crimen, la desigualdad económica y las instituciones.

La economía argentina no le dice gran cosa. Al preguntarle acerca de la discusión económica nacional, Di Tella apela a la ironía: “No sabía que hubiera una discusión económica en la Argentina. ¿Qué canal tengo que poner?”

-¿Por qué estudia terrenos nuevos para la economía? ¿Lo aburre lo tradicional?

-Puede ser. Me parece que las respuestas de la economía tradicional presentan muchos problemas. Me puse a trabajar sobre la felicidad porque los economistas tenemos una obsesión con la plata y me parece que es obvio que la plata no hace la felicidad. Yo creo que podemos mejorar lo que hacen los bancos centrales usando datos sobre la felicidad. Por último, me dediqué al tema de las creencias porque me parece medio tonto e irracional decir que la gente que se opone al capitalismo es tonta e irracional. No me aburre la economía, pero admito que la mayoría de los economistas me parecen muy pedantes y agresivos, un fastidio para el espíritu.

-¿Cuáles son los últimos descubrimientos de la economía sobre la felicidad?

-Primero, que la plata no hace a la felicidad. Lo más probable es que sea porque la gente se acostumbra a tener más dinero. También comprobamos que la gente predice bastante mal qué es lo que va a hacerla feliz.

-Si el dinero no hace la felicidad, ¿qué nos hace realmente felices?

-Un poco la plata y mucho los amigos, el trabajo, la salud, el tiempo libre, la familia…

-¿Qué cambiaría en las políticas públicas con la economía de la felicidad?

-Es aquí donde podríamos hacer la contribución más grande. La economía tradicional hace recomendaciones de política sin tener muchos datos sobre bienestar social. ¿En qué basan sus recomendaciones? En las “distorsiones” de las políticas. Un ejemplo: ¿hay que subir o bajar el seguro de desempleo en Europa? Los economistas notan que los que no tienen seguro buscan trabajo más intensamente que los que tienen seguro de desempleo. Otros sacan conclusiones de política -por ejemplo, Paul Krugman-: hay que bajar el seguro de desempleo en Europa porque así la gente va a dejar de tirarse a chanta y va a esforzarse para conseguir trabajo, y entonces va a bajar el desempleo. ¡Pero esto es injustificado, por muchas razones! Una de ellas es que se da una medida del costo del seguro de desempleo, pero no tenemos ni idea de sus beneficios. Al tener una medida de la felicidad, al menos estamos apuntando al lado correcto. Así tenemos una posibilidad de mostrar que quizá la distorsión que crea el seguro de desempleo sea mínima.

-¿Cómo les caen a los economistas tradicionales estas conclusiones suyas?

-Estamos lejos de haber convencido a nuestros colegas. Pero hay varios economistas que empiezan a creer que es una buena idea buscar medidas de bienestar diferentes. Cuando sube la inflación, el Banco Central sube la tasa de interés y genera una recesión para bajarla, lo que aumenta el desempleo. Eso esta justificado para una inflación de mil por ciento, casi con seguridad, pero no para una inflación del quince por ciento… Los economistas no pueden contestar. Los “psicoeconomistas” creemos que con la economía de la felicidad quizá podamos.

-¿Qué sería un “psicoeconomista”?

-Un economista que se toma en serio la psicología, cuyo modelo no es el de agentes hiperracionales a los que sólo les interesa maximizar el dinero. En los Estados Unidos la llaman behavioral economics , aunque ahora que lo pienso deberíamos patentar psychonomists : es mucho más corto y contundente.

-¿Algunas conclusiones de sus estudios sobre corrupción?

-La conclusión más general es que hay razones teóricas para pensar que la inflación causa aumentos en la corrupción porque elimina los precios testigo. Otra es que aumentar los sueldos (por ejemplo, a los políticos) para bajar la corrupción no tiene mucho efecto una vez que se llega a niveles decentes de salarios. Los economistas creían que la corrupción no podía sobrevivir en un ambiente de alta competencia. Nosotros estudiamos cómo eso falla muchas veces. Finalmente, estudiamos cómo el sistema impositivo ayuda a detectar a los corruptos, sobre todo cuando hace que los políticos declaren su riqueza antes de asumir un cargo.

-¿Por qué las ideas capitalistas tienen mala prensa en la Argentina?

-En la Argentina hubo muchos shocks macroeconómicos. Eso distribuyó dinero, pero no a los que lo necesitaban, sino de manera aleatoria. Hay muchos que se rompieron el lomo trabajando toda su vida y que no tienen nada. Y otros que son unos vivillos, que especularon y les fue bien. Eso hace que la diferencia de ingresos en nuestro país sea muy injusta. Es como si la economía fuera un casino. Nadie cree que el esfuerzo paga.

-¿Qué papel tienen los empresarios?

-Cuando hablamos de capitalistas, lo primero que se nos ocurre son empresarios que, según creemos, hicieron su riqueza de manera corrupta y asociados con el Estado. Por supuesto que esto es un poco injusto, tanto porque hay empresarios serios que le venden al Estado sin coimas como porque hay muchísimos empresarios cuyo éxito no tuvo ningún vínculo con el Estado. Sin embargo, estos empresarios no ocupan el imaginario popular tanto como los que son percibidos negativamente. Es difícil de entender por qué a la derecha le cuesta tanto contarnos narraciones de empresarios heroicos. No creo que sea porque hay pocas…

-Sobre la base de los estudios que hicieron sobre partidos políticos, ¿cuesta, en América latina, tener partidos que se reconozcan abiertamente como de derecha?

-Sí, estadísticamente en América latina hay más partidos de izquierda que de derecha, y tienen más votos. Hay excepciones, pero son pocas. Es más fácil decir que la diferencia entre ricos y pobres se debe a la suerte o a la corrupción de los ricos que decir que éstos se esfuerzan más. La riqueza en América latina no se asocia con virtudes, a diferencia de lo que ocurre en los Estados Unidos.

-¿Hay una demanda innata de igualdad en la gente que deriva en más partidos y líderes progresistas?

-No. Los seres humanos queremos justicia, no igualdad. Queremos que los que ganan más se lo merezcan. Por ejemplo, que hayan inventado algo, como Bill Gates. No hay mucho problema con que Messi gane más que Bergessio porque la gente cree que Messi es un crack y Bergessio es nada más que bueno. El problema es cuando los que ganan más son corruptos o cuando solamente tuvieron suerte.

-¿Por qué no progresa aquí la idea de la meritocracia?

-Los gobiernos se ocupan de la educación primaria, para no ser acusados de elitistas. Pero la idea de meritocracia depende de tener personas que lleguen al máximo nivel. Para eso, antes teníamos a la UBA. Ahora, como la UBA tiene niveles más bajos, es menos importante que alguien haga una buena carrera y resultan más importantes la suerte o las conexiones. Y muy pocas universidades privadas son mejores que la UBA. Creo que la meritocracia no avanza porque el Gobierno no se decide a poner la exigencia como valor prioritario en la educación y porque los empresarios no han abrazado el proyecto de tener universidades privadas de primera a las que puedan acceder todos los estudiantes con capacidad, sean ricos o pobres.

Por Diego Valenzuela

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 2 de junio de 2007.

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